Qué dulce me sería, amable Salvador mío, pertenecer al número de los felices cristianos a quienes la pureza de conciencia y una tierna piedad permiten aproximarse todos los días a vuestra sagrada mesa. ¡Qué ventaja para mí, si pudiese en este momento poseeros en mi corazón, y participar de las gracias que derramáis en los que os reciben realmente!
Pero ya que soy indignísimo, suplid, Dios mío, a la indisposición de mi alma. Perdonadme todos mis pecados, que detesto porque han sido en ofensa vuestra; recibid el sincero deseo que tengo de unirme a Vos; purificadme con una de vuestras miradas, y ponedme en estado de recibiros con frecuencia.
Mientras tanto, Redentor mío, permitidme como a la cananea recoger algunas migajas de vuestra santa mesa, haciéndome participar del fruto que la comunión del sacerdote debe producir en todo el pueblo fiel, presente a este sacrificio, celebrado en memoria de vuestra pasión, de vuestra muerte, de vuestra Resurrección gloriosa, y de vuestra triunfante ascensión. Que la virtud del Divino Sacramento aumente mi fe, fortifique mi esperanza, encienda en mí la caridad, de manera que yo no respire más que por Vos, ni viva más que para Vos.
Amén.
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