Desprecio de los bienes mundanos

4.12.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (81)



15. De todo esto se desprende que muchas faltas y pecados castigará Dios en muchos el día del juicio, con los cuales habrá tenido acá muy ordinario trato y dado mucha luz y virtud porque, en lo demás que ellos sabían que debían hacer, se descuidaron, confiando solo en aquel trato y virtud que tenían con Dios. Y así, como dice Cristo en el Evangelio (Mt. 7, 22), se maravillarán ellos entonces, diciendo: "Señor, Señor, ¿por ventura las profecías que tú nos hablabas no las profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos los demonios, y en tu nombre no hicimos muchos milagros y virtudes?". Y dice el Señor que les responderá diciendo (Mt. 7, 23): "Apartaos de mí los obreros de maldad, porque nunca os conocí". De esta clase de personas era el profeta Balam y otros semejantes, a los cuales aunque hablaba Dios con ellos y les daba gracias, eran pecadores (Núm. 22­24). Pero en su tiempo reprenderá también el Señor a los escogidos y amigos suyos, con quien acá se comunicó familiarmente, en las faltas y descuidos que ellos hayan tenido; de dichas faltas y descuidos no era menester les advirtiese Dios por sí mismo, pues ya por la ley y razón natural que les había dado se lo advertía.

16. Concluyendo, pues, en esta parte, se puede recapitular que cualquier cosa que el alma reciba, de cualquier manera que sea, por vía sobrenatural, clara y rasa, entera y sencillamente, ha de comunicarla luego con el maestro espiritual. Porque, aunque parece que no había para qué dar cuenta ni para qué gastar en eso tiempo, pues con desecharlo y no hacer caso de ello ni quererlo, como hemos dicho, queda el alma segura (mayormente cuando son cosas de visiones o revelaciones u otras comunicaciones sobrenaturales, que o son claras o hay poco entre en que sean o no sean) todavía es muy necesario, aunque al alma le parezca que no hay por qué, el decirlo todo. Y esto por tres causas:
La primera porque, como hemos dicho, muchas cosas comunica Dios, cuyo efecto y fuerza y luz y seguridad no la confirma del todo en el alma hasta que, como aclaramos antes, se haya tratado con quien Dios tiene puesto por juez espiritual de aquel alma, que es el que tiene poder de atarla o desatarla y aprobar y reprobar en ella, según lo hemo probado por las autoridades arriba alegadas y lo probamos cada día por experiencia, viendo en las almas humildes por quien pasan estas cosas que, despues que las han tratado con quien deben, quedan con nueva satisfacción, fuerza y luz y seguridad. Tanto, que a algunas les parece que, hasta que lo traten, ni se les asienta, ni es suyo aquello, y como si una vez consultado al respecto se lo hayan transmitido de nuevo.

17. La segunda causa es porque ordinariamente tienen esas personas necesidad de doctrina sobre las cosas que les acontecen, para encaminarse por aquella vía a la desnudez y pobreza espiritual que es la noche oscura. Porque si esta doctrina les va faltando, dado que el alma no quiera ejercitarse en las tales cosas, sin percatarse se iría endureciendo en la vía espiritual y haciendose a la del sentido, acerca del cual, en parte, pasan las tales cosas de manera distinta y con un juicio diferente.

18. La tercera causa es porque para la humildad y sujeción y mortificación del alma conviene dar parte de todo, aunque de todo ello no haga caso ni lo tenga en nada. Porque hay algunas almas que sienten mucho en decir las tales cosas, por parecerles que no son nada, y no saben cómo las tomará la persona con quien las han de tratar, lo cual es falta de humildad y, por el mismo caso, es menester sujetarse a decirlo. Y hay otras personas que sienten mucha vergüenza en decirlo, para que no se dé a entender que tienen ellas aquellas experiencias que parecen de santos, y otras cosas que en decirlo sienten y, por eso, como piensan que no tienen por qué decirlo, no hacen caso. Sin embargo es precisamente por eso que conviene que se mortifiquen y lo digan, hasta que estén humildes, llanas, mansas y prontas en decirlo, y después siempre lo dirán con facilidad.

19. Pero debemos de advertir acerca de lo dicho que no, porque hemos insistido tanto en que las tales experiencias se desechen y que no pongan los confesores a las almas en el lenguaje de ellas, tienen por qué los padres espirituales molestarse en que se lo comuniquen, ni de tal manera actuar que les hagan desvíos y desprecio en esas experiencias de forma que les den ocasión a que los devotos se encojan y no se atrevan a manifestarlas, que será ocasión entonces de acabar cayendo en muchos inconvenientes si les cerrasen la puerta para decirlas. Porque, pues como hemos explicado, es medio y modo por donde Dios lleva a las tales almas, no hay para qué estar a mal ni por qué espantarse ni escandalizarse de esa forma de actuar del Señor, sino antes con mucha benignidad y sosiego, ir animando al devoto y dándole facilidades para que lo diga y, si fuere menester, poniendole precepto porque, a veces, es grande la dificultad que algunas almas sienten en tratarlo, por lo que se ha de poner en juego todo lo que sea menester.
Encamínenlas en la fe, enseñándolas buenamente a desviar los ojos de todas aquellas cosas, y dándoles doctrina en cómo han de desnudar el apetito y espíritu de ellas para ir avanzando, y dándoles también a entender cómo es más preciosa delante de Dios una obra o acto de voluntad hecho en caridad, que cuantas visiones (y revelaciones) y comunicaciones puedan tener del cielo, pues estas ni son mérito ni demérito y cómo muchas almas, no teniendo experiencias de ese tipo, están sin embargo sin comparación mucho más adelante que otras que tienen muchas experiencias sobrenaturales.


3.12.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (80)



11. Oídas estas palabras, Moises se animó luego con la esperanza del consuelo del consejo que de su hermano había de tener. Porque esto tiene el alma humilde, que no se atreve a tratar a solas con Dios, ni se puede acabar de sentir completada sin gobierno y consejo humano. Y así lo quiere Dios, porque en aquellos que se juntan a tratar la verdad, se junta el allí para declararla y confirmarla en ellos, fundada sobre razón natural, como dijo que lo había de hacer con Moises y Aarón juntos, siendo en la boca del uno y en la boca del otro.
Que por eso tambien dijo en el Evangelio (Mt. 18, 20) que: "Donde estuvieren dos o tres juntos para mirar lo que es más honra y gloria de mi nombre, yo estoy allí en medio de ellos", es a saber: aclarando y confirmando en sus corazones las verdades de Dios. Y es de notar que no dijo: "Donde estuviere uno solo, yo estoy allí" sino, por lo menos, dos, para dar a entender que no quiere Dios que ninguno a solas se crea para sí las cosas que tiene por ser de Dios, ni se confirme ni afirme en ellas sin la Iglesia o sus ministros, porque con uno solo no se aclarará ni se confirmará la verdad en su corazón, quedando entonces en dicha verdad débil y frío.

12. Porque de aquí es lo que encarece el Eclesiastes (4, 10­12), diciendo: "¡Ay del solo que cuando cayere no tiene quien le levante! Si dos durmieren juntos, se calentarán el uno al otro", es a saber, con el calor de Dios, que está en medio; "uno solo, ¿cómo se calentará?", es a saber: ¿cómo dejará de estar frío en las cosas de Dios? Y, si alguno pudiere más y prevaleciere contra uno, esto es, el demonio, que puede y prevalece contra los que a solas se quieren desenvolver en las cosas de Dios, dos juntos le resistirán, que son el discípulo y el maestro, que se juntan a saber y a hacer la verdad. Y además de eso, de ordinario el que está solo se siente tibio y flaco en su convicción y en la verdad, aunque más la haya oído de Dios, de tal modo que aunque por mucho tiempo san Pablo predicaba el Evangelio que dice él había oído no de hombre, sino de Dios, no pudo por ello dejar de ir a conferirlo con san Pedro y los Apóstoles, diciendo (Gl. 2, 2): "Después, pasados catorce años, subí otra vez a Jerusalén con Bernabé, llevando también conmigo a Tito. Pero subí según una revelación, y para no correr o haber corrido en vano, expuse en privado a los que tenían cierta reputación el evangelio que predico entre los gentiles", no teniéndose por seguro hasta que le dio seguridad el hombre. Es cosa pues notable que san Pablo hiciese algo así, ya que quien le reveló ese Evangelio, ¿no pudiera también revelar la seguridad de las falta que pudieran surgir en la predicación de la verdad del mismo que lo ha revelado?

13. Aquí se da a entender claro cómo no hay que asegurarse en las cosas que Dios revela, sino es por el orden que vamos diciendo porque, dado el caso que la persona aún y todo tenga certeza, como san Pablo tenía de su Evangelio pues lo había comenzado ya a predicar, y que aunque la revelación sea de Dios, todavía el hombre puede errar acerca de ella o en lo tocante a ella. Porque Dios no siempre, aunque dice lo uno, dice por necesidad lo otro, y muchas veces dice una orden o cualquier cosa, y no dice el modo de hacerla ni de llevarla a cabo porque, ordinariamente, todo lo que se puede hacer por acción y consejo humano no lo hace Él ni lo dice, aunque trate muy afablemente mucho tiempo con el alma. Lo cual conocía muy bien san Pablo pues, aunque sabía le era revelado por Dios el Evangelio, lo fue a conferir.
Y vemos esto claro en el Exodo (18, 21­22) donde, tratando Dios tan familiarmente con Moises, nunca le había dado aquel consejo tan saludable que le dio su suegro Jetró, es a saber: que eligiese otros jueces para que le ayudasen y no estuviese esperando el pueblo desde la mañana hasta la noche. El cual consejo Dios aprobó, y no se lo había dicho, porque aquello era cosa que podía caber en razón y juicio humano. Acerca de las visiones y revelaciones y locuciones de Dios, no las suele revelar Dios porque siempre quiere que se aprovechen de los juicios de los justos en cuanto se pudiere, y todas ellas han de ser reguladas por estos, salvo las que son de fe, que exceden todo juicio y razón, aunque no son contra la misma fe.

14. De donde no piense alguno que, porque sea cierto que Dios y los Santos traten familiarmente muchas cosas, por el mismo caso Dios les ha de declarar las faltas que tienen acerca de cualquier cosa, cuando pueden ellos saberlo por otra vía. Y así, no hay que asegurarse porque, como leemos haber acontecido en los Hechos de los Apóstoles que, con ser san Pedro príncipe de la Iglesia y que inmediatamente era enseñado de Dios, acerca de cierta ceremonia que usaba entre las gentes erraba, y sin embargo callaba Dios, hasta tal punto que le reprendió san Pablo, según allí afirma diciendo: "Como yo viese" -dice san Pablo-, "que no andaban rectamente los discípulos según la verdad del Evangelio, dije a Pedro delante de todos: Si siendo tú judío, como lo eres, vives gentílicamente, ¿cómo haces tal ficción que fuerzas a los gentiles a judaizar?" (Gl. 2, 14). Y Dios no advertía esta falta a san Pedro por sí mismo, porque era cosa que caía en razón aquella simulación, y la podía saber por vía racional y con la intervención de la interpelación de sus compañeros.


2.12.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (79)



7. No conviene, pues, ya preguntar a Dios de la manera antigua, ni es necesario que ya hable, pues acabando de hablar toda la fe en Cristo, no hay más fe que revelar ni la habrá jamás. Y quien quisiere ahora recibir cosas algunas por vía sobrenatural, como hemos dicho, sería notar falto a Dios como si no hubiese dado todo lo bastante en su Hijo. Porque, aunque lo haga suponiendo la fe y creyéndola, todavía es esa curiosidad de menos fe. De donde no hay que esperar doctrina ni otra cosa alguna por vía sobrenatural. Porque la hora en que Cristo dijo en la cruz: "Consummatum est" (Jn. 19, 30), cuando expiró, que quiere decir "acabado es", no sólo se acabaron esos modos, sino todas esas otras ceremonias y ritos de la Ley Vieja. Y así, en todo nos hemos de guiar por la ley de Cristo hombre (y de su Iglesia y ministros, humana y visiblemente, y por esa vía remediar nuestras ignorancias y flaquezas espirituales, que para todo hallaremos abundante medicina por esta vía). Y lo que de este camino saliere no sólo es curiosidad, sino mucho atrevimiento. Y no se ha de creer cosa por vía sobrenatural, sino sólo lo que es enseñanza de Cristo hombre, como digo, y de sus ministros, hombres. Tanto es así que dice san Pablo (Gl. 1, 8) estas palabras: "Si algún ángel del cielo os evangelizare fuera de lo que nosotros hombres os evangelizáremos, sea maldito y descomulgado".

8. De donde, pues es verdad que siempre se ha de estar en lo que Cristo nos enseñó, y todo lo demás no es nada ni se ha de creer si no conforma con ello, en vano anda el que quiera ahora tratar con Dios a modo de la Ley Vieja. Cuánto más que no le era lícito a cualquiera de aquel tiempo preguntar a Dios, ni Dios respondía a todos, sino sólo a los sacerdotes y profetas, que eran de cuya boca de quien el pueblo había de saber la ley y la doctrina. Y así, si alguno quería saber alguna cosa de Dios, por el profeta o por el sacerdote lo preguntaba, y no por sí mismo. Y si David por sí mismo algunas veces preguntó a Dios, es porque era profeta, y aún con todo eso no lo hacía sin la vestidura sacerdotal, como se ve haberlo hecho en el primero de los Reyes (23, 9), donde dijo a Abimelec sacerdote: "Applica ad me ephod", que era una vestidura de las más autorizadas del sacerdote, y con ella consultó con Dios. Mas otras veces consultaba a Dios por medio del profeta Natán y por otros profetas. Y por la boca de estos y de los sacerdotes había de creer que procedía de Dios lo que se le decía, y no por su parecer propio.

9. Y así, lo que Dios decía entonces, ninguna autoridad ni fuerza les representaba para darle entero crédito, si por la boca de los sacerdotes y profetas no se aprobaba. Porque es Dios tan amigo de que el gobierno y trato del hombre sea también por otro hombre semejante a la persona humana, y que por razón natural sea esa persona regida y gobernada, que totalmente quiere que las cosas que sobrenaturalmente nos comunica no las demos entero crédito ni hagan en nosotros confirmada y segura fuerza, hasta que pasen por este arcaduz humano de la boca del hombre. Y así siempre que algo dice o revela al alma, lo dice con una manera de inclinación puesta en la misma alma, con el fin de que esta alma luego consulte y la diga a quien conviene decirla y, hasta que eso ocurra, no suele dar entera satisfacción en su revelación, mientras no la tome la persona de otra persona semejante a ella.
Por eso en los Jueces (7, 9­11) vemos haberle acontecido lo mismo al capitán Gedeón que, con haberle Dios dicho muchas veces que vencería a los madianitas, todavía estaba dudoso y cobarde, habiéndole dejado Dios aquella flaqueza hasta que por la boca de los hombres oyó lo que Dios le había dicho. Y fue que, como Dios le vio flaco, le dijo: "Levántate y desciende del real. Cuando oyeres allí lo que hablan los hombres, entonces recibirás fuerzas en lo que te he dicho y bajarás con más seguridad a los ejércitos de los enemigos". Y así fue que, oyendo contar un sueño de un madianita a otro, en que había soñado que Gedeón los había de vencer, fue muy esforzado y comenzó a poner con gran alegría por obra la batalla. Donde se ve que no quiso Dios que ese se asegurase sólo por vía sobrenatural, puesto que no le dio ahí la seguridad hasta que se confirmó por vía natural.

10. Y mucho más es de admirar lo que pasó acerca de esto en Moises que, con haberle Dios mandado con muchas razones y confirmándoselo con señales de la vara en serpiente y de la mano leprosa, que fuese a libertar a los hijos de Israel, estuvo tan dubitativo y oscuro en esta ida que, aunque se enojó Dios, nunca tuvo ánimo para acabar de tener fuerte fe en el caso para ir, hasta que le animó Dios con su hermano Aarón, diciendo (Ex. 4, 14­15): "¿No conozco yo a tu hermano Aarón, levita, y que él habla bien? Y he aquí que él saldrá a recibirte, y al verte se alegrará en su corazón. Tú le hablarás a él, y pondrás en su boca las palabras, y yo estaré con tu boca y con la suya, y os enseñaré lo que hayáis de hacer. Y él hablará por ti al pueblo; él te será a ti en lugar de boca, y tú serás para él en lugar de Dios".


1.12.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (78)



CAPÍTULO 22.
En que se afronta la duda respecto a cómo es que no es lícito ahora en la ley de gracia preguntar a Dios por vía sobrenatural, como lo era en la Ley Vieja. Se prueba recurriendo a la autoridad de san Pablo.


1. De entre las manos nos van surgiendo las dudas, por lo que no podemos correr con la prisa que querríamos para ir avanzando. Porque, así como esas dudas van emergiendo, estamos obligados a retirarlas necesariamente, para que la verdad de la doctrina siempre quede despejada y en su fuerza. Pero las dudas siempre llevan consigo, aunque nos impidan el paso un poco al principio, el servir aún para más doctrina y claridad de nuestro intento, como se verá en la duda presente.

2. En el capítulo precedente hemos dicho cómo no es voluntad de Dios que las almas quieran recibir por vía sobrenatural cosas distintas de visiones o locuciones, etc. Por otra parte hemos visto en el mismo capítulo y colegido de los testimonios que allí se han alegado de la sagrada Escritura que se usaba el dicho trato con Dios en la Ley Vieja y era lícito, y no sólo lícito, sino que Dios se lo mandaba. Y, cuando no lo hacían, los reprendía Dios, como es de ver en Isaías (30, 2), donde reprende el Señor a los hijos de Israel porque, sin preguntárselo a Él primero, querían descender hacia Egipto, diciendo: "No preguntasteis primero a mi misma boca lo que convenía". Y también leemos en Josue (9, 14) que, siendo engañados los mismos hijos de Israel por los gabaonitas, les nota allí el Espíritu Santo esta falta, diciendo: "Recibieron de sus manjares, y no lo preguntaron a la boca de Dios". Y así vemos en la divina sagrada Escritura que Moisés siempre preguntaba a Dios, y el rey David y todos los reyes de Israel, para sus guerras y necesidades, y los sacerdotes y profetas antiguos, y Dios respondía y hablaba con ellos y no se enojaba, y era bien hecho; y si no lo hicieran estaría mal hecho, y así es en verdad. ¿Por qué, pues, ahora en la Ley Nueva y de gracia no lo será como antes lo era?

3. A lo cual se ha de responder que la principal causa de por qué en la Ley de letra escrita eran lícitas las preguntas que se hacían a Dios, y convenía que los profetas y sacerdotes quisiesen revelaciones y visiones de Dios, era porque aún entonces no estaba bien fundamentada la fe ni establecida la Ley evangélica, y así era menester que preguntasen a Dios y que Él hablase, ahora por palabras, ahora por visiones y revelaciones, ahora en figuras y semejanzas, ahora entre otras muchas maneras de significaciones, porque todo lo que respondía, y hablaba, obraba y revelaba, eran misterios de nuestra fe y cosas tocantes a ella o enderezadas a ella. Así que, por cuanto las cosas de fe no son del hombre sino de boca del mismo Dios (las cuales por su misma boca habla, por eso era menester que, como hemos dicho, preguntasen a la misma boca de Dios), y por eso los reprendía el mismo Dios cuando no lo hacían y cuando en sus cosas no recurrían al Señor para que Él respondiese, con el fin de ir encaminando sus casos y cosas a la fe, que aún ellos no tenían sabida, por no estar aún fundada. Pero ya que está fundada la fe en Cristo y manifiesta la Ley evangélica en esta era de gracia, no hay para qué ya preguntarle de aquella manera, ni para que Él hable ya ni responda como entonces. Porque en darnos como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar.

4. Y este es el sentido de aquella autoridad con que comienza san Pablo (Heb. 1, 1­2) a querer inducir a los hebreos a que se aparten de aquellos modos primeros y tratos con Dios de la Ley de Moises, y pongan los ojos en Cristo solamente, diciendo: "Lo que antiguamente habló Dios en los profetas a nuestros padres de muchos modos y de muchas maneras, ahora a la postre, en estos días nos lo ha hablado en el Hijo todo de una vez". En lo cual da a entender el Apóstol que Dios ha quedado como mudo y no tiene más que decir, porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado en el todo, dándonos al Todo, que es su Hijo.

5. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad.
Porque le podría responder Dios de esta manera, diciendo: "Si te tengo ya habladas todas las cosas en mi Palabra, que es mi Hijo, y no tengo otra, ¿que te puedo yo ahora responder o revelar que sea más que eso? Pon los ojos sólo en Él, porque en Él te lo tengo todo dicho y revelado, y hallarás en Él aún más de lo que pides y deseas. Porque tú pides locuciones y revelaciones en parte, y si pones en Él los ojos, no solo hallarás esa parte sino que lo hallarás todo; porque Él es toda mi locución y respuesta y es toda mi visión y toda mi revelación. Lo cual os he ya hablado, respondido, manifestado y revelado, pues os lo he dado por hermano, compañero y maestro, precio y premio. Porque desde aquel día que bajé con mi Espíritu sobre Él en el monte Tabor, diciendo (Mt. 17, 5): "Hic est Filius meus dilectus, in quo mihi bene complacui, ipsum audite", ("este es mi amado Hijo, en que me he complacido, oídle a Él", ya alcé yo la mano para abandonar todas esas maneras de enseñanzas y respuestas y se la di a Él. Oídle a Él, porque yo no tengo más fe que revelar, ni más cosas que manifestar. Que, si antes hablaba, era prometiendo a Cristo; y si me preguntaban, eran las preguntas encaminadas a la petición y esperanza de Cristo, en que habían de hallar todo bien, como ahora lo da a entender toda la doctrina de los evangelistas y apóstoles. Mas ahora, el que me preguntase de aquella manera y quisiese que yo le hablase o algo le revelase, sería de alguna forma pedirme otra vez a Cristo, y pedirme más fe, y ser falto en ella, que ya está dada en Cristo de manera más que suficiente. Y así, haría mucho agravio a mi amado Hijo, porque no sólo en aquello le faltaría en la fe, mas le obligaba otra vez a encarnar y pasar por la vida y muerte primera. No hallarás qué pedirme ni qué desear de revelaciones o visiones de mi parte. Míralo tú bien, que ahí lo hallarás ya hecho y dado todo eso, y mucho más, en Él".

6. "Si quisieres que te respondiese yo alguna palabra de consuelo, mira a mi Hijo, sujeto a Mí y sujetado por mi amor, y afligido, y verás cuántas te responde. Si quisieres que te declare yo algunas cosas ocultas o casos secretos, pon solos los ojos en Él, y hallarás ocultísimos misterios y sabiduría, y maravillas de Dios, que están encerradas en Él, según mi Apóstol (Col. 2, 3) dice: 'En el cual Hijo de Dios están escondidos todos los tesoros de sabiduría y ciencia de Dios'. Los cuales tesoros de sabiduría serán para ti mucho más sublimes y sabrosos y provechosos que las cosas que tú querías saber. Que por eso se gloriaba el mismo San Pablo (1 Cor. 2, 2), diciendo que no había el Apóstol dado a entender que sabía otra cosa, sino a Jesucristo, y a este crucificado. Y si también quisieses otras visiones y revelaciones divinas o materiales, mírale a Él tambien humanizado, y hallarás en eso más de lo que piensas, porque también dice el Apóstol (Col. 2, 9): 'In ipso habitat omnis plenitudo divinitatis corporaliter', ('en Cristo mora corporalmente toda plenitud de divinidad')".


30.11.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (77)



10. Puede el demonio conocer esto, no sólo por su misma naturaleza, sino también de la experiencia que tiene de haber visto a Dios hacer cosas semejantes, y decirlo antes y acertar. También el santo Tobías conoció por la causa el castigo de la ciudad de Nínive, y así amonestó a su hijo diciendo (14, 12­13): "Mira, hijo, en la hora que yo y tu madre muriésemos, sal de esta tierra, porque ya no permanecerá". "Video enim quod iniquitas eius finem dabit", ("yo veo claro que su misma maldad ha de ser causa de su castigo, el cual será que se acabe y sea destruída"). Todo lo cual también el demonio y Tobías podían saber, no sólo en vista de la maldad de la ciudad, sino por experiencia, viendo que tenían los pecados por los que Dios destruyó el mundo en el diluvio, y los pecados de los sodomitas, que también perecieron por fuego; aunque Tobías también lo conoció por espíritu divino.

11. Y puede conocer el demonio que una persona naturalmente no puede vivir más de tantos años y decirlo antes. Y así otras muchas cosas y de muchas maneras que no se pueden abarcar de decir, ni aún esbozar muchas de ellas, por ser intrincadísimas y sutilísimo este ser en ingerir mentiras. Del cual no se pueden los espirituales librar si no es huyendo de todas revelaciones y visiones y locuciones sobrenaturales.
Por lo tanto justamente se enoja Dios con quien las admite, porque ve es temeridad de esa persona meterse en tanto peligro, y presunción y curiosidad, y fuente de soberbia y raíz y fundamento de vanagloria, así como desprecio de las cosas de Dios y principio de muchos males en que vinieron a acabar muchos. Algunas de esas personas tanto vinieron a enojar a Dios que de propósito los dejó errar y engañar, y oscurecer el espíritu, y dejar las vías ordenadas de la vida, dando lugar a sus vanidades y fantasías, según lo dice Isaías (19, 14): "El Señor mezcló en medio, espíritu de revuelta y confusión", que en pocas palabras quiere decir espíritu de entender al revés. Lo cual está diciendo Isaías claramente a nuestro propósito, porque lo dice por aquellos que andaban a saber las cosas que habían de suceder por vía sobrenatural. Y por eso dice que les mezcló Dios en medio de ellos espíritu de entender al revés. No porque Dios les quisiese ni les diese efectivamente el espíritu de errar, sino porque ellos se quisieron meter en lo que naturalmente no podían alcanzar. Enojado de esto, los dejó desatinar, no dándoles luz en lo que Dios no quería que se entremetiesen. Y así, dice que les mezcló aquel espíritu Dios privativamente, es decir, dejándoles confundirse a su propio antojo. Y por tanto de esta manera es Dios causa de aquel daño, es a saber, causa privativa, que consiste en quitar Él su luz y favor, y retirándoselo de tal modo que necesariamente ellos vengan a errar.

12. Y de esta manera da Dios licencia al demonio para que ciegue y engañe a muchos, mereciendolo sus pecados y atrevimientos. Y puede y se sale con ello el demonio, creyendole ellos y teniendole por buen espíritu. Tanto que, aunque sean algunos muy persuadidos de que no es por ese buen espíritu, aún así ellos se empeñan y no hay forma de intentar desengañarles, por cuanto tienen ya por permisión de Dios ingerido el espíritu de entender al revés. Esto mismo leemos (1 Re. 22, 22) haber acontecido a los profetas del rey Acab, dejándoles Dios engañar con el espíritu de mentira, dando licencia al demonio para ello, diciendo: "Prevalecerás con tu mentira y estarán engañados; sal y hazlo así". Y pudo tanto con los profetas y con el rey para engañarlos, que no quisieron creer al profeta Miqueas, que les profetizó la verdad muy al contrario de lo que los otros habían profetizado. Y esto fue porque les dejó Dios cegarse, por estar ellos con afecto de propiedad en lo que querían que les sucediese y respondiese Dios según sus apetitos y deseos, lo cual era una razón y disposición certísima para dejarlos Dios en el propósito de cegarse ellos mismos y de engañarse.

13. Porque así lo profetizó Ezequiel (14, 7­9) en nombre de Dios, el cual, hablando contra el que se pone a querer saber por vía de Dios con morbo, según la variedad de su espíritu, dice: "Cuando el tal hombre viniere al profeta para preguntarme a mí por él, yo, el Señor, le respondere por mí mismo, y pondré mi rostro enojado sobre aquel hombre; y el profeta cuando hubiere errado en lo que fue preguntado, Yo, el Señor, pondré engaño en aquel profeta". Lo cual se ha de entender que es no concurriendo con su favor para que deje de ser engañado, porque eso quiere decir cuando dice: "Yo, el Señor, le responderé por mí mismo, enojado", lo cual es apartar Él su gracia y favor de aquel hombre. De donde necesariamente se sigue el ser engañado por causa del desamparo de Dios. Y entonces acude el demonio a responder según el gusto y apetito de aquel hombre, el cual, como gusta de ello, y las respuestas y comunicaciones son de su voluntad, mucho y fácilmente se deja engañar.

14. Parece que nos hemos salido algo del propósito que prometimos en el título del capítulo, que era probar cómo, aunque Dios responde, se queja algunas veces. Pero, bien mirado, todo lo dicho abunda en probar nuestro intento de dar explicaciones sobre la materia, pues en todo se ve el no gustar Dios de que se quieran y se busquen las tales visiones, pues da lugar a que de muchas maneras sean engañados los individuos en ellas.