Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

4.12.23

Oración para la Octava de Pascua de Resurrección



Simultáneamente al Tiempo Pascual (período litúrgico de cincuenta días en los que la Iglesia Católica celebra la cúspide de la obra de la salvación, que es la Resurrección de Cristo, el Señor), también conocido como "Cincuentena Pascual", y que concluye con la Solemnidad de Pentecostés, empieza también la llamada "Octava de Pascua". La Octava de Pascua es la primera semana de la Cincuentena Pascual que acabamos de explicar, y como su nombre sugiere, equivale al periodo de ocho días continuos en los que se celebra la Resurrección de Cristo. Lo hermoso de estos ocho días, que van de domingo a domingo, radica en que deben ser vividos como si fueran "un solo día". Se trata, pues, de un "largo domingo" o "gran domingo" en el que el júbilo por Cristo que ha resucitado y ha vuelto a la vida se prolonga con la misma intensidad.

El Salvador resucitado se hizo ver de las santas mujeres y de los discípulos; pero nada dice el Evangelio respecto a su gloriosa Madre, partícipe también de su pasión. Este silencio es elocuente. María, la llena de gracia, la llena de fe, la llena de amor, ¿necesitaba ver corporalmente a Jesús para creer en su Resurrección? Además, ¿separaría la muerte misma aquellas dos almas de Hijo y Madre?

Respetemos tan sagrados secretos, penetrados al mismo tiempo de la firme certeza de que nadie pudo antes que la Santísima Virgen, gozar el júbilo inmenso de la Resurrección de su Hijo.



Oración:
Madre venturosa del vencedor del sepulcro, nosotros no hemos visto, como Magdalena y los discípulos de Jesús, el Divino cuerpo del que era, como dice la Escritura, el primogénito de entre los muertos, pero creemos con Vos en su Resurrección triunfante, y con Vos cantamos aleluya en el santuario de nuestra alma.

¡Ah, Señora!, no nos corresponde sino alabar silenciosos el secreto sagrado de las inefables alegrías que, antes que nadie, recibísteis con la gran victoria de vuestro divino Hijo, pero transportados por el propio regocijo osamos, ¡oh María!, congratularnos con Vos, y rogaros que en agradecimiento de ese gran suceso -cuya eterna memoria celebramos-, os dignéis obtenernos del que subió a los cielos y está a la diestra del Padre, el honor de ser parte en el triunfo de su Resurrección.

Amén.


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