Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

4.1.20

Santa Hildegarda de Bingen y el vicio de la lujuria


El Liber Vitae Meritorum, "Libro de los méritos de la vida" (1158-1163) es una guía de cómo adquirir merecimientos, a fin de evitar o reducir, por medio de la penitencia en esta vida, cualquier posible castigo futuro.

Está dividido en seis partes. En las cuatro primeras un Hombre mira hacia cada uno de los cuatro puntos cardinales y en la quinta contempla la totalidad del orbe. Las cinco siguen el mismo esquema. En la sexta el Hombre remueve los confines de la tierra, en el sentido que se explica posteriormente. En estas cinco primeras partes, ve y describe un total de 35 imágenes, cada una representa un vicio que hace un parlamento en el que intenta justificar su actuación.




Santa Hildegarda de Bingen nos dice de su Visión: "El vicio de la Lujuria y la virtud de la Castidad". El vicio de la Lujuria piensa en cumplir completamente las exigencias de la carne, para no estar rabiosa, fraudulenta, retorcida y envuelta en la inquietud. Hace todo lo que esta permitido porque así es la naturaleza y no encuentra motivos para abstenerse, no se niega las cualidades de una vida alegre y un espíritu brillante.Siempre se entretiene con la impudicia y yace en el lecho atrayendo la deshonra de la impudicia. El vicio de la Lujuria creció cuando Adán y Eva prestaron oídos a la serpiente y fueron desobedientes a Dios. En cambio la virtud de la castidad se cuida de todo lo anterior que corresponde al vicio, de su boca no salen palabras que enseñan la inmoralidad lúbrica, todas sus obras están benditas por Dios. Es honesta y pudorosa llevando una vida agradable.

Los hombres que desesperan de tener misericordia de Dios, si ya no esperan de Él ningún bien, se aferran a la Lujuria, en la que satisfacen todos sus placeres realizando cualquier acto que la suciedad de su carne exija. La lujuria es estímulo y deseo del pecado. Ella menosprecia la rectitud de las buenas y castas obras. Ella afirma, por boca de los hombres lujuriosos, que no es capaz de abstenerse de los deseos de su propia carne. Los hombres que viven en la Lujuria tienen en sus mentes el ardor libidinoso en lugar del pudor. Este vicio conduce las intenciones de los malvados en una pereza impura, así están más predispuestos a los deseos de la lujuria. Creen que el placer es agradable y la mortificación de la carne no es justa, solo saben andar por las sendas de una vergonzosa lascivia. Los hombres inmundos que se dedican a la lujuria se hacen parecidos a los animales depravados, huyen de la virtud de la castidad, por juicio de Dios se hacen esclavos de sus pasiones de la carne, porque buscaron hacer la propia voluntad de su naturaleza, sin acordarse de Dios. Dios los deja libres para que caigan en la suciedad que tan intensamente anhelan y para que dirijan su carne a la infamia de la perversión, al realizar actos impropios. Transforman su cuerpo en perversión y se alejan de Dios. Por consiguiente, el diablo suscita en ellos muchas pasiones y deseos de la carne, de las cuales no quieren ni pueden dejarlas. La Castidad se le opone e invita a los hombres a alejarse del vicio y mantenerse en la fe.


Las almas que esclavizaron su cuerpo con lujuria y fornicación sufren grandes penas en los infiernos, con fuego y azufre son atormentados. Los que pecaron de adulterio son lanzados de un fuego a otro por los espíritus malignos. Las almas que hicieron voto de castidad a Dios y lo violaron, tuvieron que soportar granizo de fuego y hielo, porque no quisieron acordarse de su voto mientras pecaban voluntariamente. Los que tuvieron relaciones innaturales en la fornificación atraviesan un vasto y horrible pantano, mientras los espíritus malignos arrojan agua hirviendo sobre ellos y los obligan con horcones a ocultarse en el barro. Los que fonicaron con ganado son obligados por los espíritus malignos a pasar por varios fuegos, golpeándolos con flagelos ardientes.

Para liberarse de los espíritus malignos que inducen a la lujuria y para evitar los castigos, los hombres deben hacer rigurosos ayunos, castigar su cuerpo con azotes, hincarse de rodillas y elevar excelsas oraciones a Dios. El que no se purifique en este mundo con la penitencia será purificado en el otro con los castigos anteriormente descritos. El que muera en el olvido de la misericordia divina será atormentado por siempre por los espíritus malignos en el infierno.