Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

20.12.23

Dies Irae (traducido y en paráfrasis)



¡O día de cólera y de venganza, que debe de reducir a cenizas todo el universo, según los oráculos de David y las predicciones de la Sibila!

¡Cual será el terror de los hombres, cuando aparezca el soberano Juez para examinar todas sus acciones, según el rigor de su justicia!

Haciéndose oír el horrísono son de la trompeta sobre los sepulcros, reunirá a todos los muertos ante el tribunal del Señor.

Toda la naturaleza, la muerte misma, se llenarán de asombro y de terror cuando resuciten los hombres, para responder ante este Juez terrible.

Se abrirá el libro en que está escrito cuanto debe servir de materia a este juicio formidable.

Y una vez el Juez se siente sobre su trono, se verá al descubierto todo lo que estaba oculto, y ningún delito quedará impune.

¿Qué diré yo entonces, miserable? ¿A quién suplicaré que interceda por mí con el Juez, ante quien hasta los justos no se atreven a comparecer sino temblando?

¡Oh Rey, cuya majestad nos será entonces tan terrible! Dios, que salvas a todos tus elegidos por una misericordia totalmente gratuita, sálvame por esa misma infinita bondad, mientras aún pueda implorar.

Acuérdate, ¡oh piadosísimo Jesús!, de que por mí has descendido del cielo a la tierra, no me pierdas en aquel día terrible.

Te has querido cansar buscándome, has sufrido muerte de cruz por rescatarme..., no permitas que yo pierda el fruto de tus trabajos.

¡Oh justo Juez!, que castigarás los crímenes con una inflexible justicia, concédeme el perdón de mis faltas antes del día de tu riguroso juicio.

Conozco que soy culpable, y mis pecados me hacen llorar y me cubren de confusión; perdona, Dios mío, a este criminal que implora tu misericordia.

Tú, que perdonaste a María la pecadora, y oíste las súplicas del ladrón que te imploraba, tú me has dado motivo de que espere en tu bondad.

Sé que mis súplicas son indignas de ser oídas, pero sólo me apoyo en tu clemencia, y a ella pido el no ser condenado al fuego eterno.

Sepárame de los machos cabríos que estarán a tu izquierda, y colócame a la derecha con las ovejas de tu rebaño.

Sepárame de aquellos malditos que arrojarás de tu presencia y que condenarás a los tormentos, y llámame hacia Ti, con los que ha bendecido tu Padre.

Me prosterno ante tu majestad con un corazón traspasado por el dolor de mis culpas, y te encomiendo mi muerte y lo que debe seguirla para siempre.

¡Oh día terrible, en el cual el hombre culpable saldrá del polvo del sepulcro, para ser juzgado por aquél a quien ofendió!

Perdona, ¡oh Dios de misericordia!, y concede, ¡oh Jesús amantísimo!, concede el eterno descanso a aquellos por quienes te imploramos.

Amén.


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