Solamente existen dos caminos para ir al Cielo: la inocencia y la penitencia. Si hemos perdido la primera por el pecado, tenemos absoluta necesidad de la segunda. Nuestras iniquidades claman sin cesar contra nosotros ante la Divina Justicia, hemos de acallar ese grito acusador con el llanto y los gemidos del arrepentimiento, que siempre es escuchado por la misericordia infinita del Señor. ¡Feliz aquel a quien ella le da tiempo para anular, por medio de una buena confesión, la sentencia de muerte eterna que pesa sobre el alma desde el instante en que ha perdido la gracia!
Si en ese caso te cuentras, ¡oh pecador que deseas reconciliarte con tu Dios!, no pierdas, pues, ni un día: la penitencia debe ser pronta y sincera. Pídesela a Aquel a cuya piedad inagotable debes los saludables impulsos que empiezan a mover tu corazón. Pídesela con confianza y haciendo de tu parte cuanto puedas, para ejecutar debidamente el gran acto de la confesión, al que te preparas.