¡Dios mío! Mírame aquí, a los pies de la cruz, deseando lavar con la sangre redentora que corrió en ella, y con lágrimas abundantes de un corazón penitente, todos los odiosos pecados de mi culpable vida. Vos los conocéis, Señor, Vos sabéis cuán grande es la miseria de esta alma pecadora, que perdonada muchas veces por vuestra misericordia, y habiéndoos dado su palabra otras tantas de no volver a infringir la santidad de vuestra ley, tiene todavía incesante necesidad de recurrir atribulada a la inexhausta fuente de vuestra bondad Divina, en impetración de nuevo perdón para sus infidelidades e ingratitudes.
¡Oh Santo de los Santos!, no me condenéis por esta incapacidad propia en que me reconozco de perseverar en el bien que me habéis hecho y anhelar, no me condenéis ni despreciéis, sino compadeceos de mí, más bien, por el exceso mismo de mi flaqueza y corrupción, haciéndomelas sentir y comprender vivamente, para que lleno de dolor y vergüenza ante la majestad de vuestra presencia, satisfaga vuestra justicia, uniendo al valor inmenso de la vida, pasión y muerte de vuestro Divino Hijo, la humilde contricción de mi alma arrepentida.