Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

1.2.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (139)



CAPÍTULO 35.
Se abordan los bienes espirituales más provechosos que directamente pueden incidir en la voluntad, mostrando sus distintas formas.


1. A cuatro géneros de bienes podemos reducir todos los que directamente pueden dar gozo a la voluntad, conviene a saber: motivos (de moción), provocativos (que provocan), directivos (que dirigen) y perfectivos (que perfeccionan), de los cuales iremos diciendo por su orden, y primero, de los motivos, que son: imágenes y estampas de santos, oratorios y ceremonias.

2. Y cuanto a lo que toca a las imágenes y demás ilustraciones de santos, puede haber mucha vanidad y gozo vano, porque siendo ellas tan importantes para el culto divino y tan necesarias para mover la voluntad a devoción, como la aprobación y uso que tiene de ellas nuestra Madre la Iglesia muestra (por lo cual siempre conviene que nos aprovechemos de ellas para desempolvarnos de nuestra tibieza), hay muchas personas que ponen su gozo más en la pintura y ornato de ellas que no en lo que representan.

3. El uso de las imágenes lo ordenó la Iglesia para dos principales fines, es a saber: para reverenciar a los santos en ellas, y para mover la voluntad y despertar la devoción por ellas hacia esos mismos santos, y cuanto sirven de esto son provechosas y el uso de ellas necesario. Y, por eso, las que más a este propio principio evocan y más mueven la voluntad a devoción son las que se han de escoger, poniendo los ojos en esto más que en el valor y curiosidad de la hechura y su ornato. Porque hay, como digo, algunas personas que miran más en la curiosidad de la imagen y valor de ella que en lo que representa, y entonces la devoción interior (que espiritualmente han de dirigir hacia el santo invisible que la imagen representa, olvidando luego la imagen, que no sirve más que de motivo e inspiración), la emplean en el ornato y curiosidad exterior, de manera que se agrade y deleite el sentido y se quede el amor y gozo de la voluntad tan sólo en lo sensible. Lo cual impide totalmente al verdadero espíritu, que requiere aniquilación del afecto en todas las cosas materiales.

4. Esto se verá bien por el uso abominable que en estos nuestros tiempos usan algunas personas que, no teniendo ellas aborrecido el traje vano del mundo, adornan a las imágenes con el traje que la gente vana que la moda va inventando para el cumplimiento de sus pasatiempos y vanidades, y con el traje que en ellas es reprendido por la falta de modestia y demás, lo usan incluso para vestir las imágenes, cosa que al santo que la imagen representa resultó tan aborrecible (y obviamente todavía le resulta), procurando empujar a esto el demonio y ellos en el canonizar sus vanidades, poniendolas en los santos, no sin agraviarles mucho. Y de esta manera, la honesta e importante devoción del alma, que de sí echa y arroja toda vanidad y rastro de ella, ya se les queda en poco más que en ornato de muñecas, no sirviendose algunos de las imágenes más que de unos ídolos en que tienen puesto su gozo. Y así, vereis algunas personas que no se hartan de añadir imagen a imagen, y que no sea sino de tal y tal suerte y hechura, y que no esten puestas sino de tal o tal manera, de manera que quien se deleite sea el sentido, mientras que la devoción del corazón es muy poca. Y algunos tienen tanto asimiento en esto que se parecen a Micas en sus ídolos o como Labán, que el uno salió de su casa dando voces porque se los llevaban (Jue. 18, 24), y el otro, habiendo ido mucho camino y muy enojado por ellos, removió todas las alhajas de Jacob, buscándolos (Gn. 31, 34).

5. La persona realmente devota pone su devoción principalmente en lo invisible, y pocas imágenes necesita y de pocas usa, y de entre esas pocas solo aquellas que más se conforman con lo divino que con lo humano, conformándolas a ellas y a sí en ellas con el traje del otro siglo y su condición, y no con ropajes modernos, porque no solamente no le mueve el apetito la figura de este siglo, sino que aún ni siquiera se acuerda por esa figura de la forma de vestir actual, ya que delante de los ojos la imagen no posee cosa que a la moda se le parezca. Ni en esas figuras de las que usa tiene asido el corazón porque, si se las quitan, se pena muy poco ya que la viva imagen busca dentro de sí, que es Cristo crucificado, en el cual antes gusta de que todo se lo quiten y que todo le falte.
Hasta los motivos y medios que llegan más a Dios, quitándoselos, queda impasible. Porque mayor perfección del alma es estar con tranquilidad y gozo en la privación de estos motivos que en la posesión con apetito y asimiento de ellos. Que, aunque es bueno gustar de tener aquellas imágenes que ayuden al alma a más devoción (por lo cual se ha de escoger la que más mueve a este fin), no es perfección estar una persona tan asida a ellas que con propiedad las posea hasta el punto de que, si se las quitaren, se entristezca.

6. Tenga por cierto el alma que, cuanto más asida con propiedad estuviere a la imagen o motivo, tanto menos subirá a Dios su devoción y oración, aunque es verdad que, por estar unas más al propio que otras y excitar más la devoción unas que otras, conviene aficionarse más a unas que a otras por esta causa sólo y no con la propiedad y asimiento que hemos mencionado. Debe evitarse por tanto que, lo que debería de llevar el espíritu volando por medio de la imagen a Dios, olvidando luego esa imagen y todo lo demás, se quede solo en el sentido, estando todo engolfado en el gozo de los instrumentos que, habiendo de servir sólo para ayuda de esto, por mi imperfección me sirva sin embargo para estorbo, y a veces incluso no menos que el asimiento y propiedad de otra cualquiera cosa material.

7. Pero para quien en esto de las imágenes tenga todavía alguna objección, por no tener una bien entendida la desnudez y pobreza del espíritu que requiere la perfección, a lo menos no se debería tener en la imperfección que comúnmente se tiene en los rosarios, pues apenas se hallará quien no tenga alguna flaqueza en ellos queriendo que sea de esta hechura más que de aquella, o de este color y metal más que de aquel, o de este ornato o con otros detalles, cuando realmente no importa más el uno que el otro para que Dios oiga mejor lo que se reza por este que por aquel. Lo que realmente importa es más bien aquella oración que va con sencillo y verdadero corazón, no mirando más que a agradar a Dios no dándose nada más por este rosario que por aquel, si no fuese de indulgencias.

8. Es nuestra vana codicia de suerte y condición, que en todas las cosas quiere hacer asiento; es como la carcoma, que roe lo sano, y en las cosas buenas y malas hace su oficio y daño. Porque ¿qué otra cosa es gustar tú de traer el rosario adornado y querer que sea antes de esta manera que de aquella, sino tener puesto tu gozo en el instrumento? ¿Y qué sentido tiene querer escoger antes esta imagen que la otra, no mirando si te despertará más el amor, sino en si es más preciosa y curiosa? Si tú empleases el apetito y gozo sólo en amar a Dios, te daría lo mismo lo uno que lo otro. Y es de lástima ver algunas personas espirituales tan asidas al modo y hechura de estos instrumentos, que se encuentran prisioneras teniendo en este tipo de imágenes y elementos el mismo asimiento y propiedad que en cuales quiera otras alhajas temporales.


31.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (138)



CAPÍTULO 34.
Se muestran los bienes espirituales que directamente tienen relación con el entendimiento y memoria, explicando asimismo cómo debemos poner la voluntad respecto al gozo de los mismos.


1. Mucho podríamos aquí hacer dada la multitud de las aprehensiones de la memoria y entendimiento, enseñando a la voluntad cómo se debe de encontrar respecto al gozo que puede tener en ellas, si no hubiésemos tratado de este tipo de aprehensiones precisamente (y con bastante extensión) en el segundo y tercer libro. Pero, dado que allí se dijo de la manera que aquellas dos potencias les convenía encontrarse y operar respecto de ellas para encaminarse a la divina unión, y de la misma manera cómo le conviene a la voluntad encontrarse en el gozo acerca de ellas, no es necesario referirlas aquí. Porque basta decir que dondequiera que allí dice que aquellas potencias se vacíen de tales y tales aprehensiones, se entienda asimismo que la voluntad también se ha de vaciar del gozo de ellas. Y de la misma manera que queda dicho cómo la memoria y entendimiento se han de encontrar respecto de todas aquellas aprehensiones, se ha también de encontrar la voluntad. Esto es así puesto que el entendimiento y las demás potencias no pueden admitir ni negar nada sin que convenga con ello y se lo permita la voluntad, por lo cual claro está que entonces la misma doctrina que sirve para lo uno servirá también para lo otro.

2. Vease allí lo que en esto se requiere, porque en todos aquellos daños caerá el espiritual si no se sabe enderezar a Dios.


30.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (137)



CAPÍTULO 33.
Se empieza a explicar acerca del sexto género de bienes en los que puede la voluntad gozarse, mostrando los que son y haciendo una primera diferenciación de los mismos.


1. Pues el intento que llevamos en esta nuestra obra es encaminar el espíritu por los bienes espirituales hasta la divina unión del alma con Dios, ahora que en este sexto género hemos de tratar de los bienes espirituales, que son los que más sirven para este negocio, convendrá que, así el lector como yo, pongamos aquí con particular consideración nuestra atención. Porque es cosa tan cierta y ordinaria, por el poco saber de algunos, servirse de las cosas espirituales sólo para el sentido, dejando al espíritu vacío, que apenas habrá a quien el fruto sensual no estropee buena parte del espiritual, bebiéndose el néctar antes que llegue al espíritu, dejándole seco y vacío.

2. Entrando, pues, al propósito, digo que por bienes espirituales entiendo todos aquellos que mueven y ayudan para las cosas divinas y el trato del alma con Dios, incluyendo también las comunicaciones de Dios con el alma.

3. Comenzando, pues, a hacer división por los géneros superiores, digo que los bienes espirituales son en dos maneras: unos, sabrosos, y otros penosos. Y cada uno de estos géneros es también de dos maneras: porque los sabrosos, unos son de cosas claras que sobradamente se entienden, y otros de cosas que no se entienden de forma clara ni específicamente. Los bienes espirituales de tipo más penoso también algunos son de cosas claras y diferenciadoras, y otros de cosas confusas y oscuras.

4. A todos estos bienes podemos también diferenciarlos según las potencias del alma porque unos, por cuanto son inteligencias, pertenecen al entendimiento; otros, por cuanto son afecciones pertenecen a la voluntad, y otros, por cuanto son imaginarios, pertenecen a la memoria.

5. Dejemos, pues, para más adelante tratar sobre los bienes penosos, porque pertenecen a la noche pasiva, donde hemos de hablar de ellos, y también los sabrosos que decimos ser de cosas confusas y no específicas para tratar sobre ellos a la postre, por cuanto pertenecen a la comunicación general, confusa, amorosa, en que se realiza la unión del alma con Dios (lo cual dejamos abierto en el libro segundo, difiriendolo para tratar más adelante), trataremos aquí ahora de aquellos bienes sabrosos que son de cosas claras y específicas.


29.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (136)



CAPÍTULO 32.
Se muestran los dos provechos que se obtienen al negarse con respecto de las gracias sobrenaturales.


1. Además de los provechos que el alma consigue en librarse de los dichos tres daños por la privación de este gozo, adquiere dos excelentes provechos.
El primero es engrandecer y ensalzar a Dios; el segundo es ensalzarse el alma a sí misma. Porque de dos maneras es Dios ensalzado en el alma: la primera es apartando el corazón y gozo de la voluntad de todo lo que no es Dios, para ponerlo solamente en Él. Lo cual quiso decir David en el verso que hemos alegado al principio (Sal. 137, 6) de la noche de esta potencia, en donde (Sal. 63, 7) se dice: "Se acerque el corazón hacia lo alto, y será Dios ensalzado" (nota del corrector: en realidad el salmo al que hace referencia el santo menciona: Fraguan planes nefandos, / ocultan los planes fraguados, / y la mente y el
corazón de cada uno son recónditos", pero para la cuestión tratada no es demasiado importante; el salmo al que hace referencia al principio el santo no lo menciona, pero hemos creído conveniente incluirlo nosotros, así como una traducción más comprensible al castellano actual del salmo comentado) porque, levantando el corazón sobre todas las cosas, se ensalza a Dios en el alma sobre todas ellas.

2. Y porque de esta manera pone solamente a Dios por encima de todo, se ensalza y se engrandece a Dios, manifestando al alma su excelencia y grandeza. Y es que en este levantamiento de gozo en Él a su vez le da Dios testimonio de quién es, lo cual no se hace sin vaciar el gozo y consuelo de la voluntad acerca de todas las cosas, como también lo dice por David (Sal. 46:10), diciendo: "Estad quietos y ved que yo soy Dios". Y otra vez (Sal. 62, 3) dice: "En tierra desierta, seca y sin camino, me aparecí delante de ti, para ver tu virtud y tu gloria". Y pues es verdad que se ensalza Dios poniendo el gozo en Él y apartando dicho gozo de todas las otras cosas, mucho más se ensalza apartándole de las que son más maravillosas para ponerlo sólo en Él, pues son de más alta entidad siendo sobrenaturales. Y así, dejándolas atrás por poner el gozo sólo en Dios, es atribuir mayor gloria y excelencia a Dios que a ellas, porque cuanto uno más y mayores cosas desprecia por otro, tanto más le estima y engrandece.

3. No es esto todo sino que también es Dios ensalzado de una segunda manera: apartando la voluntad de este género de obras. Y es que cuanto Dios es más creído y servido sin testimonios y señales, tanto más es del alma ensalzado, pues cree de Dios más de lo que las señales y milagros le puedan dar a entender.

4. El segundo provecho en que se ensalza el alma es porque, apartando la voluntad de todos los testimonios y señales aparentes, se ensalza en fe muy pura, la cual le infunde y aumenta Dios con mucha más intención, y juntamente le aumenta las otras dos virtudes teologales, que son caridad y esperanza. Gracias a esto el espiritual goza de divinas y altísimas comunicaciones por medio del oscuro y desnudo hábito de fe, y de gran deleite de amor por medio de la caridad, con lo cual ya no se goza la voluntad en otra cosa que en Dios vivo, logrando una mayor satisfacción en sus pensamientos e interior por medio de la esperanza. Todo lo cual es un admirable provecho que esencial y directamente incide con mucha importancia, a los que disponen de estas virtudes o bienes sobrenaturales, para la unión perfecta del alma con Dios.


28.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (135)




CAPÍTULO 31.
Se muestran los daños que le sobrevienen al alma cuando pone el gozo de la voluntad en este género de bienes sobrenaturales.


1. Tres daños principales me parece que le pueden ocurrir al alma cuando pone el gozo en los bienes sobrenaturales, conviene a saber: engañar y ser engañada; detrimento en el alma acerca de la fe; vanagloria o alguna vanidad.

2. Cuanto a lo primero, es cosa muy fácil engañar a los demás y engañarse a sí mismo gozándose en esta manera de obras. Y la razón es porque para conocer estas obras, cuáles sean falsas y cuáles verdaderas, y cómo y a qué tiempo se han de ejercitar, es menester mucho aviso y mucha luz de Dios, y lo uno y lo otro impide mucho el gozo y la estimación de estas obras. Y esto por dos cosas: por una parte, porque el gozo embota y oscurece el juicio, y por otra, porque con el gozo de esas obras no sólo se es más propensa la persona a deleitarse en ellas, sino que es también aún más empujada a que realice esas obras sin tiempo (nota del corrector: es decir, fuera de lugar o en un momento no adecuado).
Y dado el caso de que estas virtudes y estas obras que se ejercitan sean realmente verdaderas, bastan estos dos defectos para engañarse muchas veces en ellas, o porque no las entiende como deben entenderse, o no aprovechándose de ellas y acabando por no usarlas cómo y cuando es más conveniente. Porque, aunque es verdad que cuando da Dios estos dones y gracias les da a las personas también luz de ellas y el movimiento de cómo y cuándo se han de ejercitar, todavía ellas, por la propiedad e imperfección que pueden tener acerca de estas obras, pueden errar mucho, no usando de esas obras, bienes y/o virtudes con la perfección que Dios quiere, y cómo y cuando Él quiere. Como ejemplo podemos poner lo que quería hacer Balam cuando, contra la voluntad de Dios, se determinó a ir a maldecir al pueblo de Israel por lo cual, enojándose Dios, le quería matar (Nm. 22, 22­23). Y Santiago y san Juan querían hacer bajar fuego del cielo sobre los samaritanos porque no daban posada a nuestro Salvador, a los cuales Él reprendió con firmeza por ello (Lc. 9, 54­55).

3. Con todo esto se ve claro cómo a esas personas les hacía determinar a hacer estas obras alguna pasión de imperfección, envuelta en gozo y estimación de ellas, cuando no convenía. Porque, cuando no hay semejante imperfección, solamente se mueven y determinan a obrar estas virtudes cuándo y como Dios les mueve a ello, y hasta entonces no conviene mostrarlas o ejercerlas. Precisamente por eso se quejaba Dios de ciertos profetas por Jeremías (23, 21), diciendo: "No enviaba yo a los profetas, y ellos corrían; no los hablaba yo, y ellos profetizaban". Y más adelante dice (23, 32): "Hacen errar a mi pueblo con sus mentiras y con sus lisonjas, y yo no los envié ni les mandé". Y allí también dice (23, 26) de ellos que ven las visiones de su corazón y cuentan lo que esas visiones dicen, lo cual no caerían en este error si ellos no tuvieran esta abominable propiedad de imperfección en estas obras.

4. Con estas declaraciones con la autoridad de la Sagrada Escritura se da a entender que el daño de este gozo no solamente llega a usar inicua y perversamente de estas gracias que da Dios, como Balam y los que aquí dice que hacían milagros con los que engañaban al pueblo, mas aún hasta llegar al punto de usarlas sin haberselas Dios dado, como el caso de los que profetizaban sus antojos y publicaban la visiones que ellos componían o las que el demonio les representaba. Porque, como el demonio los ve aficionados a estas cosas, les da en esto largo campo y muchas materias con las que enredarse, entrometiendose de muchas maneras, y con esto tienden ellos las velas y cobran desvergonzada osadía, alargándose y explayéndose en estas prodigiosas obras.

5. Y no para esto solamente, sino que a tanto hace llegar el gozo de estas obras y la codicia de ellas que hace que, si los tales tenían antes pacto oculto con el demonio (porque muchos de estos por este oculto pacto obran estas cosas), ya vengan a atreverse a hacer con el ser maligno pacto expreso y manifiesto, sujetándose, por concierto, por discípulos al demonio y a los allegados suyos. De aquí salen los hechiceros, los encantadores, los mágicos aríolos (adivinos por agüeros) y los brujos.
Y a tanto mal llega el gozo de estos sobre estas obras, que no sólo tienen la osadía de querer comprar los dones y gracias por dinero, como quería Simón Mago (Hch. 8, 18), para servir al demonio, sino que aún procuran hacerse con las cosas sagradas y hasta (lo que no se puede decir sin temblar) con las divinas, como ya se ha visto haber sido usurpado el sacratísimo y santísimo Cuerpo de nuestro Señor Jesucristo para uso de sus maldades y abominaciones. ¡Alargue y muestre Dios aquí su gran misericordia!

6. Y cuán perniciosos son este tipo de personas para sí mismas y perjudiciales para la Cristiandad, cada uno podrá bien claramente entenderlo. Donde es de notar que todos aquellos magos y aríolos que había entre los hijos de Israel, a los cuales Saúl arrojó de la tierra (1 Sm. 28, 3) por querer imitar a los verdaderos profetas de Dios, habían dado en tantas abominaciones y engaños.

7. Debe, pues, el que tuviere la gracia y don sobrenatural, apartar la codicia y gozo del ejercicio de ese don, tratando de no abusar de su ejercicio porque Dios, que le da esos dones sobrenaturales para utilidad de su Iglesia o de sus miembros, le moverá también sobrenaturalmente cómo y cuándo lo deba ejercitar. Y dado pues que mandaba a sus fieles (Mt. 10, 19) que no tuviesen cuidado de lo que habían de hablar, ni cómo lo habían de hablar, porque era negocio sobrenatural de fe, también querrá que, pues el negocio de estas obras no es menos, se aguarde el hombre a que Dios sea el obrero, moviendo el corazón, pues en su virtud se ha de obrar toda virtud (Sal. 59, 15). Es por eso que los discípulos en los Hechos de los Apóstoles (4, 29­30), aunque les había infundido estas gracias y dones, hicieron oración a Dios, rogándole que fuese servido de extender su mano en hacer señales y obras y sanidades por ellos, para introducir en los corazones la fe de nuestro Señor Jesucristo (nota del corrector: y no por otras causas o razones).

8. El segundo daño que puede venir de este primero, es el detrimento acerca de la fe, el cual puede ser en dos maneras:
La primera, acerca de los otros porque, poniendose a hacer el milagro o virtud sin tiempo y necesidad, aparte de que es tentar a Dios (lo cual es ya un gran pecado) podrá ocurrir el no conseguir llevarlo a cabo y terminar por suceder lo contrario, es decir, hacer surgir en los corazones menos crédito y desprecio de la fe. Porque, aunque algunas veces logren realizar las prodigiosas acciones sobrenaturales por quererlo Dios por otras causas y motivos, como la hechicera de Saúl (1 Sm. 28, 12 ss.), si es verdad que era Samuel el que parecía allí, no dejan de errar ellos y ser culpados por usar de estas gracias cuando no conviene.
La segunda manera de daño en detrimento de la fe es acerca del mérito de la misma fe, porque haciendo esa persona mucho caso de estos milagros, se separa mucho del hábito sustancial de la fe, la cual es hábito oscuro y escondido y así, donde más señales y testimonios concurren, menos merecimiento hay en creer (nota del corrector: porque menos presencia tiene la fe). De donde San Gregorio dice que no tiene merecimiento cuando la razón humana experimenta esa fe.
Y así, estas maravillas nunca Dios las obra sino cuando simplemente son necesarias para creer. Por eso, porque sus discípulos no careciesen de mérito si tomaran experiencia de su resurrección, antes que se les mostrase hizo muchas cosas para que sin verle le creyesen. Tengamos en cuenta que a María Magdalena (Mt. 28, 1­8) primero le mostró vacío el sepulcro y después que se lo dijesen los ángeles -porque la fe es por el oído, como dice san Pablo (Rm. 10, 17)- y oyendolo, lo creyese primero que lo viese. Y aunque le vio fue como hombre común, para acabarla de instruir, en la creencia que le faltaba con el calor de su presencia (Jn. 20, 11­18). Y a los discípulos primero se lo envió a decir con las mujeres, después fueron a ver el sepulcro (Mt. 28, 7­8; Jn. 20, 1­10). Y a los que iban a Emaús primero les inflamó el corazón en fe para que le viesen, yendo Él de forma disimulada con ellos (Lc. 24, 15). Y, finalmente, después los reprehendió a todos (Mc. 16, 14) porque no habían creído a los que les habían dicho su resurrección; y tampoco olvidemos a Santo Tomás (Jn. 20, 29), el cual quiso tener una experiencia física y real en sus llagas, cuando le dijo que eran bienaventurados los que no viéndole le creían.

9. Y así, no es una de las condiciones de Dios el que se tengan que hacer milagros porque, como se dice, cuando los quiere realizar los puede hacer sin impedimento alguno y con todo poder. Y por eso reprendía el Señor a los fariseos, porque no daban crédito ni creían sino por señales, diciéndoles: "Si ustedes no ven señales y prodigios, no creen" (Jn. 4, 48). Pierden, pues, mucho acerca de la fe los que aman gozarse en estas obras sobrenaturales.

10. El tercer daño es que comúnmente por el gozo de estas obras las personas que las operan caen en vanagloria o en alguna forma de vanidad, porque aun el mismo gozo de estas maravillas o prodigios, cuando no es puramente, como hemos dicho, en Dios y para Dios, entonces es vanidad. Lo cual se ve en haber reprendido Nuestro Señor a los discípulos por haberse gozado de que se les sujetasen los demonios (Lc. 10, 20), y es que dicho gozo, si no fuera vano, no los hubiese reprendido.