Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

9.10.19

La Escuela del Sagrado Corazón de Jesús: 8. Visita al Santísimo Sacramento


Un fervoroso seguidor del Maestro debe vivir dentro del Tabernáculo; su corazón debe llevarle allá lo más frecuentemente posible. Asociado a los ángeles que rodean sin cesar al divino Cautivo, si no le es dado permanecer como ellos en adoración perpetua delante de Nuestro Señor, debe al menos ir con alegría a unir sus homenajes a los de ellos, tan pronto tenga la libertad y la oportunidad de hacerlo.

Muy propio es al creyente presentarse delante del trono Eucarístico con una confianza de hijo, hablar a Nuestro Señor con la sencillez de niño y la sinceridad de amigo. ¿No es El como su más fiel compañero, su dulce Consolador? ¡Oh!, sí: el ojo incisivo de la fe penetra hasta el fondo de la oscuridad del velo que oculta a las miradas mundanas al Maestro más amable, al Padre más tierno, al Amigo más generoso; esto es muy factible.

Representémonos al amantísimo Jesús, tan realmente presente (como lo está de hecho), tan dulce, tan amable, tan poderoso y bueno como lo era cuando vestido de carne mortal recorría Judea, derramando beneficios por todas partes.

Después de adorarle humildemente, expongámosle nuestras penas, nuestras necesidades con entera confianza, diciendo algo semejante:

"Mi buen Jesús, yo vuestro servidor, tengo este negocio espinoso, este temor, esta dificultad, este deseo...; vengo a consolarme en la ternura de Vuestro divino Corazón, y a suplicaros me ayudéis".

Ocupémonos también en los intereses de Jesús:

"¡Qué solo estás!" - le diremos - ", mi dulce Maestro, cómo Os abandonamos y Os desconocemos, a Vos, el más hermoso de los hijos de los hombres. Aceptad en compensación mis pobres homenajes y todo el amor de mi corazón. Daos a conocer, amabilísimo Jesús, haceos amar. Yo quisiera que todos los corazones fuesen conquistas y víctimas de Vuestro amor".

Y añadiremos:

"¡Oh amor!, amor desconocido, amor olvidado, desechado; triunfad, triunfad pronto de mi dureza y de la dureza de todos los hombres. Haced que vengamos a Vuestros pies constantemente, encadenadnos con los dulces lazos de Vuestro amor, y no nos dejéis en la perdición que supondría alejarnos de Vos".