Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

9.10.23

Oración previa al examen de conciencia (para ir a confesarse)



¡Dios mío! Mírame aquí, a los pies de la cruz, deseando lavar con la sangre redentora que corrió en ella, y con lágrimas abundantes de un corazón penitente, todos los odiosos pecados de mi culpable vida. Vos los conocéis, Señor, Vos sabéis cuán grande es la miseria de esta alma pecadora, que perdonada muchas veces por vuestra misericordia, y habiéndoos dado su palabra otras tantas de no volver a infringir la santidad de vuestra ley, tiene todavía incesante necesidad de recurrir atribulada a la inexhausta fuente de vuestra bondad Divina, en impetración de nuevo perdón para sus infidelidades e ingratitudes.

¡Oh Santo de los Santos!, no me condenéis por esta incapacidad propia en que me reconozco de perseverar en el bien que me habéis hecho y anhelar, no me condenéis ni despreciéis, sino compadeceos de mí, más bien, por el exceso mismo de mi flaqueza y corrupción, haciéndomelas sentir y comprender vivamente, para que lleno de dolor y vergüenza ante la majestad de vuestra presencia, satisfaga vuestra justicia, uniendo al valor inmenso de la vida, pasión y muerte de vuestro Divino Hijo, la humilde contricción de mi alma arrepentida.




Venid, ¡buen Pastor, Jesús amantísimo! Venid al auxilio de esta oveja siempre descarriada. Venid a llamarla de nuevo a vuestro santo aprisco, con esa voz omnipotente que ha dado luz a los ciegos, salud a los enfermos, resurrección a los muertos. Llamadla con el imperio que tenéis por tantos títulos sobre ella, y a fin de que no vuelva a dejaros representadla, Señor, todos los malos pasos de que la habéis sacado antes y ahora, disponiéndome el entendimietno y el corazón para que vea toda su malicia y toda vuestra bondad, concibiendo horror de su conducta, resolución firme de enmendarla, y confianza tierna en Vos, Redentor mío, que le daréis los auxilios poderosos de vuestra gracia. Entonces me presentaré humilde pero animoso al tribunal augusto de la verdad, dando testimonio contra mí mismo, clamando misericordia en vuestro nombre adorable, y lleno de esperanza en que, lavada mi inmundicia en vuestra Sangre Divina y cubierta mi desnudez con las palmas de vuestros triunfos, me permitiréis llegar reverentemente al celestial banquete, preparado por vuestro amor para remedio de todos nuestros males.

¡Espíritu Santo, inspiradme, alumbradme, dirigidme! Que los grandes actos a que me preparo sean aceptados y gratos a la Santísima Trinidad, a cuya honra los dedico, y sean también para salud eterna de mi alma.

Amén.

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