Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

2.2.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (140)



CAPÍTULO 36.
Se abunda en el tema de las imágenes y esculturas, mostrando la gran ignorancia que acerca de ellas tienen algunas personas.


1. Mucho había de decir de la rudeza que muchas personas tienen acerca de las imágenes, porque llega la bobería a tanto, que algunas ponen más confianza en unas imágenes que en otras, entendiendo que les oirá Dios más por esta que por aquella, representando ambas una misma cosa, como por ejemplo dos imágenes de Cristo, o dos de Nuestra Señora. Y esto es porque tienen más afición a la una hechura que a la otra, en lo cual va envuelta gran rudeza acerca del trato con Dios y culto y honra que se le debe, porque el Señor sólo mira la fe y pureza de corazón del que ora. Y es que el hacer Dios a veces más gracias por medio de una imagen que de otra de aquel mismo género no es porque haya más en una que en otra para ese efecto, aunque en la estética tengan mucha diferencia, sino porque las personas despiertan más su devoción por medio de una que de otra. Si tuviesen la misma devoción por la una que por la otra, y aun sin ninguna imagen ni escultura siquiera, las mismas gracias recibirían de Dios.

2. De donde la causa por la que Dios despierta milagros y hace mercedes por medio de algunas imágenes más que por otras no es para que estimen más aquellas que el resto, sino con el fin de que con aquella novedad se despierte más la devoción dormida y afecto de los fieles a oración. Y de aquí se desprende que, como entonces y por medio de aquella imagen se enciende la devoción y se continúa la oración fervorosa (que lo uno y lo otro es medio para que oiga Dios y conceda lo que se le pide) entonces, y por medio de aquella imagen, por la oración y afecto Dios continúa prodigando sus gracias y milagros en aquella imagen. Pero bien es cierto que no hace Dios todo esto por la imagen, pues en sí no es más que pintura, sino por la devoción y fe que se tiene con el santo que representa. Y así, si la misma devoción tuvieses tú y fe en Nuestra Señora delante de esta su imagen que delante de aquella, que representa la misma, y aún sin ninguna imagen por medio como dijimos, las mismas gracias recibirías. Aún por experiencia se ve que, si Dios hace algunas gracias y obra milagros, ordinariamente los hace por medio de algunas imágenes no muy bien talladas ni esplendorosamente pintadas o figuradas, con el fin de que los fieles no atribuyan algo de esto a la figura o a la pintura en sí.

3. Y muchas veces suele nuestro Señor obrar estas gracias por medio de aquellas imágenes que están más apartadas y solitarias. Lo uno, porque con aquel movimiento de ir a ellas crezca más el afecto y sea más intenso el acto (nota del corrector: al haber más sacrificio, hay más mérito). Lo otro, para que se aparten del ruido y de la multitud a orar, como lo hacía el Señor (Mt. 14, 23; Lc. 6, 12). Por lo cual, el que hace la peregrinación hacia aquella imagen, ermita o monumento, hace bien de hacerla cuando no va otra gente, aunque sea tiempo extraordinario (es decir: fuera de temporada de romerías o procesiones) y, cuando va mucha turba, nunca yo se lo aconsejaría porque, ordinariamente, vuelven más distraídos de lo que fueron. Y muchos se unen a esas peregrinaciones y las hacen más por recreación que por devoción.
De manera que, mientras haya devoción y fe, cualquiera imagen bastará. Mas si no la hay, ninguna bastará. Que harta viva imagen era nuestro Salvador en el mundo y, con todo, los que no tenían fe, aunque más andaban con Él y veían sus obras maravillosas, no sacaban provecho. Y esa era la causa por la que en su tierra no hacía muchas virtudes, como dice el evangelista (Mt. 13, 58; Lc. 4, 24).

4. También quiero aquí decir algunos efectos sobrenaturales que causan a veces algunas imágenes en personas particulares, y es que a algunas imágenes da Dios espíritu particular en ellas, de manera que queda fijada en la mente la figura de la imagen y la devoción que causó, trayendola como presente, y cuando de repente de ella uno se acuerda, le hace el mismo efecto que cuando la vio (o tal vez incluso más, o en ocasiones sólo quizá una sutil elevación o evocación, al menos) y en otra imagen, aunque sea de más perfecta estética, no hallará aquel espíritu ni efecto.

5. Asimismo, muchas personas tienen devoción más en una estética que en otras, y en algunas no será más que afición y gusto natural, así como a uno contentará más un rostro de una persona que de otra, y se aficionará más a ella instintivamente, y la traerá más presente en su imaginación, aunque no sea tan hermosa como las otras, porque se inclina su natural a aquella manera de forma y figura. Y así pensarán algunas personas que la afición que tienen a tal o tal imagen es devoción, y no será quizá más que afición y gusto natural. Otras veces ocurre que, mirando una imagen, la vean moverse, o hacer semblantes, gestos y muestras, y dar a entender cosas, o hablar. Esta manera y la de los afectos sobrenaturales que aquí decimos de las imágenes, aunque es verdad que muchas veces son verdaderos afectos y buenos, causando Dios estos prodigios o para aumentar la devoción, o para que el alma tenga algún empuje para que ande asida por ser algo débil y con ello no se distraiga, debemos tener en cuenta que también muchas veces lo hace el demonio para engañar y dañar. Por tanto, para todo daremos doctrina en el capítulo siguiente.


1.2.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (139)



CAPÍTULO 35.
Se abordan los bienes espirituales más provechosos que directamente pueden incidir en la voluntad, mostrando sus distintas formas.


1. A cuatro géneros de bienes podemos reducir todos los que directamente pueden dar gozo a la voluntad, conviene a saber: motivos (de moción), provocativos (que provocan), directivos (que dirigen) y perfectivos (que perfeccionan), de los cuales iremos diciendo por su orden, y primero, de los motivos, que son: imágenes y estampas de santos, oratorios y ceremonias.

2. Y cuanto a lo que toca a las imágenes y demás ilustraciones de santos, puede haber mucha vanidad y gozo vano, porque siendo ellas tan importantes para el culto divino y tan necesarias para mover la voluntad a devoción, como la aprobación y uso que tiene de ellas nuestra Madre la Iglesia muestra (por lo cual siempre conviene que nos aprovechemos de ellas para desempolvarnos de nuestra tibieza), hay muchas personas que ponen su gozo más en la pintura y ornato de ellas que no en lo que representan.

3. El uso de las imágenes lo ordenó la Iglesia para dos principales fines, es a saber: para reverenciar a los santos en ellas, y para mover la voluntad y despertar la devoción por ellas hacia esos mismos santos, y cuanto sirven de esto son provechosas y el uso de ellas necesario. Y, por eso, las que más a este propio principio evocan y más mueven la voluntad a devoción son las que se han de escoger, poniendo los ojos en esto más que en el valor y curiosidad de la hechura y su ornato. Porque hay, como digo, algunas personas que miran más en la curiosidad de la imagen y valor de ella que en lo que representa, y entonces la devoción interior (que espiritualmente han de dirigir hacia el santo invisible que la imagen representa, olvidando luego la imagen, que no sirve más que de motivo e inspiración), la emplean en el ornato y curiosidad exterior, de manera que se agrade y deleite el sentido y se quede el amor y gozo de la voluntad tan sólo en lo sensible. Lo cual impide totalmente al verdadero espíritu, que requiere aniquilación del afecto en todas las cosas materiales.

4. Esto se verá bien por el uso abominable que en estos nuestros tiempos usan algunas personas que, no teniendo ellas aborrecido el traje vano del mundo, adornan a las imágenes con el traje que la gente vana que la moda va inventando para el cumplimiento de sus pasatiempos y vanidades, y con el traje que en ellas es reprendido por la falta de modestia y demás, lo usan incluso para vestir las imágenes, cosa que al santo que la imagen representa resultó tan aborrecible (y obviamente todavía le resulta), procurando empujar a esto el demonio y ellos en el canonizar sus vanidades, poniendolas en los santos, no sin agraviarles mucho. Y de esta manera, la honesta e importante devoción del alma, que de sí echa y arroja toda vanidad y rastro de ella, ya se les queda en poco más que en ornato de muñecas, no sirviendose algunos de las imágenes más que de unos ídolos en que tienen puesto su gozo. Y así, vereis algunas personas que no se hartan de añadir imagen a imagen, y que no sea sino de tal y tal suerte y hechura, y que no esten puestas sino de tal o tal manera, de manera que quien se deleite sea el sentido, mientras que la devoción del corazón es muy poca. Y algunos tienen tanto asimiento en esto que se parecen a Micas en sus ídolos o como Labán, que el uno salió de su casa dando voces porque se los llevaban (Jue. 18, 24), y el otro, habiendo ido mucho camino y muy enojado por ellos, removió todas las alhajas de Jacob, buscándolos (Gn. 31, 34).

5. La persona realmente devota pone su devoción principalmente en lo invisible, y pocas imágenes necesita y de pocas usa, y de entre esas pocas solo aquellas que más se conforman con lo divino que con lo humano, conformándolas a ellas y a sí en ellas con el traje del otro siglo y su condición, y no con ropajes modernos, porque no solamente no le mueve el apetito la figura de este siglo, sino que aún ni siquiera se acuerda por esa figura de la forma de vestir actual, ya que delante de los ojos la imagen no posee cosa que a la moda se le parezca. Ni en esas figuras de las que usa tiene asido el corazón porque, si se las quitan, se pena muy poco ya que la viva imagen busca dentro de sí, que es Cristo crucificado, en el cual antes gusta de que todo se lo quiten y que todo le falte.
Hasta los motivos y medios que llegan más a Dios, quitándoselos, queda impasible. Porque mayor perfección del alma es estar con tranquilidad y gozo en la privación de estos motivos que en la posesión con apetito y asimiento de ellos. Que, aunque es bueno gustar de tener aquellas imágenes que ayuden al alma a más devoción (por lo cual se ha de escoger la que más mueve a este fin), no es perfección estar una persona tan asida a ellas que con propiedad las posea hasta el punto de que, si se las quitaren, se entristezca.

6. Tenga por cierto el alma que, cuanto más asida con propiedad estuviere a la imagen o motivo, tanto menos subirá a Dios su devoción y oración, aunque es verdad que, por estar unas más al propio que otras y excitar más la devoción unas que otras, conviene aficionarse más a unas que a otras por esta causa sólo y no con la propiedad y asimiento que hemos mencionado. Debe evitarse por tanto que, lo que debería de llevar el espíritu volando por medio de la imagen a Dios, olvidando luego esa imagen y todo lo demás, se quede solo en el sentido, estando todo engolfado en el gozo de los instrumentos que, habiendo de servir sólo para ayuda de esto, por mi imperfección me sirva sin embargo para estorbo, y a veces incluso no menos que el asimiento y propiedad de otra cualquiera cosa material.

7. Pero para quien en esto de las imágenes tenga todavía alguna objección, por no tener una bien entendida la desnudez y pobreza del espíritu que requiere la perfección, a lo menos no se debería tener en la imperfección que comúnmente se tiene en los rosarios, pues apenas se hallará quien no tenga alguna flaqueza en ellos queriendo que sea de esta hechura más que de aquella, o de este color y metal más que de aquel, o de este ornato o con otros detalles, cuando realmente no importa más el uno que el otro para que Dios oiga mejor lo que se reza por este que por aquel. Lo que realmente importa es más bien aquella oración que va con sencillo y verdadero corazón, no mirando más que a agradar a Dios no dándose nada más por este rosario que por aquel, si no fuese de indulgencias.

8. Es nuestra vana codicia de suerte y condición, que en todas las cosas quiere hacer asiento; es como la carcoma, que roe lo sano, y en las cosas buenas y malas hace su oficio y daño. Porque ¿qué otra cosa es gustar tú de traer el rosario adornado y querer que sea antes de esta manera que de aquella, sino tener puesto tu gozo en el instrumento? ¿Y qué sentido tiene querer escoger antes esta imagen que la otra, no mirando si te despertará más el amor, sino en si es más preciosa y curiosa? Si tú empleases el apetito y gozo sólo en amar a Dios, te daría lo mismo lo uno que lo otro. Y es de lástima ver algunas personas espirituales tan asidas al modo y hechura de estos instrumentos, que se encuentran prisioneras teniendo en este tipo de imágenes y elementos el mismo asimiento y propiedad que en cuales quiera otras alhajas temporales.


31.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (138)



CAPÍTULO 34.
Se muestran los bienes espirituales que directamente tienen relación con el entendimiento y memoria, explicando asimismo cómo debemos poner la voluntad respecto al gozo de los mismos.


1. Mucho podríamos aquí hacer dada la multitud de las aprehensiones de la memoria y entendimiento, enseñando a la voluntad cómo se debe de encontrar respecto al gozo que puede tener en ellas, si no hubiésemos tratado de este tipo de aprehensiones precisamente (y con bastante extensión) en el segundo y tercer libro. Pero, dado que allí se dijo de la manera que aquellas dos potencias les convenía encontrarse y operar respecto de ellas para encaminarse a la divina unión, y de la misma manera cómo le conviene a la voluntad encontrarse en el gozo acerca de ellas, no es necesario referirlas aquí. Porque basta decir que dondequiera que allí dice que aquellas potencias se vacíen de tales y tales aprehensiones, se entienda asimismo que la voluntad también se ha de vaciar del gozo de ellas. Y de la misma manera que queda dicho cómo la memoria y entendimiento se han de encontrar respecto de todas aquellas aprehensiones, se ha también de encontrar la voluntad. Esto es así puesto que el entendimiento y las demás potencias no pueden admitir ni negar nada sin que convenga con ello y se lo permita la voluntad, por lo cual claro está que entonces la misma doctrina que sirve para lo uno servirá también para lo otro.

2. Vease allí lo que en esto se requiere, porque en todos aquellos daños caerá el espiritual si no se sabe enderezar a Dios.


30.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (137)



CAPÍTULO 33.
Se empieza a explicar acerca del sexto género de bienes en los que puede la voluntad gozarse, mostrando los que son y haciendo una primera diferenciación de los mismos.


1. Pues el intento que llevamos en esta nuestra obra es encaminar el espíritu por los bienes espirituales hasta la divina unión del alma con Dios, ahora que en este sexto género hemos de tratar de los bienes espirituales, que son los que más sirven para este negocio, convendrá que, así el lector como yo, pongamos aquí con particular consideración nuestra atención. Porque es cosa tan cierta y ordinaria, por el poco saber de algunos, servirse de las cosas espirituales sólo para el sentido, dejando al espíritu vacío, que apenas habrá a quien el fruto sensual no estropee buena parte del espiritual, bebiéndose el néctar antes que llegue al espíritu, dejándole seco y vacío.

2. Entrando, pues, al propósito, digo que por bienes espirituales entiendo todos aquellos que mueven y ayudan para las cosas divinas y el trato del alma con Dios, incluyendo también las comunicaciones de Dios con el alma.

3. Comenzando, pues, a hacer división por los géneros superiores, digo que los bienes espirituales son en dos maneras: unos, sabrosos, y otros penosos. Y cada uno de estos géneros es también de dos maneras: porque los sabrosos, unos son de cosas claras que sobradamente se entienden, y otros de cosas que no se entienden de forma clara ni específicamente. Los bienes espirituales de tipo más penoso también algunos son de cosas claras y diferenciadoras, y otros de cosas confusas y oscuras.

4. A todos estos bienes podemos también diferenciarlos según las potencias del alma porque unos, por cuanto son inteligencias, pertenecen al entendimiento; otros, por cuanto son afecciones pertenecen a la voluntad, y otros, por cuanto son imaginarios, pertenecen a la memoria.

5. Dejemos, pues, para más adelante tratar sobre los bienes penosos, porque pertenecen a la noche pasiva, donde hemos de hablar de ellos, y también los sabrosos que decimos ser de cosas confusas y no específicas para tratar sobre ellos a la postre, por cuanto pertenecen a la comunicación general, confusa, amorosa, en que se realiza la unión del alma con Dios (lo cual dejamos abierto en el libro segundo, difiriendolo para tratar más adelante), trataremos aquí ahora de aquellos bienes sabrosos que son de cosas claras y específicas.


29.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (136)



CAPÍTULO 32.
Se muestran los dos provechos que se obtienen al negarse con respecto de las gracias sobrenaturales.


1. Además de los provechos que el alma consigue en librarse de los dichos tres daños por la privación de este gozo, adquiere dos excelentes provechos.
El primero es engrandecer y ensalzar a Dios; el segundo es ensalzarse el alma a sí misma. Porque de dos maneras es Dios ensalzado en el alma: la primera es apartando el corazón y gozo de la voluntad de todo lo que no es Dios, para ponerlo solamente en Él. Lo cual quiso decir David en el verso que hemos alegado al principio (Sal. 137, 6) de la noche de esta potencia, en donde (Sal. 63, 7) se dice: "Se acerque el corazón hacia lo alto, y será Dios ensalzado" (nota del corrector: en realidad el salmo al que hace referencia el santo menciona: Fraguan planes nefandos, / ocultan los planes fraguados, / y la mente y el
corazón de cada uno son recónditos", pero para la cuestión tratada no es demasiado importante; el salmo al que hace referencia al principio el santo no lo menciona, pero hemos creído conveniente incluirlo nosotros, así como una traducción más comprensible al castellano actual del salmo comentado) porque, levantando el corazón sobre todas las cosas, se ensalza a Dios en el alma sobre todas ellas.

2. Y porque de esta manera pone solamente a Dios por encima de todo, se ensalza y se engrandece a Dios, manifestando al alma su excelencia y grandeza. Y es que en este levantamiento de gozo en Él a su vez le da Dios testimonio de quién es, lo cual no se hace sin vaciar el gozo y consuelo de la voluntad acerca de todas las cosas, como también lo dice por David (Sal. 46:10), diciendo: "Estad quietos y ved que yo soy Dios". Y otra vez (Sal. 62, 3) dice: "En tierra desierta, seca y sin camino, me aparecí delante de ti, para ver tu virtud y tu gloria". Y pues es verdad que se ensalza Dios poniendo el gozo en Él y apartando dicho gozo de todas las otras cosas, mucho más se ensalza apartándole de las que son más maravillosas para ponerlo sólo en Él, pues son de más alta entidad siendo sobrenaturales. Y así, dejándolas atrás por poner el gozo sólo en Dios, es atribuir mayor gloria y excelencia a Dios que a ellas, porque cuanto uno más y mayores cosas desprecia por otro, tanto más le estima y engrandece.

3. No es esto todo sino que también es Dios ensalzado de una segunda manera: apartando la voluntad de este género de obras. Y es que cuanto Dios es más creído y servido sin testimonios y señales, tanto más es del alma ensalzado, pues cree de Dios más de lo que las señales y milagros le puedan dar a entender.

4. El segundo provecho en que se ensalza el alma es porque, apartando la voluntad de todos los testimonios y señales aparentes, se ensalza en fe muy pura, la cual le infunde y aumenta Dios con mucha más intención, y juntamente le aumenta las otras dos virtudes teologales, que son caridad y esperanza. Gracias a esto el espiritual goza de divinas y altísimas comunicaciones por medio del oscuro y desnudo hábito de fe, y de gran deleite de amor por medio de la caridad, con lo cual ya no se goza la voluntad en otra cosa que en Dios vivo, logrando una mayor satisfacción en sus pensamientos e interior por medio de la esperanza. Todo lo cual es un admirable provecho que esencial y directamente incide con mucha importancia, a los que disponen de estas virtudes o bienes sobrenaturales, para la unión perfecta del alma con Dios.