In tempore autem illo consurget Michael princeps magnus, qui stat pro filiis populi tai. (Dan. XII, 1).
Y en aquel tiempo se levantaré Miguel, príncipe grande, que es el defensor de los hijos de tu pueblo.
¿Y habré de terminar estas páginas sin decir algo de mi gran protector San Miguel Arcángel? No, por cierto, que fuera ingratitud monstruosa la mía el callarme de pusilánime por no sé qué vanos temores. Porque si San José es abogado de los agonizantes, y conviene tenerle mucha devoción, San Miguel es el juez de las almas, y de él reciben a nombre de Jesucristo, que tiene la verdadera judicatura sobre los vivos y los muertos, la sentencia final.
El arcángel San Miguel tiene a su cargo el patrocinio del linaje humano y la protección de la Iglesia universal. A los mil Angeles de guarda que le fueron asignados a la Santísima Virgen mientras vivió en este mundo, dice la Venerable Madre Agreda, en la 1a. parte, libro I, cap. XIV, n.° 205: "Y para disponer mejor este invencible escuadrón de Angeles, fue señalado por su cabeza el príncipe de la milicia celestial San Miguel, que si bien no asistía siempre con la Reina, pero muchas veces la acompañaba y se le manifestaba. El Altísimo le destinó para que en algunos misterios, como especial embajador de Cristo Señor nuestro, atendiese a la guarda de su Santísima Madre".
San Miguel ha querido, para utilidad del género humano, ejercitar las virtudes propias de los nueve coros angélicos. En efecto, él cuida de guardar y acompañar a las personas particulares, lo mismo que los Angeles. Y advierte San Bruno, que debemos dar a este Arcángel infinitas gracias por habernos designado un Ángel de la guarda a cada uno de nosotros. Y cual si San Miguel fuese del segundo coro en que están los Arcángeles a quienes toca una protección más universal de hombres insignes, el fue el tutor y protector de Adán y Eva después de su pecado, y andando el tiempo de Patriarcas santísimos, Reyes, Profetas, Apóstoles, Pontífices y Mártires, como lo prueban Pantaleón y otros Doctores. Los Principados son el más alto grado de la primera jerarquía angélica, presiden a los Angeles y Arcángeles, y su oficio es guardar reinos. Por emplearse en esto San Miguel, el profeta Daniel le da el nombre de príncipe, porque se cuidaba de guardar el pueblo hebreo. Y en el libro de Josué, capítulo V, se le llama también "príncipe del ejército del Señor", y con razón, pues venía, dice el P. Scío en las notas, revestido de la autoridad del mismo Dios, hablaba en su nombre y era propiamente el órgano del Verbo divino.
En el coro de las Potestades, que es donde principia la segunda jerarquía, cuida San Miguel de refrenar también los ímpetus de los demonios. Con cuánta eficacia desempeña este cargo nuestro Arcángel se deduce de la Sagrada Escritura donde dice: "Y hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus Angeles peleaban con el dragón y sus ángeles. Y no prevalecieron éstos, ni su lugar fue hallado ya más en el cielo". Las virtudes que forman el número dos del segundo coro, tienen a su cargo el obrar maravillas y milagros en la naturaleza.
Dice, pues, San Gregorio el Grande al principio de la tercera lección del 2o. nocturno, en el Oficio de San Miguel, 29 de Septiembre: "Quoties mirae virtutis aliquid cigitur, Michael mitti perhibetur". Que quiere decir: "cuantas veces se obra alguna cosa de maravilla y poder, San Miguel es el enviado". Las Dominaciones, esto es, los que por excelencia se llaman señores entre los Angeles, mandan a éstos, a los Arcángeles, Principados, Potestades y Virtudes. Pues bien, todos los Angeles son llamados ministros de San Miguel, y en los Oficios eclesiásticos se apellidan sus soldados.
Pantaleón dice: "Tiene el primer lugar Miguel entre los millares de millares, y diez mil millares de Angeles".
Los Tronos, primer eslabón del tercer coro, son ministros de Dios. San Miguel, prefecto del paraíso, es el juez que da, a nombre de Jesucristo, sentencia de salvación o condenación; él es el que ha de llamar con formidable trompeta a todos los siglos para que vengan a juicio, él llevará la cruz a vista de todos, que por eso se llama "Signifer", que quiere decir abanderado, portaestandarte, el que conduce la bandera.
El octavo coro corresponde a los Querubines. A ellos es a quienes se atribuye la sabiduría, por aventajarse en el conocimiento de las perfecciones y obras divinas. San Miguel sobresale tanto en esto, que de El es de quien reciben los profundos conocimientos que tienen los Apóstoles, Evangelistas, Doctores y Profetas.
El noveno y último coro es de los Serafines, que si éstos aman a Dios más de lo que se puede decir ni pensar, San Miguel los deja atrás a todos, por ser El una hoguera, un incendio de amor de Dios. Sí, entre los ministros de fuego, quiero decir entre los Serafines, San Miguel es el primero. Se llama arcángel, no porque no sea el primero de los Serafines, sino porque es cabeza y capitán de los Angeles.
No hay, dice Gromacio, entendimiento humano que baste a declarar la alteza, honra y gloria del principado de San Miguel; a lo cual añade Ruperto, "in Apocal.": "Son muchas con exceso, y más de las que se pueden decir, las cosas que por intervención de este Príncipe de los Angeles se han hecho".
San Miguel recibió de Dios la potestad judiciaria, por ser su Vicario, Justicia mayor, Adelantado, Pretor de su reino y Juez de las almas que Jesucristo redimió con su preciosa sangre. Y aun algunos autores le llaman "Custos fidelium", "custodio de los fieles", porque no solamente tiene cuidado de la Iglesia, sino también de cada uno de los fieles.
La potestad judiciaria que tiene San Miguel, la mostró el Señor a Zacarías, como se ve en el capítulo tercero de su profecía, donde se lee: "Dijo el Señor a Satán: El Señor te increpe, oh Satán, y te reprima". Y dice el P. Scío en las notas: "Era San Miguel, que representaba a Jesucristo, y hacía sus veces en este juicio".
Habla el P. Nieremberg, en el tomo 3o., "Devoción y patrocinio de San Miguel", pág. 233: "Por orden de San Miguel se han de llevar todas las cenizas del linaje humano a Jerusalén, donde se ha de ejecutar la universal resurrección de todo él. Porque como ha sido San Miguel el Juez y Presidente de todos los juicios y causas particulares de vida o muerte eterna hasta el fin del mundo, a El se encomienda cuanto es posible la ejecución del juicio universal. Él atemorizará al mundo, apagará las lumbreras del cielo, quemará la tierra, resucitará el linaje humano, y finalmente irá al cielo por el Juez de vivos y muertos, Jesucristo nuestro Señor, y vendrá con el estandarte de la cruz hecho alférez de la milicia de Dios".
Temamos a San Miguel, pero con un temor de hijos, porque es tan bueno, tan cariñoso, tan caritativo y humilde, que en medio de su grandeza no se desdeña de bajar hasta nosotros para hacernos favores. A él le debemos cuantos beneficios recibimos de nuestro Ángel Custodio por tantos peligros de que nos libra, tantas culpas que nos evita, tantas inspiraciones como nos advierte, y otros bienes sin número ni tasa que nos hace. ¿Qué devoción no debemos tener a quien tanto se desvela por nosotros? Fuera de la Santísima Virgen, es muy dudoso que haya en el cielo un Santo a quien debamos más que a San Miguel, porque el Ángel de la guarda que está con nosotros todos los días de la vida, sin apartarse jamás de nuestro lado, deuda es de San Miguel que nos lo ha dado, y sobre ésta tenemos otras muchas más con él.
Honrando a San Miguel, todos los Angeles se darán por honrados, por las muchas razones que hay para alabar al Señor en él y por él. Sí, sí, le debemos a Dios infinitos loores por haber criado una tan noble naturaleza como la de San Miguel, y haberle enriquecido con tanta gracia, llenándole de tantos merecimientos, encomendándole tan grandes y variados oficios, dotándole de tan gran poder y virtud de hacer milagros, todo lo cual quiso que lo emplease en nuestro bien y provecho. Y lo más admirable es que no se desvaneció ni mucho menos San Miguel con tantos favores, al contrario, todo ello sólo sirvió para hacerlo mucho más humilde.
Dice la Escritura: "Cuando el Arcángel disputando con el diablo, altercaba sobre el cuerpo de Moisés, no se atrevió a fulminarle sentencia de blasfemo, mas dijo: 'Te mande el Señor'. (Ep. Judce, v. 9). No puede darse mayor mansedumbre, ni cabe tampoco más grande humildad. Todo lo refiere al Señor, todo; nada de lo favorable se reserva para sí, todo, todo lo atribuye a Dios. Humildad y mansedumbre fueron como los dos cimientos de su caridad para con Dios y con el hombre. En la caridad ninguno ha hecho más que San Miguel, pues ya al principio del mundo comenzó a ejercitarla con los Angeles procurando su salvación, y que no pecasen como Lucifer y los suyos, y continuó ejercitándola de una manera pasmosa, siendo él de entre los Angeles quien más procura la conversión de los pecadores. Y para vencer las tentaciones, llorar los pecados y evitarlos, es sobre todo encomio singular la gracia que tiene este benditísimo Arcángel".
Todo bien nos viene de Dios, sí, eso sí; por lo mismo los Santos y Doctores, dando por supuesto el amor divino, nos exhortan a la veneración y honra de este soberano espíritu. San Lorenzo Justiniano dice: "Aunque debemos honrar con gran veneración a todos los de la milicia del cielo, pero principalmente al gloriosísimo San Miguel su capitán y primado, veneremos en él una gracia sublime, una singular prerrogativa y ministerio, una inseparable virtud y amor del Creador. ("Orat. de S. Michaele").
Hugo de San Victor escribe: "Teniendo por ayuda a San Miguel con sus Angeles, hayamos gran confianza, porque la mar se alborotó, la tierra se estremeció cuando Miguel Arcángel descendió del cielo". (Serm. II de S. Mich.). Sofronio invoca a este glorioso espíritu: "Ter sanctissime"; esto es, "tres veces santísimo", sumamente amable y venerando príncipe, y administrador de la sagrada milicia. Corifeo de los Angeles [esto es: "corifeo", el que es seguidos de otros en una opinión o partido], dignísimo de todo culto, alabanza y celebridad. ("In encom. de Angelis"). Y tantos otros autores que sería muy prolijo enumerarlos.
"San Miguel es" - dice Pantaleón -, "el que en todo lugar libra a los que devotamente le invocan de todos los peligros visibles, alegra las iglesias de los pueblos fieles y católicos, guarda la república romana, y al Rey que ama a Cristo le arma contra los paganos, hace vencedores a los cristianos, persigue a sus enemigos, conserva a sus siervos sin calumnias, libra a los buenos de las molestias de los que los persiguen, saca de las hinchadas olas del mar a los que le invocan, da fertilidad de los frutos de la tierra, guía a los que andan a oscuras, defiende a los que son injuriados, consuela a los que están desanimados y desviados, visita a los enfermos, sale por fiador de los pecadores, rechaza los ímpetus de los demonios, apaga las llamas de los vicios, y nos induce a que hagamos virtud". Véase, pues, si tenemos motivos para ser devotos de San Miguel, y esperar no ir al Purgatorio a nuestra muerte, sino directamente al cielo. ¡Ay, ojalá sea así!
| Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
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