Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

2.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (110)



CAPÍTULO 10.
Se explica el tercer daño que puede sufrir el alma de parte del demonio, debido a las aprehensiones imaginarias de la memoria.


1. Por todo lo que queda dicho líneas arriba se deduce y entiende bien cuánto daño se le puede hacer al alma por vía de estas aprehensiones sobrenaturales de parte del demonio, pues no solamente puede representar en la memoria y fantasía muchas noticias y formas falsas que parezcan verdaderas y buenas, imprimiendolas en el espíritu y sentido con mucha eficacia y certificación por sugestión, de manera que le parezca al alma que no hay otra cosa; sino que además que llegue a creer que aquello es así como se le asienta (porque, como se transfigura en ángel de luz, al alma le parece luz), y también sobre las noticias verdaderas que son de parte de Dios puede tentarla de muchas maneras, moviendole los apetitos y afectos, ahora espirituales, ahora sensitivos, desordenadamente acerca de ellas. Porque si el alma gusta de las tales aprehensiones, le es muy fácil al demonio hacerle crecer los apetitos y afectos y caer en gula espiritual y otros daños.

2. Y para hacer todo esto con mejor eficacia le suele sugerir y poner gusto, sabor y deleite en el sentido acerca de las mismísimas cosas de Dios, para que el alma, enmelada y encandilada en aquel sabor, se vaya cegando con aquel gusto y poniendo los ojos más en el sabor que en el amor, a lo menos ya no tanto en el amor, y que haga más caso de la aprehensión que de la desnudez y vacío que hay en la fe y esperanza y amor de Dios, y de aquí vaya poco a poco engañándola y haciendola creer sus falsedades con gran felicidad.
Porque estando el alma ciega, ya la falsedad no le parece falsedad, y lo malo no le parece malo, etc.; porque le parecen las tinieblas luz, y la luz tinieblas, y de ahí viene a dar en mil disparates, así acerca de lo natural como de lo moral, como también de lo espiritual, acabando en que ya lo que era vino se le volvió vinagre. Todo lo cual le viene porque al principio no fue negando el gusto de aquellas cosas sobrenaturales del cual, como al principio es poco o no es tan malo, no se recata tanto el alma, y permite que ese agrado se quede y crezca, como el grano de mostaza, hasta convertirse en un árbol grande (Mt. 13, 32). Porque pequeño yerro, como dicen, en el principio, grande es en el fin.

3. Por tanto, para huir de este daño tan grande del demonio, conviene mucho al alma no querer gustar de las tales comunicaciones y elementos, porque certísimamente irá cegándose en el tal gusto y poco a poco tropezando y cayendo más y más. Y es que el gusto y deleite y sabor, sin que en ello en sí mismo ayude el demonio, por sus mismos efectos ciegan al alma. Y así lo dio a entender David (Sal. 139, 11) cuando dijo: "Ciertamente las tinieblas me encubrirán, aun la noche resplandecerá alrededor de mí" (nota del corrector: "Por ventura en mis deleites me cegarán las tinieblas, y tendré la noche por mi luz" en el original, es decir, "las tinieblas me cubrirán, y tendré a la noche creyendo que es luz").








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