Jueves, 23 de agosto de 1900
¡Ay!, llega la tarde, y ya se apodera de mí la acostumbrada frialdad, la ordinaria repugnancia, el cansancio quiere vencerme, pero aunque me cueste un poco no quiero dejar de cumplir con mi deber.
Jesús esta noche me ha puesto la corona de espinas sobre la cabeza a eso de las diez, después de haberme recogido un poco. Mi padecimiento, que nada tiene que ver con el de Jesús, ha sido bastante fuerte: hasta los dientes todos parecían resentidos, cada movimiento me producía vivo dolor; creí que no iba a poder resistirlo, pero al fin, todo fue bien.
Ofrecí por los pecadores esas pequeñas penas, en especial por mi pobre alma. Le rogué que volviera pronto. Cuando estaba para dejarme, comenzó una porfía entre Jesús y yo: sobre quién iríamos primero a visitarnos (he sido yo la que he ido primero, yendo a comulgar), y, al mismo tiempo, quedamos de acuerdo en que Él vendrá a mí y yo iré a Él. Me prometió la asistencia de mi Ángel de la Guarda, y me dejó.
Santa Gemma Galgani | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
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