Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

4.2.19

Guardia a los pies de la cruz


Desde la cumbre del Calvario, y entonces, como hoy, los campos estaban netamente divididos: el odio y el amor velaban cada uno en su puesto.

Un guardia deicida prodigaba insultos y blasfemias a la santa Víctima, hasta en su agonía: "Y habiéndose sentado miraban y observaban" (Mateo, XXVII, 36). Estaban sentados en su triunfo, porque el Príncipe del mundo se creía vencedor y, sin embargo, según la palabra del Divino Maestro, iba a ser juzgado y definitivamente vencido.




Cerca de Jesús crucificado, otra Guardia velaba: postrada en adoración, lágrimas y amor; en pie, en fidelidad, abnegación y sacrificio. Eran Magdalena, la generosa y amorosa; Juan, el discípulo amado, y María, la Santa Madre de Jesús.

¿Quién dirá los consuelos que esta heroica "guardia de Honor" prodigó durante las tres horas de crucifixión al Divino Sentenciado?

Pero al mismo tiempo, ¿quién podrá decir las efusiones de ternura y liberalidad con que pagó su abnegación a estos centinelas de amor?

Magdalena había derramado a los pies de Jesús sus perfumes y sus lágrimas; Jesús la inundaba con su preciosísima Sangre, haciendo de la pecadora la peana de su altar y el pedestal de su trono, porque Pilatos le había escrito: El Crucificado era REY (Mateo, XXVI, 37).

Juan era el único de los doce que había valerosamente seguido a su buen Maestro, y Jesús le legaba a su madre, y le asociaba a esta primera y solemne Misa del Calvario, que Él, Pontífice eterno, celebraba para gloria de su Padre y salvación del mundo, asistido de la Virgen sacerdotal, cooperadora de la Obra de la Redención. Por eso Juan y María estaban en pie a uno y otro lado del altar del Sacrificio.

En cuanto a la Virgen Inmaculada, porque había consentido en que Jesús sacrificase su vida por nosotros, le legó una generación de almas, y en la persona de Juan se hizo nuestra Madre.

Eva nos perdió debajo del árbol de las delicias; María nos dió la vida debajo del Árbol del dolor.

Pero la recompensa suprema reservada a estos Guardias de Honor del Calvario fue asistir a la apertura del Corazón de Jesús. Fueron los primeros que contemplaron este Corazón lleno de suavidad, atravesado por la lanza, y los primeros que ofrecieron las primicias del Culto que le profesan hoy sus devotos.

Santa María, San Juan, Santa María Magdalena, fueron las primicias y al mismo tiempo el símbolo perfecto de la Guardia de Honor.

Hoy las ruinas morales nos rodean... El Corazón está gravemente herido, y a él es preciso atender primero, porque si el Corazón está sano, se salva la humanidad. Pero, ¿quién cicatrizará estas heridas incurables? El Corazón herido de Jesús. "Hemos sido curados por sus llagas".

Es necesario más horror al pecado, verdadero arrepentimiento de las faltas, y un tierno amor, filial y agradecido, a Nuestro Señor.

Se necesita más generosidad, más celo y abnegación en el servicio a Dios y a las almas, y un espíritu de reparación y disposición de apóstol.

También es necesario penetrarse en el alma del espíritu de sacrificio y de inmolación, y contraer una unión estrecha con la vida y los estados de víctima de nuestro dulcísimo Salvador.

En otras palabras:

- purificación para ofrecerse,

- ofrecerse para ser inmolado,

- inmolarse para unirse a Jesucristo y consumirse en Él.

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