El pecado de adulterio se comete cuando una persona casada mantiene relaciones con otra diferente a su pareja matrimonial, o bien cuando una persona soltera lo hace con una persona casada (aunque a veces ni siquiera haga falta materializarlo, y solamente la intención es pecaminosa). El adulterio es un pecado grave, duramente y ampliamente castigado en la Biblia (la Antigua Ley ordenaba que las adúlteras fueran apedreadas).
Sin embargo existe una cierta polémica en la que muchos católicos, y cristianos en general, no quieren entrar y que les cuesta bastante afrontar. También es un arma de doble filo, que los no creyentes pueden usar para atacar a los que dudan o tienen poca formación religiosa, y por lo tanto conviene que alguien afronte este tema sin cortapisas y directamente. Aquí, en el Oratorio Carmelitano, como solemos hacer, vamos a ofreceros una respuesta clara, rotunda e inequívoca.
La cuestión es que, como bien nos dice el Nuevo Testamento, la Virgen María engendró a Jesús estando desposada con José. Bajo la misma ley de Dios, ¿cometió el Señor adulterio?
Sé que es totalmente absurdo ser tan enrevesados como para acusar al mismo Dios de pecado, principalmente porque Dios, en su esencia y naturaleza, no puede pecar, puesto que es bondad absoluta y es la misericordia y la caridad misma. Pero entonces, ¿cómo se explica que haya podido engendrar un hijo sin estar realmente "casado" con María?
Varios apuntes respecto a esto:
- El pecado de adulterio se atribuye a dos personas que tienen relación carnal o de deseo entre ellas (Juan 8:1-7). Dios es espíritu (Juan 4:24), por lo tanto a Él no se le puede aplicar esa norma ni se le puede acusar de incumplir ese mandamiento ya que, además, Dios nunca puede tener malos pensamientos, ni intenciones, ni obrar con maldad de ninguna de las maneras.
- Otro punto importante: a María se la llama "esposa del Espíritu Santo". Esto es así porque el Verbo se encarnó mediante la intervención divina del Espíritu Santo. Entonces, ¿tiene María dos esposos? No. El esposo San José tiene una relación y una unión terrenal, pero, como bien dijo Jesucristo (Lucas 20:27-38), en la otra vida "ni ellos tomarán esposa, ni ellas marido", es decir: esa relación natural se acaba con la muerte, y no continúa en el más allá (aunque es bien cierto que, mientras ambos vivan, la relación es indisoluble, como bien nos dice la Iglesia, y son considerados "una sola carne").
La relación de María con el Espíritu Santo es, sin embargo, mística, de ahí que sea una relación imperecedera y no caduca en el tiempo. Entenderemos esto muy bien respecto a las monjas y religiosas que hacen votos de virginidad y pureza para con Jesús; se las considera "esposas de Cristo", entonces ¿tiene Cristo esposa? Más aún: ¿cómo es que tiene tantas esposas? ¿Es legal la poligamia, entonces, cuando entre cristianos está prohibido? Pues no, porque la relación es de orden místico, de la misma forma que entre hermanos de convento y religión somos "todos hermanos", o los sacerdotes son "padres y pastores" y sus hijos en relación a su orden sacerdotal son el rebaño. No debemos entender esto desde el punto de vista mundano, debemos considerarlas como lo que son: relaciones místicas. El hecho de hablar de desposorios, hermanos, hijos e hijas, se debe tomar desde el prisma de la caridad fraterna, y aunque sus lazos son fuertes (en muchas ocasiones más fuertes que los lazos carnales), el usar esas expresiones es porque nos dan un sentido de lo que representan, al no haber expresiones más acertadas que indiquen una relación tan fraternal. Todos entendemos el cariño y amor que hay (o debería haber) entre el esposo y la esposa, los padres y los hijos, y recíprocamente entre ellos, y es eso, precisamente, lo que queremos indicar cuando usamos esos términos, pero hay que tener en cuenta que son siempre eso: expresiones, que apenas rozan la profundidad de su afectuoso significado pero que, en realidad, no hay otras. Lo que no debemos hacer es confundir esa relación con las humanas, y aunque los esposos en carne tienen también esa filiación, cuando son esposos en fe -esto es, se aman con un amor divino- trasciende las fronteras de los límites puramente visibles, carnales. Esto es tan profundo y notorio que daría para otro debate que tal vez afrontemos en otra ocasión.
No obstante alguien podría decir entonces: "todo eso está muy bien, pero lo cierto es que María tuvo un hijo". Y es verdad, en María se encarnó el Verbo de Dios, tomando carne de la Virgen. Pero, aunque apartados por culpa del pecado, todos en realidad procedemos de Dios: nuestro espíritu parte de la divinidad. Obviamente, no somos el mismo Dios (en el caso de Cristo sí era el mismo Dios), y nuestra carne procede de los genes de nuestro padre y de nuestra madre, pero nuestra alma es creación divina, no humana. Con esto se puede entender fácilmente que Cristo al tomar carne mortal no incurrió en falta alguna ni, por supuesto, rompió ley divina alguna.
Por otro lado, el adulterio tiene que ver con la relación y sentimientos lascivos de un adulto, y no con tener un hijo. El tener un hijo no puede considerarse ni delito ni pecado, un bebé es inocente siempre. Por lo tanto la intervención divina en la concepción no tiene nada que ver con la procreación que se realiza entre dos seres humanos, ya que éste último es un acto carnal, y Dios es, insistimos, Espíritu Divino. No podemos verlo desde la óptica mundana ni humana, porque es una intervención por gracia puramente divina, y de ahí el "llena eres de gracia" del anuncio angélico.
Aún así, hay cristianos que, al no entender este punto, simplemente pueden señalar que Dios es todopoderoso y, por lo tanto, puede hacer lo que quiera y nunca cometerá pecado. En efecto, Dios no puede pecar y, de hecho, es el único que puede perdonar los pecados (la absolución del sacerdote la hace siempre en nombre de las tres personas, y por mediación de Jesucristo, el redentor), pero no es necesario escudarse en que simplemente Dios es todopoderoso y puede hacer lo que quiera porque, entendiendo el misterio de la anunciación y concepción virginal, entenderemos uno de los principales pilares de nuestra fe: la aparición del Señor en el mundo, su manifestación en carne mortal.
Ahora bien, alguien podría decirnos aquí: "si Dios es todopoderoso, ¿por qué no directamente hizo que la Virgen quedara embarazada y que no estuviese desposada con nadie?". Hay un aspecto importante de la Divinidad: la caridad. En los tiempos de Cristo, ser una madre soltera era un estigma social. Además, si el Señor quería pasar "como uno de tantos" y siendo el más normal y anónimo, tenía que hacerlo naciendo y viviendo en una familia. A San José se le considera el defensor de la familia, y ciertamente lo es, su papel era el de proteger y tratar sin grandes aspavientos ni deslumbrantes acciones mundanas a su familia. Sí, claro, Dios podría haber hecho que su hijo naciera de una madre soltera, y que la madre no tuviese problemas por disfrutar de una buena posición social, etc., etc. Quien piensa así es, simplemente, un inútil, un insensato y un ignorante, porque Dios busca siempre la humildad, aprecia a quien está escondido y se dedica solo a servirle, y la pobreza y sencillez. A muchos cristianos de hoy les ocurre como muchos insensatos en tiempos de Jesús, que buscaban que el mesías llegara con espada y con poder, riqueza, violencia... Eso está bien para las películas y las novelas de acción, pero no es la forma de obrar de Dios. Baste simplemente recordar los treinta años que permaneció oculto Cristo, sin que nadie se diera cuenta de ello, escondido al mundo y dedicado sólo a sus padres y a su familia humana. Solo durante tres años hizo vida pública para acabar muriendo en una cruz. El sacrificio, la penitencia, la oración, la servidumbre, la caridad y la humildad son los habituales entornos donde Dios tiene su presencia y se mueve; la vanagloria, el poder, riquezas y soberbias son mundanos, no tienen nada que ver con Dios. A ver si esto nos queda claro a los cristianos de una vez. Sí, son vidas difíciles, poco apreciadas y sacrificadas, pero es el camino que todo buen cristiano tiene que transitar, no hay otra opción. Dios no se encuentra en otro lugar.
La humildad y pobreza del hogar de Nazaret, y su mantenerse invisible a todos, solo desvelados ante Dios, debería servirnos de reflejo para mirarnos y aprendizaje en un mundo de hoy donde todos persiguen la fama, hacerse notar, ser aplaudidos, respetados y admirados.
Ese hogar fue otorgado por Dios a Nuestra Señora que, en su infinita caridad y misericordia, quiso que ella tuviera una familia y viviera con su esposo e hijo como una familia "del montón", una de tantas en aquella modesta aldea de Nazaret.
Además, hay que señalar que San José cumplía una importantísima misión: la profecía decía que el mesías sería "hijo de David", o sea, descendiente de la dinástica davídica. Al adoptar a Jesús como hijo suyo se cumplen las Escrituras sobre la procedencia, porque José era de la familia de David.
Finalmente los creyentes, por fe, somos hechos también "hijos de Dios" (Romanos 8:15), convirtiéndonos en auténticos hermanos de Cristo, hijos de María y, por extensión, hijos del patriarca San José. Entonces, nosotros, ¿cuántos padres tenemos? ¿Tendríamos que considerar a nuestros padres "carnales" en adulterio, si nos hacemos cristianos? Ni mucho menos: nuestros padres lo son según la carne, que es importante, pero más importante es de quién somos hijos en espíritu, es decir, del Dios del Cielo, y por eso le llamamos Padre. Cristo, mediante su sacrificio en la cruz, nos consiguió ese invalorable estatus, una autentica "vuelta a la casa paterna", de la que estábamos alejados y en maldición por el pecado original, al oponernos a Dios y enfrentarnos a Él. Gracias a Cristo volvemos a ser no solo considerados como hijos adoptivos de Dios, sino realmente convertidos en hijos de Dios, de la misma manera que Cristo fue hijo de María. Obviamente, Él tomó su carne, para darnos a nosotros la filiación espiritual, y por eso hemos nacido de nuevo (2 Corintios 5:17), pero si Él nació de la carne y la sangre de la Santísima Virgen, ella, al llevar al Señor en su seno, nos hizo posible que nosotros naciéramos de nuevo participando de la divinidad de Cristo. Así, Jesús, al rescatarnos, nos dio la posibilidad de volver al Padre no solo a pesar de tener un cuerpo mortal y por naturaleza pecador, sino que, por la gracia divina, tenemos las facultades de aunque el cuerpo mortal nos arrastre a lo inmundo, poder combatir con nuestro espíritu que busca a Dios y a su fuente de procedencia, el único que puede colmarlo enteramente y darle una absoluta y eterna felicidad.
Fijémonos en María como modelo, y en cómo ella vivió la experiencia de ser una servidora imprescindible en el importante episodio de la salvación humana, cómo aceptó la voluntad de Dios sumisa, con generosidad y desprendimiento, y aprendamos de ella que, para salvarnos, no hay otra alternativa. Ella nos ofrece a su hijo, y por eso son tan entrañables las imágenes de María con el niño Jesús en brazos, es como si nos dijera: "éste es el salvador del mundo, recibidlo a Él con el gozo y la alegría de esperanza con lo que yo lo hice". Tener a Cristo en nuestra alma, a cada instante, minuto y segundo, con nosotros, es sentirnos uno con María, nuestra madre, y así afianzarnos y ser adoptados por el Padre en su misma familia celestial, de la que ella también es hija, y de cuya gloria, por la misericordia de Dios y su gracia, también participaremos. Que le alabemos siempre y sea por siempre el bueno y generoso Dios adorado y exaltado. Ese júbilo celestial es el que os deseo a todos, y del que confiamos participemos todos si salimos de este mundo en estado de gracia. Que la Santísima Trinidad y nuestra bendita Madre del Carmelo nos ayuden a ello.
Ludobian de Bizance | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
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