¡De ti demando, oh Dios mío, misericordia!
Ten misericordia del alma mía,
líbrala ya del ofresor infando,
cuya audaz tiranía
pretendió hacerla esclava.
Que tu fuerte diestra
su yugo destruya,
diestra que el empíreo alaba,
y el rastro vil de mi deshonra lava.
Según la gran misericordia tuya,
lávame más y más, que está delante de mis ojos mi culpa,
y me acobarda su recuerdo incesante.
Pues nunca tu piedad se muestra tardía
si a ella recurre un pecho arrepentido,
no desoigas mi voz, cuando con llanto,
misericordia pido.
Falté, Señor, a tu precepto santo,
mas Tú tendrás clemencia,
porque engendrado en el pecado he sido
y fue el pecado mi primera herencia.
Tú eres de mi alma dueño,
purifícala y templa su amargura,
dispensándola, ¡oh Dios!, depuesto el ceño,
del perdón la dulzura.
Digno soy de tu enojo,
y es tu venganza justa,
mas no me arrojes como vil despojo
de tu presencia augusta.
Recuerda por piedad que en algún día
de tu amor me mostraste los secretos,
y adoré tu gran sabiduría
y tus celestiales decretos.
Retórname, pues, Señor, retórname a aquellas glorias, ventura y calma,
borrando del pecado sus infames huellas
renueva ya mi alma.
Hazla sentir los santos embelesos
con que al perdón benéfico acompañas,
y temblarán gozosas mis entrañas
estremecidos de placer mis huesos.
Feliz entonces, con sublime canto,
celebraré tus dones,
conocerán tu nombre sacrosanto
las naciones extrañas.
Con ecos de perpetuas bendiciones
se extenderá tu excelso poderío,
para que el ciego a conocerte aprenda
y a ti venga el hombre impío
abandonando su precita senda
y así ensalzando el nuevo beneficio.
Mi agradecido pecho te ofreceré por grato sacrificio,
un corazón en lágrimas deshecho tú lo recibirás benigno y dulce,
pues nunca rechazaste al penitente.
Y luego, más ferviente, por tu pueblo rogando,
Alza -diré- tu brazo omnipotente,
que tu poder destruya al enemigo,
y mira clemente a tu culpable grey
según la gran misericordia tuya.
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