El segundo precepto de la ley de Dios es amar al prójimo como a nosotros mismos.
¿Tengo caridad con el prójimo? ¿Practico alguna obra de misericordia? ¿No podría yo practicar alguna de las obras de misericordia que nos enseña la Iglesia Católica, enseñando a alguno que no sabe, dando algún buen consejo a alguno que lo necesita, corrigiendo bondadosamente a alguno que se equivoca, perdonando alguna injuria o falta, etc.?
¿Doy alguna limosna o caridad? ¿La doy a proporción de lo que tengo? ¿La doy por ostentación y sólo cuando luce? ¿La doy con mal gesto, con disgusto, con rabia? ¿La doy con prudencia y utilidad? ¿La doy a los más necesitados, a los parientes, en igualdad de circunstancias? ¿La doy a los más buenos en igualdad de circunstancias?
¿Tómo algún trabajo personal y voluntario para hacer el bien?
Y cuando yo no puedo dar, ¿favorezco, si puedo, de otro modo? ¿Favorezco con mi influencia o dirección?
¿Acaso por pretexto de que tal vez engañan, cierras el corazón a la caridad?
¿No podría visitar algo menos a los ricos, y un poco más a los pobres y necesitados? ¿No podría regalar un poco menos a los ricos, y dar más a los pobres y necesitados?
¿No podría tener la delicadeza de sostener al que está en peligro, dar la mano al que está caído, no exasperar al que está desalentado, disimular mis antipatías, atender a los postergados injustamente y sin culpa por la sociedad, tener paciencia con los desgraciados?
Generosidad, oportunidad, delicadeza: he aquí tres buenas cualidades de la caridad.
| Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
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