"Nadie puede venir a Mí si mi Padre, que me envió, no lo trae" (Juan 6,44).
Gracias, Señor, por el consuelo que esas palabras me traen. Yo me encuentro junto a ti, camino a tu lado, vivo en tu entorno, me siento humilde y confiadamente como uno de los tuyos y veo en tu mirada que Tú me aceptas a mí en la cercanía de tu amistad y en la intimidad de tu presencia. Y ahora me dices explícitamente que si yo estoy aquí es porque el Padre me ha traído. Y esa revelación me llena de gratitud, seguridad y alegría. Gracias, Señor.
No estoy aquí por iniciativa propia, por esfuerzo personal, por casualidad o circunstancias. Estoy aquí porque tu Padre me trajo de la mano, me puso junto a ti y me entregó a tu cuidado. Él me trajo. Bendito sea. Lo hizo con tanta delicadeza que casi no me di cuenta de que era Él quien me guiaba, casi no sentí su mano, el tirón de su invitación, el rumor de sus pasos guiando los míos. Pero era Él, y el realismo de su dirección era garantía de mi llegada. Aquí estoy porque Él me ha traído.
Hablando con tu Padre, Tú llamabas a tus discípulos "los que Tú me diste" (17, 6), y le asegurabas que "no habías perdido ninguno de ellos" (17, 12). ¿Me permites, Señor, que al amparo de tus palabras me cobije yo también en ese número, me sienta "traído" por el Padre a ti, aceptado por ti y protegido por ti para siempre? Yo no podría decir esto si el Padre en su bondad no me inspirara. Escucha a tu Padre en mi vocación. Hazme entrar a mí así en la Trinidad.
Gracias, Señor.
Carlos G. Vallés | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario