Dignaos, Señor Dios, Padre Omnipotente, ratificar en el cielo la sentencia que vuestro Ministro acaba de pronunciar en la tierra, y recibid las humildes gracias que os tributo por una bondad de la que me reconozco indignísimo. Pues, Juez clementísimo, Vos me perdonáis después de tantas recaídas, de tantas ingratitudes, de tantas infidelidades...
Así sea, Señor, para gloria vuestra, pero no permitáis que, abusando vilmente de tan gran misericordia e inutilizándola en mi propio daño, vuelva yo a infringir otra vez vuestros divinos preceptos.
Nada tengo propio que ofreceros en correspondencia de vuestros beneficios incesantes, pero os presento, Señor, como holocausto digno de Vos y en homenaje perpetuo de reconocimiento, todas las virtudes y todos los merecimientos de vuestro Hijo divino, a quien voy a tener la honra de recibir en la comunión [nota: si no es posible recibir la comunión tras la confesión, dígase la comunión espiritual al menos], y que tuvo la gran caridad de dejarnos tan rica herencia como remedio de nuestra natural pobreza.
Por Él he podido ser hoy perdonado; por Él también os rindo mis adoraciones y acciones de gracias; y por Él os suplico recibáis mi alma y cuerpo, que dedico para siempre a vuestro santo servicio, en honra de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo, y Espíritu Santo.
Amén.
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