La pastorcita aprendió
el Padrenuestro de niña.
Cuando la halló el ermitaño,
ya rezarlo no sabía,
que en diciendo "¡Padre!",
tantas ansias de amor le venían,
que las palabras que siguen
olvidadas las tenía.
Su oración se quedó en "¡Padre!",
pasar de ahí no sabía.
La oración así tronchada,
¡cómo a Dios le agradaría!
José María Pemán
No hay comentarios:
Publicar un comentario