Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

2.12.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (79)



7. No conviene, pues, ya preguntar a Dios de la manera antigua, ni es necesario que ya hable, pues acabando de hablar toda la fe en Cristo, no hay más fe que revelar ni la habrá jamás. Y quien quisiere ahora recibir cosas algunas por vía sobrenatural, como hemos dicho, sería notar falto a Dios como si no hubiese dado todo lo bastante en su Hijo. Porque, aunque lo haga suponiendo la fe y creyéndola, todavía es esa curiosidad de menos fe. De donde no hay que esperar doctrina ni otra cosa alguna por vía sobrenatural. Porque la hora en que Cristo dijo en la cruz: "Consummatum est" (Jn. 19, 30), cuando expiró, que quiere decir "acabado es", no sólo se acabaron esos modos, sino todas esas otras ceremonias y ritos de la Ley Vieja. Y así, en todo nos hemos de guiar por la ley de Cristo hombre (y de su Iglesia y ministros, humana y visiblemente, y por esa vía remediar nuestras ignorancias y flaquezas espirituales, que para todo hallaremos abundante medicina por esta vía). Y lo que de este camino saliere no sólo es curiosidad, sino mucho atrevimiento. Y no se ha de creer cosa por vía sobrenatural, sino sólo lo que es enseñanza de Cristo hombre, como digo, y de sus ministros, hombres. Tanto es así que dice san Pablo (Gl. 1, 8) estas palabras: "Si algún ángel del cielo os evangelizare fuera de lo que nosotros hombres os evangelizáremos, sea maldito y descomulgado".

8. De donde, pues es verdad que siempre se ha de estar en lo que Cristo nos enseñó, y todo lo demás no es nada ni se ha de creer si no conforma con ello, en vano anda el que quiera ahora tratar con Dios a modo de la Ley Vieja. Cuánto más que no le era lícito a cualquiera de aquel tiempo preguntar a Dios, ni Dios respondía a todos, sino sólo a los sacerdotes y profetas, que eran de cuya boca de quien el pueblo había de saber la ley y la doctrina. Y así, si alguno quería saber alguna cosa de Dios, por el profeta o por el sacerdote lo preguntaba, y no por sí mismo. Y si David por sí mismo algunas veces preguntó a Dios, es porque era profeta, y aún con todo eso no lo hacía sin la vestidura sacerdotal, como se ve haberlo hecho en el primero de los Reyes (23, 9), donde dijo a Abimelec sacerdote: "Applica ad me ephod", que era una vestidura de las más autorizadas del sacerdote, y con ella consultó con Dios. Mas otras veces consultaba a Dios por medio del profeta Natán y por otros profetas. Y por la boca de estos y de los sacerdotes había de creer que procedía de Dios lo que se le decía, y no por su parecer propio.

9. Y así, lo que Dios decía entonces, ninguna autoridad ni fuerza les representaba para darle entero crédito, si por la boca de los sacerdotes y profetas no se aprobaba. Porque es Dios tan amigo de que el gobierno y trato del hombre sea también por otro hombre semejante a la persona humana, y que por razón natural sea esa persona regida y gobernada, que totalmente quiere que las cosas que sobrenaturalmente nos comunica no las demos entero crédito ni hagan en nosotros confirmada y segura fuerza, hasta que pasen por este arcaduz humano de la boca del hombre. Y así siempre que algo dice o revela al alma, lo dice con una manera de inclinación puesta en la misma alma, con el fin de que esta alma luego consulte y la diga a quien conviene decirla y, hasta que eso ocurra, no suele dar entera satisfacción en su revelación, mientras no la tome la persona de otra persona semejante a ella.
Por eso en los Jueces (7, 9­11) vemos haberle acontecido lo mismo al capitán Gedeón que, con haberle Dios dicho muchas veces que vencería a los madianitas, todavía estaba dudoso y cobarde, habiéndole dejado Dios aquella flaqueza hasta que por la boca de los hombres oyó lo que Dios le había dicho. Y fue que, como Dios le vio flaco, le dijo: "Levántate y desciende del real. Cuando oyeres allí lo que hablan los hombres, entonces recibirás fuerzas en lo que te he dicho y bajarás con más seguridad a los ejércitos de los enemigos". Y así fue que, oyendo contar un sueño de un madianita a otro, en que había soñado que Gedeón los había de vencer, fue muy esforzado y comenzó a poner con gran alegría por obra la batalla. Donde se ve que no quiso Dios que ese se asegurase sólo por vía sobrenatural, puesto que no le dio ahí la seguridad hasta que se confirmó por vía natural.

10. Y mucho más es de admirar lo que pasó acerca de esto en Moises que, con haberle Dios mandado con muchas razones y confirmándoselo con señales de la vara en serpiente y de la mano leprosa, que fuese a libertar a los hijos de Israel, estuvo tan dubitativo y oscuro en esta ida que, aunque se enojó Dios, nunca tuvo ánimo para acabar de tener fuerte fe en el caso para ir, hasta que le animó Dios con su hermano Aarón, diciendo (Ex. 4, 14­15): "¿No conozco yo a tu hermano Aarón, levita, y que él habla bien? Y he aquí que él saldrá a recibirte, y al verte se alegrará en su corazón. Tú le hablarás a él, y pondrás en su boca las palabras, y yo estaré con tu boca y con la suya, y os enseñaré lo que hayáis de hacer. Y él hablará por ti al pueblo; él te será a ti en lugar de boca, y tú serás para él en lugar de Dios".







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