5. Ahora mencionemos el segundo efecto que hacen en ella, el cual es de muchas maneras, porque los apetitos cansan al alma, y la atormentan, y oscurecen, y la ensucian, y la enflaquecen. Iremos mencionando cada uno de esos cinco daños.
6. Cuanto al primero, es evidente que los apetitos cansan y fatigan al alma, porque son como unos hijuelos inquietos, caprichosos y de mal contento, que siempre están pidiendo a su madre uno y otro, y nunca se sacian. Y así como se cansa y fatiga el que cava por codiciar un tesoro, así se cansa y fatiga el alma por conseguir lo que sus apetitos le piden. Y, aunque finalmente lo consiga, siempre se cansa porque nunca se satisfacen; porque, después de todo, son cisternas rotas las que cava, que no pueden tener agua para satisfacer la sed (Jer. 2, 13). Y así, como dice Isaías (29, 8): "Está su apetito vacío". Y se cansa y fatiga el alma que tiene apetitos, porque es como el enfermo de intensas fiebres, que no se halla bien hasta que se le baje la temperatura, y cada rato le crece la sed. Porque, como se dice en el libro de Job (20, 22): "Cuando hubiere satisfecho su apetito, quedará más angustiado y agravado; creció en su alma el calor del apetito y así caerá sobre él todo dolor".
Se cansa y se fatiga el alma con sus apetitos, porque es herida y movida y turbada de ellos como el agua de los vientos, y de esa misma manera la alborotan, sin dejarla sosegarse en un lugar ni en una cosa. Y de tal alma dice Isaías (57, 20): "El corazón del malo es como el mar cuando hierve"; y es malo el que no vence los apetitos.
Se cansa y se fatiga el alma que desea cumplir sus apetitos, porque es como el que, teniendo hambre, abre la boca para hartarse de viento y, en lugar de hartarse, se seca más, porque ese no es su manjar. A este propósito dijo Jeremías (2, 24): "En el apetito de su voluntad atrajo hacia sí el viento de su afición". Y luego dice adelante (2, 25) para dar a entender la sequedad en que esta tal alma queda, advirtiendo: "Aparta tu pie"- esto es, tu pensamiento-, "de la desnudez, y tu garganta de la sed", es a saber, tu voluntad de intentar satisfacer al apetito porque solo consigue más sequía.
Y así como se cansa y fatiga el enamorado en el día de la esperanza cuando le salió su lance en vacío, así se cansa el alma y fatiga con todos sus apetitos y cumplimiento de ellos, pues todos le causan mayor vacío y hambre; porque, como comúnmente dicen, el apetito es como el fuego que, echándole leña, crece, y luego que la consume, por fuerza ha de desfallecer.
7. Y aún el apetito es de peor condición en esta parte; porque el fuego, una vez agotada la leña, decrece; mas el apetito no decrece en aquello que se aumentó cuando se llevó a cabo su obra -es decir, cuando se intentó satisfacer dicho apetito-, aunque se acabe la materia sino que, en lugar de decrecer, como el fuego cuando se le acaba la suya, él desfallece en fatiga y se incrementan sus deseos, porque queda aumentada el hambre y disminuido el manjar. Y de este habla Isaías (9, 20), diciendo: "Declinará hacia la mano derecha, y habrá hambre; y comerá hacia la siniestra, y no se hartará". Porque estos que no mortifican sus apetitos, justamente, cuando declinan, ven la hartura del dulce espíritu de los que están a la diestra de Dios, la cual a ellos no se les concede y, justamente, cuando corren hacia la siniestra, que es cumplir su apetito en alguna criatura, no se hartan, pues dejando lo que sólo puede satisfacer, se apacientan de lo que sólo les causa más hambre.
Queda evidente, pues, que los apetitos cansan y fatigan al alma y, a la par, nunca la safisfacen.