Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

9.1.20

San Luis María Grignion de Montfort explicado por San Juan Pablo II (3)


Hace ciento sesenta años se publicaba una obra destinada a convertirse en un clásico de la espiritualidad mariana. San Luis María Grignion de Montfort compuso el Tratado de la verdadera devoción a la santísima Virgen a comienzos del año 1700, pero el manuscrito permaneció prácticamente desconocido durante más de un siglo.

Finalmente, en 1842 fue descubierto casi por casualidad, y en 1843, cuando se publicó, tuvo un éxito inmediato, revelándose como una obra de extraordinaria eficacia en la difusión de la "verdadera devoción" a la Virgen santísima. A mí personalmente, en los años de mi juventud, me ayudó mucho la lectura de este libro, en el que "encontré la respuesta a mis dudas", debidas al temor de que el culto a María, "si se hace excesivo, acaba por comprometer la supremacía del culto debido a Cristo". Bajo la guía sabia de san Luis María comprendí que, si se vive el misterio de María en Cristo, ese peligro no existe. En efecto, el pensamiento mariológico de este santo "está basado en el misterio trinitario y en la verdad de la encarnación del Verbo de Dios".





ORATORIO CARMELITANO



Para conocer la Sabiduría eterna, increada y encarnada, Grignion de Montfort invitó constantemente a poner toda la confianza en la Santísima Virgen, tan inseparablemente unida a Jesús, que "primero se separaría la luz del sol" (Verdadera Devoción, n. 63). Permanece como un incomparable poeta y discípulo de la Madre del Salvador, a quien celebra como la que conduce seguramente a Cristo: "Si establecemos la sólida devoción a la Santísima Virgen, es sólo para establecer más perfectamente la de Jesucristo y ofrecer un medio fácil y seguro para encontrar al Señor" (ibid., n. 62). Puesto que María es la criatura escogida por el Padre y entregada totalmente a su misión materna. Al entrar por su libre consentimiento en unión con el Verbo, se encuentra asociada de manera privilegiada a la Encarnación y a la Redención, desde Nazaret hasta el Gólgota y el Cenáculo, en fidelidad absoluta al Espíritu Santo. Ella "halló gracia delante de Dios para todo el mundo en general y para cada uno en particular" (ibid., n. 164).

San Luis María invita también a entregarse totalmente a María para acoger su presencia en el fondo del alma. "María viene, finalmente, a ser indispensable para esta alma en sus relaciones con Jesucristo: Ella le ilumina el espíritu con su fe, le ensancha el corazón al infundirle su humildad, le dilata e inflama con su caridad, le purifica con su pureza, le ennoblece y engrandece con su maternidad" (El Secreto de María, n. 57). El recurso a María lleva siempre a darle a Jesús un puesto más grande en la vida. Es significativo, por ejemplo, que Montfort invita a los fieles a dirigirse a María antes de la comunión: "Suplica a esta bondadosa Madre que te preste su corazón para recibir en él a su Hijo con sus propias disposiciones" (Verdadera Devoción, n. 266).

En nuestro tiempo en el que la devoción a María está llena de vida, pero no siempre suficientemente clara, será bueno volver a encontrar el fervor y el tono justo del Padre de Montfort para dar a la Virgen el verdadero lugar y aprender a orarle: "¡Oh Madre de misericordia! Alcánzame la verdadera Sabiduría de Dios, colocándome para ello entre aquellos a quienes amas, enseñas, diriges. [...] ¡Oh Virgen fiel! Haz que yo sea en todo tan perfecto discípulo, imitador y esclavo de la Sabiduría encarnada, Jesucristo, tu Hijo" (El Amor de la Sabiduría eterna, n. 227). Sin duda se requieren algunas transposiciones del lenguaje. Pero la familia monfortiana debe continuar su apostolado mariano en el espíritu de su fundador, a fin de ayudar a los fieles a mantener una relación viva e íntima con aquella a quien el Concilio Vaticano II honró como a miembro supereminente y absolutamente único en la Iglesia, recordando que "como ya enseñó san Ambrosio, la Madre de Dios es modelo de la Iglesia en el orden de la fe, de la caridad y de la unión perfecta con Cristo" (Const. Iglesia, n. 63).

San Juan Pablo II