Acabadas las tareas del rezo y sacrificio, y determinadas horas de oración y contemplación, así como alguna lectura de libros devotos, es muy del caso la persuasión de los antiguos monjes a las labores manuales. En efecto, porque la ociosidad es uno de los vicios en los que más se aprovecha el enemigo de nuestra salvación.
El gran Casiano refiere del Abad Paulo, célebre entre los solitarios de aquellos tiempos, que ocupaba las horas de ocio en recoger hojas de palmas para formar espuertillas, y al cabo del año pegaba fuego a sus tareas, para tener motivo de volver a rehacerlas. Y da la razón de esta actitud el santo monje: "probans sine opere manun neque in locum posse monachun perdurare; nec ad perfectionis culmen aliquando trascendere: et cum hoc fieri nequaquam necesitas victus erigeret; pro sola purgatino cordis, et cogitationum soliditate, ac perseverantia cellae, vel accediae ipsius victoria, et expugnatione perfiere". Dando a entender, que no siendo la necesidad del sustento cotidiano la que le hacia solícito en estas tareas, trabajaba en ellas solo para poder perseverar constante en tanto retiro, purgar en esta vida los defectos, y purificar el corazón de los malos gustos contraídos.