Desprecio de los bienes mundanos

3.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (111)




CAPÍTULO 11.
Se explica el cuarto daño que se le produce al alma sobre las distintas aprehensiones sobrenaturales de la memoria, dicho daño consiste en impedirle la unión.


1. De este cuarto daño no hay mucho que decir, por cuanto está ya declarado a cada paso en este tercer libro, en el cual hemos explicado y mostrado cómo, para que el alma se venga a unir con Dios en esperanza, ha de renunciar a toda posesión de la memoria pues que, para que la esperanza sea entera de Dios, nada ha de haber en la memoria que no sea Dios. Y asimismo, como también hemos dicho, en ninguna forma ha de quedarse retenida, ni figura, ni imagen, ni otra noticia que pueda caer en la memoria, sea Dios ni semejante a Él, ahora celestial, ahora terrena, natural o sobrenatural, según enseña David (Sal. 85, 8), diciendo: "Señor, en los dioses ninguno hay semejante a ti", de aquí se concluye que, si la memoria quiere hacer alguna presa de algo de todo esto, se impide a sí misma el dirigirse a Dios. Por una parte, porque se aprisiona y, por la otra, porque mientras más tiene de posesión, tanto menos tiene de esperanza.

2. Luego le es necesario al alma quedarse desnuda y olvidada de distintas formas y noticias de cosas sobrenaturales para no impedir la unión, según la memoria, en esperanza perfecta con Dios.


2.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (110)



CAPÍTULO 10.
Se explica el tercer daño que puede sufrir el alma de parte del demonio, debido a las aprehensiones imaginarias de la memoria.


1. Por todo lo que queda dicho líneas arriba se deduce y entiende bien cuánto daño se le puede hacer al alma por vía de estas aprehensiones sobrenaturales de parte del demonio, pues no solamente puede representar en la memoria y fantasía muchas noticias y formas falsas que parezcan verdaderas y buenas, imprimiendolas en el espíritu y sentido con mucha eficacia y certificación por sugestión, de manera que le parezca al alma que no hay otra cosa; sino que además que llegue a creer que aquello es así como se le asienta (porque, como se transfigura en ángel de luz, al alma le parece luz), y también sobre las noticias verdaderas que son de parte de Dios puede tentarla de muchas maneras, moviendole los apetitos y afectos, ahora espirituales, ahora sensitivos, desordenadamente acerca de ellas. Porque si el alma gusta de las tales aprehensiones, le es muy fácil al demonio hacerle crecer los apetitos y afectos y caer en gula espiritual y otros daños.

2. Y para hacer todo esto con mejor eficacia le suele sugerir y poner gusto, sabor y deleite en el sentido acerca de las mismísimas cosas de Dios, para que el alma, enmelada y encandilada en aquel sabor, se vaya cegando con aquel gusto y poniendo los ojos más en el sabor que en el amor, a lo menos ya no tanto en el amor, y que haga más caso de la aprehensión que de la desnudez y vacío que hay en la fe y esperanza y amor de Dios, y de aquí vaya poco a poco engañándola y haciendola creer sus falsedades con gran felicidad.
Porque estando el alma ciega, ya la falsedad no le parece falsedad, y lo malo no le parece malo, etc.; porque le parecen las tinieblas luz, y la luz tinieblas, y de ahí viene a dar en mil disparates, así acerca de lo natural como de lo moral, como también de lo espiritual, acabando en que ya lo que era vino se le volvió vinagre. Todo lo cual le viene porque al principio no fue negando el gusto de aquellas cosas sobrenaturales del cual, como al principio es poco o no es tan malo, no se recata tanto el alma, y permite que ese agrado se quede y crezca, como el grano de mostaza, hasta convertirse en un árbol grande (Mt. 13, 32). Porque pequeño yerro, como dicen, en el principio, grande es en el fin.

3. Por tanto, para huir de este daño tan grande del demonio, conviene mucho al alma no querer gustar de las tales comunicaciones y elementos, porque certísimamente irá cegándose en el tal gusto y poco a poco tropezando y cayendo más y más. Y es que el gusto y deleite y sabor, sin que en ello en sí mismo ayude el demonio, por sus mismos efectos ciegan al alma. Y así lo dio a entender David (Sal. 139, 11) cuando dijo: "Ciertamente las tinieblas me encubrirán, aun la noche resplandecerá alrededor de mí" (nota del corrector: "Por ventura en mis deleites me cegarán las tinieblas, y tendré la noche por mi luz" en el original, es decir, "las tinieblas me cubrirán, y tendré a la noche creyendo que es luz").



1.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (109)



CAPÍTULO 9.
Se explica el segundo genero de daños, consistente en el peligro de caer en propia estimación y vana presunción.


1. Las aprehensiones sobrenaturales ya dichas de la memoria son también a los espirituales un gran riesgo de caer en alguna presunción o vanidad, si hacen caso de ellas para estimarlas en algo. Porque, así como está muy libre de caer en este vicio el que no tiene nada de este tipo de comunicaciones, pues no ve en sí de qué presumir, así por el contrario el que experimenta estas cosas tiene la ocasión en la mano de pensar que ya es algo, pues tiene aquellas comunicaciones sobrenaturales. Porque, aunque es verdad que lo pueden atribuir a Dios y darle gracias teniendose por indignos, con todo eso se suele quedar cierta satisfacción oculta en el espíritu y estimación sobre aquello que le ha llegado y sobre sí mismo con lo cual, incluso sin notarlo, les hace harta soberbia espiritual.

2. Esto lo pueden ver ellos bien claramente en el disgusto que les produce y el desconcierto que les provoca con quien no les alaba su espíritu ni les estima esas comunicaciones que tienen, y la pena que les da cuando piensan o les dicen que otros tienen las mismas experiencias o mejores. Todo lo cual nace de secreta estimación y soberbia, y ellos no acaban de entender que como consecuencia están metidos en esta vanagloria hasta los ojos. Y se piensan que basta cierta manera de conocimiento de su miseria, estando juntamente con esto llenos de oculta estimación y satisfacción de sí mismos, agradándose más de su espíritu y bienes espirituales que del ajeno, como el fariseo que daba gracias a Dios que no era como los otros hombres y que tenía tales y tales virtudes, en lo cual tenía satisfacción de sí y presunción (Lc. 18, 11­12). Estas personas, aunque abiertamente no lo digan como este fariseo, lo tienen habitualmente en el espíritu. Y aun algunos llegan a ser tan soberbios que son peores que el demonio, que como ellos ven en sí algunas aprehensiones y sentimientos devotos y suaves de Dios, a su parecer ya se satisfacen de manera que piensan están muy cerca de Dios, y aún que los que no tienen aquello están muy bajos, y los desestiman como el fariseo al publicano.

3. Para huir de este pestífero daño, a los ojos de Dios aborrecible, han de considerar dos cosas. La primera, que la virtud no está en las aprehensiones y sentimientos de Dios, por elevados que sean, ni en nada de lo que a este talle puedan sentir en sí sino, por el contrario, está en lo que no sienten sobre su ser, que es en mucha humildad y desprecio de sí y de todas sus cosas -muy formado, sincero y sensible en el alma-, y gustar de que los demás sientan de él su misma miseria y desprecio, no queriendo valer nada en el corazón ajeno.

4. Lo segundo, se hace necesario advertir que todas las visiones y revelaciones y sentimientos del cielo y cuanto más sobre ellos o de su tipo se quiera pensar, no valen tanto como el menor acto de humildad, la cual tiene los efectos de la caridad, que no estima sus cosas ni las procura, ni piensa mal sino de sí, y de sí ningún bien piensa, sino que ese bien y valía lo piensa de los demás (1 Cor. 13, 4­7). Pues, según esto, conviene que no les hinchan el ego estas aprehensiones sobrenaturales, sino que las procuren olvidar para quedar libres y sin ataduras.


31.12.22

Reflexión para el año nuevo



¿He descubierto que no hay Dios fuera del amor, o me contento con un Dios hecho a mi medida?

Dios nació en la primera navidad: ¿será verdad que está vivo hoy donde dos o tres se reúnen en su nombre?

Si dice Jesús que Dios aparece donde hay amor, ¿qué puedo hacer este año para que el Dios del Amor aparezca en mi entorno?

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (108)



CAPÍTULO 8.
Se explican los daños que las comunicaciones de cosas sobrenaturales pueden hacer al alma si hace reflexión sobre ellas, mencionando dichos daños.


1. A cinco géneros de daños se arriesga el espiritual si hace presa y reflexión sobre estas noticias y formas que se le imprimen de las cosas que pasan por vía sobrenatural sobre él.

2. El primero es que muchas veces se engaña teniendo lo uno por lo otro.
El segundo es que está cerca y en ocasión de caer en alguna presunción o vanidad.
El tercero es que el demonio tiene mucha mano para engañarle por medio de las dichas aprehensiones.
El cuarto es que le impide la unión en esperanza con Dios.
El quinto es que, por las mayoría de las veces, juzga de Dios baja y reducidamente.

3. Cuanto al primer género de daño está claro que, si el espiritual hace presa y reflexión sobre las dichas noticias y formas, se ha de engañar muchas veces acerca de su juicio porque, como ninguno cumplidamente puede saber las cosas que naturalmente pasan por su imaginación, ni tener entero y cierto juicio sobre ellas, mucho menos podrá tener certero juicio acerca de las sobrenaturales ya que son sobre nuestra capacidad, y las cuales raras veces se manifiestan patentemente.
Por lo tanto muchas veces pensará que son las cosas de Dios, y no será sino su fantasía; y muchas sobre lo que sí es de Dios pensará que es del demonio, y lo que es del demonio, que es de Dios. Y en gran cantidad de ocasiones se le quedarán formas y noticias muy asentadas de bienes y males ajenos o propios, y otras figuras que se le representaron, y las tendrá por muy ciertas y verdaderas, y no serán sino una muy grande falsedad. Y otras serán verdaderas, y las juzgará por falsas, aunque esto en cierta forma es más seguro que el resto, puesto que al menos por regla general suele nacer de humildad.

4. Y aunque no se engañe en la verdad de las comunicaciones, se podrá entonces engañar en la cantidad o cualidad, pensando que lo que es poco es mucho, y lo que es mucho, poco. Y acerca de la cualidad, teniendo lo que tiene en su imaginación por tal o tal cosa, y no será sino otra diferente poniendo, como dice Isaías (5, 20), las tinieblas por luz y la luz por tinieblas, y lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo. Y, finalmente, si tiene tino y quizá acierte en lo uno, extraño será no errar acerca de lo otro. Y en todo ello aunque no quiera aplicar el juicio para juzgarlo, basta que lo aplique en tratar de hacer caso para que, a lo menos pasivamente, se le pegue algún daño, si no de este género de daño será en alguno de los otros cuatro que luego iremos mencionando.

5. Lo que le conviene al espiritual para no caer en este daño de engañarse en su propio dictamen es no querer aplicar su juicio para saber qué sea lo que en sí tiene y siente, o que trate de averiguar qué será tal o tal visión, noticias o sentimientos, ni tenga ganas de saberlo ni haga el menor caso, únicamente lo considere con el fin tan sólo de decírselo a su padre espiritual para que le enseñe a vaciar la memoria de aquellas aprehensiones. Pues todo cuanto ellas son en sí no le pueden ayudar al amor de Dios, no llegan siquiera a alcanzar el menor acto de fe viva y de esperanza que se hace en vacío y renunciación de todo, que es mucho mejor y más seguro.