¡Oh, Jesús! ¡Oh, Eucaristía, que en el desierto de esta vida me apareciste un día, que me revelaste la luz, la belleza y grandeza que posees! Cambiaste enteramente mi ser, supiste vencer en un instante a todos mis enemigos. Luego, atrayéndome con irresistible encanto, has despertado en mi alma un hambre devoradora por el Pan de vida y en mi corazón has encendido una sed abrasadora por tu Sangre divina.
Y ahora que te poseo y que me has herido en el corazón, ¡ah!, deja que les diga lo que para mi alma eres.
¡Jesucristo, hoy, es la sagrada Eucaristía! Jesus Christus hodie (+Heb 13,8). ¿Es posible pronunciar esta palabra sin sentir en los labios una dulzura como de miel? ¿Como un fuego ardiente en las venas? ¡La sagrada Eucaristía! El habla enmudece, y sólo el corazón posee el lenguaje secreto para expresarlo.
¡Jesucristo en el día de hoy!
Hoy me siento débil. Necesito una fuerza que venga de arriba para sostenerme, y Jesús bajado del cielo se hace Eucaristía, es el pan de los fuertes.
¡Hoy me hallo pobre! Necesito un cobertizo para guarecerme, y Jesús se hace casa. Es la casa de Dios, es el pórtico del cielo, ¡es la Eucaristía!
Hoy tengo hambre y sed. Necesito alimento para saciar el espíritu y el corazón, y bebida para apagar el ardor de mi sed, y Jesús se hace trigo candeal, se hace vino de la Eucaristía: Frumentum electorum et vinum germinans virgines ("trigo que alimenta a los jóvenes y vino que anima a las vírgenes", Zac 9,17).
Hoy me siento enfermo. Necesito una medicina benéfica para curarme las llagas del alma, y Jesús se extiende como ungüento precioso sobre mi alma al entregárseme en la Eucaristía: impinguasti in oleo caput meum; oleum effusum..., oleo lætitiæ unxi eum..., fundens oleum desuper (Sal 22,5; 44,8; 88,21).
Hoy necesito ofrecer a Dios un holocausto que le sea agradable, y Jesús se hace víctima, se hace Eucaristía.
Hoy, en fin, me hallo perseguido, y Jesús se hace coraza para defenderme: scutum meum et cornu salutis meae ("mi escudo y la fuerza de mi salvación" 2Re 22,3 Vulgata). Me hace serle temible al demonio.
Hoy estoy extraviado, se me hace estrella; estoy desanimado, me alienta; estoy triste, me alegra; estoy solo, viene a morar conmigo hasta la consumación de los siglos; estoy en la ignorancia, me instruye y me ilumina; tengo frío, me calienta con un fuego penetrante.
Pero, más que todo lo dicho, necesito amor, y ningún amor de la tierra había podido contentar mi corazón, y es entonces sobre todo cuando se hace Eucaristía, y me ama, y su amor me satisface, me sacia, me llena por entero, me absorbe y me sumerge en un océano de caridad y de embriaguez.
Sí, ¡amo a Jesús, amo a la Eucaristía! ¡Oídlo, ecos; repetidlo a coro, montañas y valles! Decidlo otra vez conmigo: ¡Amo a la Eucaristía! Jesús hoy es Jesús conmigo.
padre Hermann Cohen, carmelita, fundador de la Adoración Nocturna.