Desprecio de los bienes mundanos

7.2.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (145)



CAPÍTULO 41.
Se muestran algunos de los daños en los que pueden caer las personas que se dan al gusto sensible de las cosas y lugares devotos de la manera que se ha explicado en estos últimos capítulos.


1. Muchos daños se le siguen, así acerca de lo interior como del exterior, al espiritual por quererse andar al sabor sensitivo acerca de los elementos como oratorios, figuras de santos, esculturas, etc. Porque, en cuanto a lo espiritual, nunca llegará al recogimiento interior del espíritu, que consiste en pasar de todo eso y hacer olvidar al alma todos esos sabores sensibles, para así adentrarse en lo vivo del recogimiento del alma, y adquirir con fuerza las virtudes. Cuanto a lo exterior, le causa no acomodarse a orar en todos los lugares, sino en los que son a su gusto, y así muchas veces faltará a la oración pues, como dicen, no está hecho más que al libro de su aldea.

2. Además de esto, este apetito les causa muchas variedades, porque esta clase de personas son las que nunca perseveran en un lugar, ni a veces en un estado, sino que ahora los vereis en un lugar, ahora en otro; ahora tomar una ermita, ahora en otra; ahora componer y adornar un oratorio, ahora otro...
Y de esta clase son también aquellos que se les acaba la vida en mudanzas de estados y modos de vivir que, como sólo tienen aquel hervor y gozo tan sólo sensible (sensitivo) de lo que son las cosas espirituales, entonces nunca se han hecho fuerza para llegar al recogimiento espiritual por la negación de su voluntad y sujeción en sufrirse en desacomodamientos. Por esto, en cuanto ven un lugar devoto a su parecer, o alguna manera de vida, o estado que cuadre con su condición e inclinación, corren a irse tras él y dejan el que ya tenían. Y como se movieron por el simple gusto sensible que les producía, de aquí es que presto buscan otra cosa, porque el gusto sensible de sí no es constante, ya que muy pronto se acaba y falta (nota del corrector: por lo que buscan otro para sustituirle, o les viene con más gusto otro que lo sustituye).


6.2.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (144)




CAPÍTULO 40.
Se sigue mostrando cómo dirigir el espíritu al recogimiento interior respecto de las influencias exteriores de lugares, edificios y figuras.


1. La causa, pues, por la que algunos espirituales nunca acaban de entrar en los gozos verdaderos del espíritu, es porque nunca acaban ellos de alzar el apetito del gozo de estas cosas exteriores y visibles. Adviertan estos tales que, aunque el lugar decente y dedicado para oración es el templo y oratorio visible, y la imagen o escultura sea para motivarlos a elevar su espíritu, no ha de llegar a ser esto hasta tal punto que de alguna manera se emplee el fruto y sabor del alma en el templo visible y palpable y se olvide de orar en el templo vivo, que es el recogimiento interior del alma. Porque para advertirnos sobre esto dijo el Apóstol (1 Cor. 3, 6; 6, 19): "Mirad, que vuestros cuerpos son templos vivos del Espíritu Santo, que mora en vosotros". Y a esta consideración nos envía la Escritura que hemos alegado de Cristo (Jn. 4, 24), es a saber: a los verdaderos adoradores conviene adorar en espíritu y verdad. Porque muy poco caso hace Dios de tus oratorios y lugares acomodados si, por tener el apetito y gusto anclado a ellos, tienes algo menos de desnudez interior, que es la pobreza espiritual en negación de todas las cosas que puedes tener o poseer.

2. Debes, pues, para purgar la voluntad del gozo y apetito vano en esto y enderezarlo a Dios en tu oración, sólo mirar que tu conciencia esté pura y tu voluntad entera en Dios, y la mente puesta de veras en Él. Y, como ya he dicho, escoger el lugar más apartado y solitario que pudieres, y convertir y dedicar todo el gozo de la voluntad en invocar y glorificar a Dios, mientras que de esos otros gustillos del exterior no hagas caso, antes mejor los procures negar. Porque, si se hace el alma al sabor de la devoción sensible, nunca atinará a pasar a la fuerza del deleite del espíritu, que se halla en la desnudez espiritual mediante el recogimiento interior.


5.2.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (143)



CAPÍTULO 39.
Se muestra cómo debe ser el correcto uso de los lugares de oración, oratorios y templos, para encaminar el espíritu a Dios por ellos.


1. Para encaminar a Dios el espíritu en este género, conviene advertir que a los principiantes bien se les permite y aun les conviene tener algún gusto y néctar sensible respecto de las imágenes, paisajes, decoraciones, oratorios y otras cosas devotas visibles, por cuanto aún no tienen destetado y desarrimado el paladar de las cosas del siglo, con el fin de que con este gusto dejen los placeres mundanos. Como al niño que, al quitarle de la mano una cosa, se la ocupan con otra para que no llore si le dejasen las manos vacías.
Pero para ir avanzando también se ha de desnudar el espiritual de todos esos gustos y apetitos en que la voluntad puede gozarse, porque el puro espíritu muy poco se ata a nada de esos objetos, sino tan sólo se ocupa en el recogimiento interior y el trato mental con Dios que, aunque se aprovecha de las imágenes y oratorios, es muy de pasada, yendo rápido a poner en Dios su espíritu, olvidándose de todo lo sensible.

2. Por tanto, aunque es mejor orar donde más decencia hubiere, con todo y no obstante esto, el lugar de oración se ha de escoger donde menos se embelese y se distraiga el sentido y el espíritu de ir a Dios, que debe ser su ocupación principal. En lo cual nos conviene tomar aquello que responde nuestro Salvador a la mujer samaritana, cuando le preguntó que cuál era más acomodado lugar para orar, el templo o el monte. El Señor le respondió que no estaba la verdadera oración aneja al monte ni al templo, sino que los adoradores de que se agradaba el Padre son los que le adoran en espíritu y verdad (Jn. 4, 23­24) (nota del corrector: es decir, sin importar el lugar, sino su disposición interior).
De donde se desprende que, aunque los templos y lugares apacibles son dedicados y acomodados a la oración, ya que el templo no se ha de usar para otra cosa excepto para el negocio del trato tan interior como este que se hace con Dios, se debe escoger aquel lugar que menos ocupe y lleve tras de sí el sentido. Y así no ha de ser lugar ameno y deleitable al sentido, como suelen procurar algunos, porque en vez de recoger a Dios el espíritu acaba siendo un sitio de recreación y gusto y sabor del sentido. Y por eso es bueno un lugar solitario, y aun áspero, para que el espíritu sólida y derechamente suba a Dios, no impedido ni detenido en las cosas visibles ni en sus comodidades. Cierto que lugares cómodos alguna vez ayudan a levantar el espíritu, mas esto siempre que sea olvidando todo gusto y recreación y quedándose sólo en Dios. Por lo cual nuestro Salvador escogía lugares solitarios para orar (Mt. 14, 24), y aquellos que no distrajeran mucho los sentidos, para darnos ejemplo, siendo lugares que levantasen el alma a Dios, como eran los montes (Lc. 6, 12; 19, 28), que se levantan de la tierra y ordinariamente sus peladas cumbres carecen de sensitiva recreación.

3. De todo esto se desprende que el verdadero espiritual nunca se ata ni mira en que el lugar para orar sea de tal o tal comodidad, porque esto todavía es estar atado al sentido, sino sólo al recogimiento interior, en olvido de lo uno y de lo otro, escogiendo para su oración el lugar más libre de objetos y elementos sensibles, retirando de enmedio la presencia o la influencia de todo eso para poder gozarse más a solas de criaturas con su Dios. Porque es cosa notable ver algunos espirituales que todo se les va en componer oratorios y acomodar lugares agradables a su condición o inclinación y del recogimiento interior, que es lo más importante del caso, tienen menos cuidado y se preocupan muy poco de él porque, si lo tuviesen, no podrían tener gusto en aquellos modos y maneras, antes les cansarían.


4.2.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (142)



CAPÍTULO 38.
Se continúa ahora con los bienes motivos (de acción), y se explican aspectos respecto de los oratorios y lugares dedicados para la oración.


1. Me parece que ya queda dado a entender cómo en estos accidentes de las imágenes puede tener el espiritual tanta imperfección, y por ventura más peligrosa poniendo su gusto y gozo en ellas, tomando los mismos errores que en las demás cosas corporales y temporales. Y digo que más peligro aún si acaso porque con decir: "cosas santas son", se aseguran más y no temen el querer apropiárselas dentro de sí y el asimiento natural hacia ellas. Y de esta manera mucho se engañan a veces, pensando que ya están llenos de devoción porque sienten tener el gusto en estas cosas santas y, sin embargo, puede que no sea más que condición y apetito natural que, lo mismo que se pone en otras cosas materiales, se pone en aquello.

2. Se sigue ahora el comenzar a tratar de los oratorios, ya que algunas personas no se hartan de añadir unas y otras imágenes a su oratorio, gustando del orden y atavío con que las ponen, a fin que su oratorio esté bien adornado y parezca bien. Y a Dios no le quieren más por hacer todo eso, sino puede que incluso lo amen menos, pues el gusto que ponen en aquellos ornatos pintados quitan a lo vivo y a lo auténtico, como ya hemos dicho. Que, aunque es verdad que todo ornato y atavío y reverencia que se puede hacer a las imágenes es muy poco (nota del corrector: es decir, no se necesitan demasiados medios ni complicaciones para adecentarlas), por lo cual los que las tienen con poca decencia y reverencia son dignos de mucha reprehensión, junto con los que hacen algunas tan mal talladas que antes quitan la devoción que la añaden (por lo que debería impedirse a algunos oficiales que en esta arte son cortos y toscos dedicarse a este propósito) pero, ¿qué tiene esto que ver con la propiedad y asimiento y apetito que tú tienes en estos ornatos y atavíos exteriores, cuando de tal manera te engolfan el sentido, que te impiden mucho el corazón de ir a Dios y amarle y olvidarte de todas las cosas por su amor? Que si a esto faltas por lo otro, no sólo no te lo agradecerá, mas te castigará por no haber buscado en todas las cosas su gusto más que el tuyo.
Lo cual podrás bien entender en aquella fiesta que hicieron a Su Majestad cuando entró en Jerusalen, recibiendole con tantos cantares y ramos (Mt. 21, 9), y lloraba el Señor (Lc. 19, 41) porque, teniendo ellos su corazón muy lejos de Él, le hacían pago con aquellas señales y ornatos exteriores. En lo cual podemos decir que más se hacían fiesta a sí mismos que a Dios, como ocurre a muchos el día de hoy que, cuando hay alguna solemne fiesta en alguna parte, más se suelen alegrar por lo que ellos se han de holgar en ella, ahora por ver o ser vistos, ahora por comer, ahora por otras razones parecidas, que por agradar a Dios. En las cuales inclinaciones e intenciones ningún gusto dan a Dios, mayormente los mismos que celebran las fiestas cuando inventan para interponer en ellas cosas ridículas e indevotas para incitar a risa a la gente y a la diversión mundana con que más se distraigan; y otros ponen cosas con el fin de que agraden más a la gente y no que la muevan a devoción.

3. Pues ¿qué diré de otros intentos que tienen algunos de intereses en las fiestas que celebran? Los cuales si tienen más el ojo y codicia a esto que al servicio de Dios, ellos lo saben, y Dios, que lo ve. Pero en las unas maneras y en las otras, cuando así pasa, crean que más se hacen a sí mismos la fiesta que a Dios, porque cuanto dirigen hacia su gusto o al de los hombres, no lo toma Dios a su cuenta. Tengamos en cuenta que de los que participan en las fiestas dedicadas Dios antes muchos se estarán divirtiendo por placer, y Dios se estará con ellos enojando como lo hizo con los hijos de Israel cuando hacían fiesta cantando y bailando a su ídolo, pensando que hacían fiesta a Dios, de los cuales mató muchos millares (Ex. 32, 7­28); o como con los sacerdotes Nadab y Abiú hijos de Aarón, a quien mató Dios con los incensarios en las manos porque ofrecían fuego ajeno (Lv. 10, 1­2); o como al que entró en las bodas mal ataviado y arreglado, al cual mandó el rey echar en las tinieblas exteriores atado de pies y manos (Mt. 22, 12­13). En lo cual se conoce cuán mal sufre Dios en las reuniones que se hacen para su servicio estos desacatos.
Porque ¡cuántas fiestas, Dios mío, os hacen los hijos de los hombres en que se lleva más el demonio que Vos! Y el demonio gusta de ellas, porque en ellas, como el tratante, hace él su feria. ¡Y cuántas veces direis Vos en ellas: "este pueblo sólo con los labios me honra, mas su corazón está lejos de mí, porque me sirve sin causa"! (Mt. 15, 8).
Porque la causa por la que Dios ha de ser servido es sólo por ser Él quien es, y no interponiendo otros fines. Y así, no sirviendole sólo por quien Él es, es servirle sin causa final de Dios.

4. Por ello, volviendo a los oratorios, digo que algunas personas los adornan más por su gusto que por el de Dios. Y algunas hacen tan poco caso de la devoción de ellos, que no los tienen en más que sus camariles profanos, y aun algunas no en tanto, pues tienen más gusto en lo profano que en lo divino.

5. Pero dejemos ahora esto y digamos todavía de los que hilan más delgado, es a saber, de los que se tienen por gente devota. Porque muchos de estos de tal manera dan en tener asido el apetito y gusto a su oratorio y a adornarlo, que todo lo que habían de emplear en oración de Dios y recogimiento interior se les va en esto. Y no echan de ver que, no llevando a cabo sus actos y la decoración de su oratorio sólo con el fin de servir para el recogimiento interior y paz del alma, se distraen tanto en ello como en las demás cosas, y se inquietarán en el tal gusto a cada paso, y más todavía si se lo quisiesen quitar.


3.2.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (141)



CAPÍTULO 37.
Se explica cómo se debe encauzar el gozo de la voluntad hacia Dios mediante el objeto de las imágenes, de manera que no yerre (ni se impida el ir hacia Dios por ellas).


1. Así como las imágenes son de gran provecho para acordarse de Dios y de los santos y mover la voluntad a devoción usando de ellas (por la vía ordinaria) como conviene, así tambien serán para errar mucho si, cuando acontecen hechos sobrenaturales acerca de ellas, no supiese el alma disponerse como conviene para ir a Dios. Porque uno de los medios con los que el demonio coge a las almas incautas con facilidad y las impide el camino de la verdad del espíritu es precisamente por cosas sobrenaturales y extraordinarias, de lo que hace muestra por las imágenes, ahora en las materiales y corpóreas que usa la Iglesia, ahora en las que él suele fijar en la fantasía debajo de tal o tal santo o imagen suya, transfigurándose en ángel de luz para engañar (2 Cor. 11, 14). Porque el astuto demonio, en esos mismos medios que tenemos para remediarnos y ayudarnos, se procura disimular para cogernos más incautos y desprevenidos, por lo cual el alma buena siempre en lo bueno se ha de recelar más y mantener más cuidado, ya que lo malo ya trae consigo el testimonio de sí.

2. Por tanto, para evitar todos los daños que al alma pueden tocar en este caso, que son: o ser impedida de volar a Dios, o usar con bajo estilo e ignorantemente de las imágenes, o ser engañado natural o sobrenaturalmente por ellas (las cuales cosas son las que arriba hemos ya tratado) y también para purificar el gozo de la voluntad en ellas y enderezar por ellas el alma a Dios, que es el intento que en el uso de ellas tiene la Iglesia, sola una advertencia quiero poner que bastará para todo y es que, pues las imágenes nos sirven para motivo e inspiración de las cosas invisibles, que en ellas solamente procuremos el motivo y afección y gozo de la voluntad en lo vivo que representan (nota del corrector: es decir, en su representación).
Con lo cual tenga el alma fiel este cuidado: que en viendo la imagen no quiera embeber el sentido en ella, ahora sea corporal la imagen, ahora imaginaria; ahora de hermosa estética, ahora de rico atavío; ahora le haga devoción sensitiva, ahora espiritual; o incluso le haga muestras sobrenaturales. No haciendo caso de nada de estos accidentes, no repare más en ella, sino luego levante de ahí la mente a lo que representa, poniendo el fruto y gozo de la voluntad en Dios con la oración y devoción de su espíritu, o en el santo que invoca, con el fin de que lo que debe ser provecho para lo vivo y para el espíritu, no se lo acabe llevando lo pintado y el sentido (es decir, lo material). De esta manera no será engañado, porque no hará caso de lo que la imagen le dijere, ni ocupará el sentido ni el espíritu en ello impidiéndole que vaya libremente a Dios, ni pondrá más confianza en una imagen que en otra. Y la que sobrenaturalmente le diese devoción, de esta forma se la dará más copiosamente, puesto que le hace ir a Dios con el afecto (y así obtendrá más gozo en Dios). Porque Dios, siempre que hace esas y otras dádivas, las hace inclinando el afecto del gozo de nuestra voluntad a lo invisible, y así quiere que lo hagamos, aniquilando la fuerza y néctar de los sentidos y potencias respecto de todas las cosas que sean visibles y sensibles.