Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

3.2.24

Composición poética a la cruz de nuestro Señor



¡Canto a la cruz! ¡Que se despierte el mundo!
¡Pueblos y reyes, escuchadme atentos!
¡Que calle el universo a mis acentos
con silencio profundo!

¡Y Tú, supremo autor de la armonía,
que prestas voz al mar, al viento, al ave,
resonancia concede al arpa mía
y en conceptos de austera poesía
el poder de la cruz deja que alabe!





Se asombra el orbe, se conmueve el cielo de ese nombre al lanzar eco infinito,
que aterroriza al immortal precito
en su mansión de duelo.

Canto a la cruz. El ángel de rodillas
postra a tal voz la luminosa frente;
tú, excelso querubín, tu ciencia humillas,
y del amor las altas maravillas
absorto adora el serafín ardiente.

Alzad vuestro pendón brillante y puro,
¡oh de la fe sublimes campeones!
Y que su luz dirija a las naciones,
al porvenir oscuro.

Sólo él -que a miles las victorias cuenta-
disipar puede sombras y vestigios.
Sólo él, que eterno la verdad sustenta,
y como en firme pedestal,
se asienta en la ceviz de diez y nueve siglos.

¡Alzad, alzad vuestro estandarte regio,
a cuyo aspecto hundiose el abismo
los dioses del antiguo paganismo
desde su Olimpo egregio!

Alzadlo, cual lo alzó resplandeciente,
como emblema de triunfo Constantino,
sobre el cesáreo lauro de su frente,
las águilas de Roma armipotente,
párias rindiéndole al lábaro divino!

Alzadlo cual le halló -noble, pujante,
más fuerte que los pueblos y los reyes-
sobre escombros de razas y de leyes
el bárbaro triunfante.

Por sus bridones con desprecio hollado
fue el esplendor romano envejecido;
mas de esa cruz ante el poder sagrado
detúvose el torrente desbordado
y el ruego al vencedor dictó el vencido.

Alzadlo cual se alzó, piadoso y bello,
a ennoblecer bajo su blando yugo
el que al destino descargar le plugo
de América en el cuello.

Dió un paso el tiempo, y a su influjo vario,
que tan pronto derriba como encumbra,
ya no es de un mundo el otro tibutario,
mas inmutable al signo del Calvario
el sol del Inca y del Azteca alumbra.

¡Alzad la cruz! Su apoyo necesita la vacilante humanidad,
¿no la veis, a la par doliente y fiera,
cuan convulsa se agita?

Lanzada entre problemas pavorosos,
y a impulsos, ¡ay!, de un vértigo profundo,
¿qué le valdrán esfuerzos dolorosos
si de esa cruz los brazos poderosos
no hallan asiento y salvación al mundo?

Alzad, alzad vuestro pendón divino,
símbolo de salud, cifra de gloria,
pues solo y siempre explicará la historia del humano destino.

¡Alzadlo!, que los siglos presida como la ígnea columna del desierto,
que entre las sombras, de esplendor vestida,
para alcanzar la tierra prometida
señalaba a Israel camino cierto.

¡Alzad la cruz, con cuyo austero nombre
su progreso marcó la era cristiana,
mostrándole ella, en acta soberana,
la libertad del hombre!

Fue su conquista y ella la afianza,
diciendo al porvernir como al pasado
que solo en ella la igualdad se alcanza,
pues son sus brazos la única balanza
donde pesan al par cetro y cayado.

Allí también la omnipotente diestra
pesó el valor del mundo.., ¡oh maravilla,
que si del hombre la razón humilla
su dignidad demuestra!

Sí, pesó al mundo la eternal justicia,
lo pesó por alzar el que lo abate
yugo cruel, de la infernal malicia...
Y en aquel tanto amor cargó propicia
que la vida de un Dios fue su rescate.

Por eso en los ásperos brazos
del leño sagrado se ostentan
las manos que al orbe sustentan
las manos que rigen al sol.

Por eso en gemidos se ahoga
la voz que a la nada fecunda,
velada por sombra profunda
la luz de la gloria de Dios.

Tú espiras, ¡Autor de la vida!
La muerte contigo se ensaña...
¡Más rota quedó la guadaña
al darte su golpe cruel!
Subiendo a tu trono sangriento
su trono por siempre derrumbas...
¡Los muertos, rompiendo sus tumbas
recogen tu aliento postrer!

El rey de la tierra probando
fatal fruto del árbol de ciencia,
la muerte nos dió por herencia
y esclavos nos hizo del mal.

El rey de los cielos, cual fruto del árbol de amor, nos convida,
la patria nos devuelve y la vida,
por padre al Eterno nos dá.

Florece, árbol santo, que el astro de eterna verdad te ilumina,
y el riego de gracia divina
fomenta tu inmensa raíz.
Florece: tus ramas extiende,
la estirpe de Adán fatigada repose a tu sombra sagrada,
del uno al opuesto confín.

Te acaten pasando los siglos,
y tú los presidas inmoble,
y toda rodilla se doble
al pié de tu eterno vigor.
Los cielos, la tierra, el abismo,
se inclinen si suena tu nombre...
¡Tú ostentas a Dios hecho hombre!
¡Tú elevas el hombre hasta Dios!


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