Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

4.3.23

"Subida al Monte Carmelo" y "Noche Oscura", de San Juan de la Cruz, actualizada (169)



5. Hay otro provecho muy grande en esta noche para el alma, y es que se ejercita en las virtudes en conjunto, como en la paciencia y longanimidad, que se mejoran bien en estos vacíos y sequedades al sufrir perseverando en los espirituales ejercicios sin consuelo y sin gusto. Se ejercita también la caridad de Dios, pues ya no por el gusto atraído y saboreado que halla en la obra es la persona movida, sino sólo por Dios. Ejercita aquí también la virtud de la fortaleza, porque en estas dificultades y sinsabores que halla en el obrar saca fuerzas de sus flaquezas, y así se hace fuerte. Y, finalmente, en todas las virtudes, así teologales como cardinales y morales, corporal y espiritualmente se ejercita el alma en estas sequedades.

6. Y sobre que en esta noche consigue el alma estos cuatro provechos que ya hemos dicho, conviene a saber: delectación de paz, ordinaria memoria y solicitud de Dios, limpieza y pureza del alma y el ejercicio de virtudes que acabamos de decir, lo menciona David (Sal. 76, 4), como lo experimentó él mismo estando en esta noche, por estas palabras: "Mi alma desechó las consolaciones, tuve memoria de Dios y hallé consuelo y me ejercité, y desfalleció mi espíritu". Y luego dice (v. 7): "Y medité de noche con mi corazón, y me ejercitaba, y barría y purificaba mi espíritu", eso es, de todas las afecciones.

7. Acerca de las imperfecciones de los otros tres vicios espirituales que allí dijimos que son la ira, envidia y acidia o hastío, también en esta sequedad del apetito se purga el alma y adquiere las virtudes a ellas contrarias puesto que, moldeable y humillada por estas sequedades y dificultades y otras tentaciones y trabajos en que entre las introspecciones de esta noche Dios la ejercita, se hace mansa para con Dios y para consigo, así como también para con el prójimo. Por lo tanto ya no se enoja con alteración sobre las faltas propias contra sí misma, ni sobre las ajenas contra el prójimo, ni acerca de Dios trae disgusto y querellas descomedidas porque no le hace pronto lo bueno que desea.

8. Respecto de la envidia, también aquí tiene caridad con los demás porque, si alguna vez sufre envidia, no es viciosa como antes solía cuando le daba pena que otros fuesen a él preferidos y que le llevasen la ventaja, puesto que ya aquí se la tiene mostrada y se da cuenta que los otros son mejores que ella misma, al verse tan miserable como se ve. Y así es que la envidia que tiene, si la tiene, es virtuosa, deseando imitarlos en sus obras y aspectos buenos, lo cual es mucha virtud.

9. Las acidias, hastíos y tedios que aquí tiene de las cosas espirituales tampoco son viciosas como antes, puesto que aquéllos procedían de los gustos espirituales que a veces tenía y pretendía tener cuando no los hallaba. Sin embargo estos otros tedios no proceden de esta flaqueza del gusto, porque se la tiene Dios retirada respecto a todas las cosas, al situarla en esta purgación del apetito.

10. Además de estos provechos que mencionamos, otros innumerables se consiguen por medio de esta seca contemplación. Porque en medio de estas sequedades y aprietos muchas veces, cuando menos se piensa, comunica Dios al alma suavidad espiritual y amor muy puro y noticias espirituales, a veces muy delicadas, cada una de mayor provecho y valor que cuanto antes gustaba, aunque sin embargo el alma al principio no piensa así, porque es muy delicada la influencia espiritual que aquí se da, y por ello no la percibe el sentido.

11. Finalmente, por cuanto aquí el alma se purga de las afecciones y apetitos sensitivos consigue libertad de espíritu, por lo que se van granjeando los doce frutos del Espíritu Santo. También aquí admirablemente se libra de las manos de los tres enemigos: mundo, demonio y carne porque, apagándose el sabor y gusto sensitivo acerca de las cosas mundanas y materiales, no tiene el demonio, ni el mundo, ni la sensualidad armas ni fuerzas contra el espíritu.

12. Estas sequedades hacen, pues, al alma andar con pureza en el amor de Dios, puesto que ya no se mueve a obrar por el gusto, fruto y sabor de la obra, como por ventura lo hacía cuando gustaba, sino sólo por dar gusto a Dios. Se hace el alma no presumida ni glotona ni harta, como por ventura en el tiempo de la prosperidad solía, sino recelosa y temerosa de sí misma, no teniendo en sí satisfacción ninguna, en lo cual está el santo temor que conserva y aumenta las virtudes. Apaga también esta sequedad las concupiscencias y bríos naturales, como también hemos dicho porque aquí, si no es el gusto que de suyo Dios le infunde algunas veces, muy raramente halla gusto y consuelo sensible por su diligencia en alguna obra y ejercicio espiritual, como ya se ha dicho.

13. Le crece también en esta noche de sequedades el cuidado de Dios y las ansias por servirle porque, como se le van secando las fuentes de la sensualidad con las que sustentaba y surgían los apetitos tras los que iba, sólo queda patente y desnudo el ansia de servir a Dios, que es cosa para Dios muy agradable pues, como dice David (Sal. 50, 19), el espíritu atribulado es sacrificio para Dios.







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