CAPÍTULO 3.
Se explica cómo es que la fe es noche oscura para el alma, y se muestra con razonamientos y aclaraciones autorizadas, así como por los ejemplos de la Sagrada Escritura.
1. La fe dicen los teólogos que es un hábito del alma cierto y oscuro. Y la razón de ser hábito oscuro es porque hace creer verdades reveladas por el mismo Dios, las cuales son sobre toda luz natural y exceden sin proporción alcanzable todo humano entendimiento.
Por eso es que, para el alma, esta excesiva luz que se le da de fe le es oscura tiniebla, porque lo más potente oculta, vence y supera lo menos, así como la luz del sol supera a otras cualesquiera luces, de manera que no parezcan luces cuando ella alumbra, y vence nuestra potencia visiva, de manera que antes la ciega y priva de la vista que se le da por cuanto su luz es muy desproporcionada y excesiva a la vista directa. Así, la luz de la fe, por ser grande en exceso, oprime y vence la del entendimiento, la cual sólo se extiende y alumbra hacia su propia ciencia natural, aunque eso no descarta el que tenga visión para lo sobrenatural en cuanto Nuestro Señor la quisiere poner en acto sobrenatural.
2. De donde ninguna cosa, de suyo, puede saber esta luz natural que no sea por su propia vía natural, la cual es sólo la que alcanza por los sentidos y para conseguir verlos ha de tener las formas y las figuras de los objetos presentes en sí o en sus semejantes, ya que de otra manera no le sería posible. Porque, como dicen los filósofos, "del objeto presente y de su visión nace en el alma la noticia". De donde, si a uno le dijesen cosas que él nunca alcanzó a conocer ni jamás vio semejanza de ellas, en ninguna manera le quedaría más luz de ellas que si no se las hubiesen dicho.
Pongo ejemplo: si a uno le dijesen que en cierta isla hay un animal que él nunca vio, si no le dicen de aquel animal alguna semejanza que él ya haya visto en otros, no le quedará más imagen ni figura de aquel animal que antes, por más que le cuenten del fantástico animal.
Con este ejemplo más claro se entenderá mejor: si a uno que nació ciego, el cual nunca vio color alguno, le estuviesen diciendo cómo es el color blanco o el amarillo, por más que le explicasen no entendería sino una incierta idea, porque nunca vio los tales colores ni sus semejanzas, para poder juzgar de ellos, por lo que solamente se le quedaría el nombre de ellos ya que sus nombres los puede percibir con el oído, mas la forma, la figura, el tono y el color no, porque nunca lo vio.
3. De esta manera es la fe para con el alma, que nos dice cosas que nunca vimos ni entendimos en sí ni en sus semejanzas, pues no la tienen. Y así, de ella no tenemos luz de ciencia natural, pues a ningún sentido es proporcionado lo que nos dice, sin embargo lo sabemos por el oído creyendo lo que se nos enseña, sujetando y cegando nuestra luz natural. Porque, como dice San Pablo (Rm. 10, 17), "la fe entra por oír", no es ciencia que entra por ningún sentido, sino sólo es consentimiento del alma de lo que entra por el oído al escucharla por alguien que nos la da a conocer.