En la Semana Santa de 2011, entre las procesiones, tallas e imágenes de la Semana Santa andaluza, un acontecimiento se destacaba y ocupaba las primeras planas de los medios de comunicación: la imagen de Cristo, en un crucifijo, realizada y esculpida basándose en la síndone de Turín, la conocida por todos como Sábana Santa.
La obra fue realizada por el escultor Juan Manuel Miñarro, contando con asesoramiento de un equipo multidisciplinar formado por médicos forenses y hematólogos, y partiendo de imágenes a alta resolución, que el artista dividió en zonas para facilitar el trabajo, de la Sábana Santa, colocando así cada rasgo, herida o marca, sobre la piel de la talla. El resultado es, cuanto menos, sobrecogedor.
La mayoría de crucifijos que tenemos en nuestras casas, o que vemos en lugares religiosos como templos o cementerios, nos presentan a un Cristo iconográfico, con unas pocas heridas (o incluso sin ellas), los clavos, y poco más. Pero esa imaginería está muy lejos de acercarse siquiera a lo que le ocurrió a Jesús en la cruz, y su dolorosa pasión y muerte.
En el Cristo sindónico de Córdoba vemos una imagen más cercana a lo real, una muestra más veraz del sufrimiento del Hijo de Dios por la salvación de la humanidad, del final de sus días como predicador de la Buena Nueva que luego quedaría grabada en los Evangelios que hoy tenemos.
Viendo paso a paso la imagen nos damos cuenta de un dolor que se hace latente al primer golpe de vista, el "varón de dolores" que hacía a las gentes "volver la vista hacia otro lado" aparece, en esta obra escultórica, de una manera asombrosamente dramática pero, a la vez, visualmente muy real. Un ser, un hombre, un Dios, que no solo llevó sus ideales hasta sus máximas consecuencias, no solo selló con su sangre su Palabra dejándonosla en legado, sino que llevó hasta el martirio su amor y su misericordia, mostrándonos el camino al Cielo, y saldando la cuenta del pecado que separaba al hombre de la Vida Eterna y su salvación.
Pero, aunque impactante, no nos quedemos solo en esa imagen: Cristo resucitó a los tres días, y a través de Él se hizo posible nuestra propia resurrección. Ésa es nuestra esperanza, ésa es, en definitiva, la firme convicción que sustenta al cristiano, porque todo no se acaba aquí, en el dolor y la muerte, sino que trasciende hacia la Vida Verdadera, porque todo aquél que en Él cree no perecerá, sino que vivirá para siempre (Juan 3:16). De lo contrario, ser cristiano no tendría sentido alguno, pero ahora todo tiene y cobra su auténtico significado.
Esta imagen es la única escultura basada en la Sábana Santa de Turín, realizada con ayuda de un grupo pluridisciplinario de científicos, y refleja hasta el mínimo detalle los politraumatismos del cadáver reflejados en la Sábana Santa.
La imagen representa un cuerpo de 1,80 metros de alto, según los estudios de la Síndone de las universidades de Bolonia y Pavía. Los brazos y la cruz forman un ángulo de 65º. En él se reproducen con total exactitud las heridas del Hombre de la Sábana Santa.
En la cabeza, la corona de espinas a modo de casco que cubre todo el cráneo, está hecha con "Ziziphus jujuba", una especie de espinas que no se doblan y son con las que los botánicos afirman que se hizo la de Cristo. Estas espinas penetraron hasta el cráneo de la víctima de la Sábana, y en la Sábana Santa se pueden observar más de 30 heridas en la cabeza por esta causa.
La piel presenta el aspecto exacto de una persona muerta hace aproximadamente una hora. El vientre, con la crucifixión, se hincha. El brazo derecho dislocado, al apoyarse el crucificado en él durante el proceso de asfixia, en busca de aire. El pulgar de las manos está hacia dentro de la palma como reacción de la rotura del nervio mediano cuando un objeto atraviesa la muñeca, lo que ocasiona en el crucificado dolores de paroxismo.
Hay dos tipos de sangre en la talla, la previa a la muerte y la que sale postmorten. También se ha reflejado el plasma de la herida del costado. Lo han supervisado hematólogos. La piel de las rodillas está desollada por las caídas y la tortura. Hay granos de tierra incrustados en la carne, traídos desde Jerusalén.
Las heridas reflejan la huella que dejan los látigos romanos de castigo, con bolas de plomo astilladas en la punta para rasgar la carne. No hay zonas vitales con latigazos, ya que los verdugos guardaban estas áreas para que el reo no muriera en la tortura. Estos latigazos eran realizados por dos esbirros, y en la talla se sigue fielmente la ubicación que tienen en la Sábana Santa, con más de 600 heridas por esta causa, lo que representa el 60% del cuerpo dañado.
El lado derecho del rostro está hinchado y amoratado tras la rotura del pómulo. Además, tiene roto el cartílago nasal por un golpe fuerte propinado en la cara. La lengua y los dedos del pie presentan un tono azulado, propios del fallo cardíaco.
Bajo la frase en hebreo, la traducción en griego y latín está escrita de derecha a izquierda, error habitual de aquella época en esa zona. Tiene faltas ortográficas hechas a propósito con ese mismo fin.
| Redacción: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
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