Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

26.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (133)



CAPÍTULO 29.
Se muestran los provechos que consigue el alma al apartar el gozo de los bienes morales.


1. Muy grandes son los provechos que se siguen al alma en no querer aplicar vanamente el gozo de la voluntad a este género de bienes morales.
Porque, cuanto a lo primero, se libra de caer en muchas tentaciones y engaños del demonio, los cuales están encubiertos en el gozo de las tales buenas obras, como lo podemos entender por aquello que se dice en Job (40, 16), es a saber: "Debajo de la sombra duerme, en lo secreto de la pluma y en los lugares húmedos". Lo cual dice por el demonio, porque en la humedad del gozo y en lo vano de la caña, esto es, de la obra vana, engaña al alma. Y engañarse por el demonio en este gozo escondidamente no es para sorprenderse porque, sin esperar a su sugestión, el mismo gozo vano lleva en sí el engaño, sobre todo cuando hay alguna jactancia de esas obras en el corazón, según lo dice bien Jeremías (49, 16): "Tu arrogancia te ha engañado". Porque ¿qué mayor engaño que la jactancia? Y de esto se libra el alma purgándose de este gozo.

2. El segundo provecho es que hace las obras más acorde a las mismas y más cabalmente. A lo cual, si hay pasión de gozo y gusto en ellas, no se da lugar porque, por medio de esta pasión del gozo, el actuar irascible y concupiscible andan tan sobrados que no dan lugar al paso de la razón, sino que ordinariamente anda variando en las obras y propósitos, dejando unas y tomando otras, comenzando y dejando sin acabar nada porque, como obra por el gusto, y este es variable, y en unas personas por su ser natural mucho más que en otras, acabándose este es acabado el obrar y el propósito, aunque sea una importante obra. En este tipo de personas el gozo de su obra es el alma y la fuerza de ellas, con lo cual apagado el gozo, muere y acaba la obra y no perseveran. Porque de estos son de quien dijo Cristo (Lc. 8, 12) que reciben la palabra con gozo y luego se la quita el demonio, porque no han perseverado. Y es porque no tenían más fuerza y raíces que el dicho gozo. Quitarles y apartarles, pues, la voluntad de este gozo y de su gusto es causa de perseverancia y de acertar. Y así, es grande este provecho, como también es grande el daño contrario. El sabio pone sus ojos en la sustancia y provecho de la obra, no en el sabor y placer que de ella pueda obtener y así no echa lances al aire, y saca de la obra gozo estable sin tributo del sinsabor.

3. El tercero es un divino provecho, y es que apagando el gozo vano en estas obras, se hace pobre de espíritu, que es una de las bienaventuranzas que dice el Hijo de Dios (Mt. 5, 3): "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque suyo es el reino de los cielos".

4. El cuarto provecho es que el que negare este gozo será en el obrar manso, humilde y prudente, porque no obrará impetuosa y aceleradamente, empujado por la concupiscible e irascible búsqueda del gozo, ni obrará de forma presuntuosa, afectado por la estimación que tiene de su obra, mediante el gozo de ella, ni tampoco incautamente cegado por ese vano gozo.

5. El quinto provecho es que se hace agradable a Dios y a los hombres y se libra de la avaricia, y gula y acedia espiritual, y de la envidia espiritual, así como de otros mil vicios.


25.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (132)




CAPÍTULO 28.
Se muestran los siete daños en que se puede caer poniendo el gozo de la voluntad en los bienes morales.


1. Los daños principales en que puede una persona caer por el gozo vano de sus buenas obras y costumbres, hallo que son siete, y muy perniciosos, porque son espirituales, los cuales referiré aquí brevemente.

2. El primer daño es vanidad, soberbia, vanagloria y presunción; porque gozarse de sus obras no puede hacerse sin estimarlas (al menos de algún modo). Y de ahí nace la jactancia y todo lo demás, como se dice del fariseo en el Evangelio (Lc. 18, 12), que oraba y se congraciaba con Dios con jactancia de que ayunaba y hacía otras buenas obras.

3. El segundo daño comúnmente va entrelazado con este, y es que juzga a los demás por malos e imperfectos comparativamente, pareciendole que no hacen ni obran tan bien como él, estimándolos en menos en su corazón, y a veces por la palabra. Y este daño también lo tenía el fariseo (Lc. 18, 11), pues en sus oraciones decía: "Gracias te doy que no soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlteros". De manera que en un solo acto caía en estos dos daños estimándose a sí y despreciando a los demás. También el día de hoy hacen muchos algo similar, diciendo: "No soy yo como fulano, ni obro esto ni aquello como este o el otro". Y aún son peores que el fariseo muchos de estos, ya que él no solamente despreció a los demás, sino tambien señaló parte, diciendo: "Ni soy como este publicano", mas ellos, no contentándose con eso (estimarse a sí) ni con lo otro (despreciar a los demás), llegan a enojarse y a envidiar cuando ven que otros son alabados o que hacen o valen más que ellos.

4. El tercer daño es que, como en las obras miran al gusto, comúnmente no las hacen sino cuando ven que de ellas han de obtener algún placer y alabanza y así, como dice Cristo (Mt. 23, 5), todo lo hacen "ut videantur ab hominibus" ("para ser vistos por los hombres"), y no obran sólo y únicamente por amor de Dios.

5. El cuarto daño es continuación de este último, y es que no hallarán galardón en Dios, puesto que ellos han querido hallarle en esta vida de gozo o consuelo, o de interés de honra o de otra manera, buscando eso en sus obras y no a Dios. Por lo cual dice el Salvador (Mt. 6, 2) que en aquello recibieron ya la paga (en el propio gusto y gozo). Y así, se quedaron sólo con el trabajo de la obra y confusos sin galardón.
Hay tanta miseria acerca de este daño en los hijos de los hombres, que tengo para mí que la gran mayoría de las obras que hacen públicas, o son viciosas, o no les valdrán nada, o son imperfectas delante de Dios, por no ir ellos desasidos de estos intereses y respetos humanos. Porque, ¿qué otra cosa se puede juzgar de algunas obras y memorias que algunos hacen e instituyen, cuando no las quieren hacer sin que vayan envueltas en honra y respetos humanos de la vanidad de la vida, o perpetuando en ellas su nombre, linaje o señorío, hasta poner de esto sus señales (nombres) y blasones en los templos, como si ellos se quisiesen poner allí en lugar de la imagen a venerar, donde todos hincan la rodilla, en las cuales obras de algunos se puede decir que se adoran a sí mismos más que a Dios? Lo cual es verdad si por aquello las hicieron, y si no obtienen eso no las hicieran.
Pero, dejados estos que son de los peores, ¿cuántos hay que de muchas maneras caen en muchos daños al realizar sus obras? De los cuales, unos quieren que se las alaben, otros que se las agradezcan, otros las cuentan y gustan que lo sepa fulano y fulano y aún sean publicadas por todo el mundo, y a veces quieren que pase la limosna o lo que hacen por terceros para se sepa más, otros quieren lo uno y lo otro (o todo a la vez), lo cual es el tañer de la trompeta, que dice el Salvador en el Evangelio (Mt. 6, 2) que hacen los vanos, que por eso no obtendrán de sus obras galardón de Dios.

6. Deben, pues, estas personas para huir de este daño, esconder la obra, que sólo Dios la vea, no queriendo que nadie haga caso. Y no sólo la han de esconder de los demás, más aún -y sobre todo- de sí mismas, esto es: que ni ellas se quieran complacer en lo que obran, ni estimar sus obras como si fuesen algo, ni sacar gusto de ellas, como espiritualmente se entiende aquello que dice Nuestro Señor (Mt. 6, 3): "No sepa tu siniestra lo que hace tu diestra", que es como decir: "no estimes con el ojo temporal y carnal la obra que haces espiritual". Y de esta manera se recoge la fuerza de la voluntad en Dios y lleva fruto delante de Él dicha obra, con lo cual no sólo no la perderá sino que será de gran mérito. Y a este propósito se entiende aquella sentencia de Job, cuando dice (31, 26-28): "Si yo besé mi mano con mi boca", que es iniquidad y pecado grande, "y se gozó en escondido mi corazón". Porque aquí por la "mano" entiende la obra y por la "boca" entiende la voluntad que se complace en ellas. Y porque es, como decimos, complacencia en sí mismo, dice: "Si se alegró en escondido mi corazón", lo cual es grande iniquidad y negación contra Dios, y es como si dijera que ni tuvo complacencia ni se alegró su corazón en escondido (nota del corrector: es decir, que no obtuvo finalmente ni lo uno ni lo otro, ni alegría ni gozo).

7. El quinto daño de estos tales es que no van avanzando en el camino de la perfección porque, estando ellos asidos al gusto y consuelo en el obrar, cuando en sus obras y ejercicios no hallan gusto y consuelo, que es ordinariamente lo que ocurre cuando Dios los quiere llevar adelante -dándoles el pan duro, que es el de los perfectos, y quitándolos la leche de los niños, probándoles las fuerzas, y purgándoles el apetito tierno para que puedan gustar el manjar de adultos-, ellos comúnmente desmayan y pierden la perseverancia porque no hallan el dicho sabor y agrado en sus obras. Acerca de lo cual se entiende espiritualmente aquello que dice el Sabio (Ecli. 10, 1), y es: "Las moscas que se mueren, pierden la suavidad del ungüento"; porque cuando se les ofrece a estos alguna mortificación, mueren a sus buenas obras, dejándolas de hacer, y pierden la perseverancia, en que está la suavidad del espíritu y consuelo interior (nota del corrector: arrojan, finalmente, todos sus esfuerzos a nada).

8. El sexto daño de este tipo de personas es que comúnmente se engañan teniendo por mejores las cosas y obras de las que ellos gustan que aquellas de las que no gustan, y alaban y estiman las unas y desestiman las otras. Como quiera que comúnmente aquellas obras en que de suyo la persona más se mortifica, mayormente cuando no está aprovechado en la perfección, sean más aceptas y preciosas delante de Dios (nota del corrector: es decir, las obras que más nos cuestan realizar), por causa de la negación que la persona en ellas lleva de sí misma -no queriéndolas hacer o negándose a llevarlas adelante-, que aquellas en que ella halla su consuelo, por lo que muy fácilmente se puede acabar uno buscando a sí mismo. Y a este propósito dice Miqueas (7, 3) de estos: "Malum manuum suarum dicunt bonum", esto es: "Lo que de sus obras es malo, dicen ellos que es bueno". Lo cual les ocurre por poner ellos el gusto en sus obras, y no en sólo dar gusto a Dios. Y cuánto reine este daño, así en los espirituales como en los hombres comunes, sería prolijo de contar, pues que apenas hallarán uno que puramente se mueva a obrar por Dios sin arrimo de algún interés de consuelo o gusto u otro respeto.

9. El séptimo daño es que, en cuanto la persona no apaga el gozo vano en las obras morales, está más incapaz para recibir consejo y enseñanza razonable acerca de las obras que debe hacer. Porque el hábito de flaqueza que tiene acerca del obrar con la propiedad del vano gozo le encadena, o para que no tenga el consejo ajeno por mejor (y así preferir sus propias decisiones, más placenteras), o para que, aunque ese consejo lo aprecie por tal, no lo quiera seguir, no teniendo en si ánimo para realizarlo.
Estos aflojan mucho en la caridad para con Dios y el prójimo, porque el amor propio que acerca de sus obras tienen les hace enfriar la caridad.


24.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (131)



CAPÍTULO 27.
Se empieza a abordar el cuarto género de bienes, que son los bienes morales, mostrando los que son y de qué manera sea en ellos lícito el gozo de la voluntad.


1. El cuarto género en que se puede gozar la voluntad son bienes morales. Por bienes morales entendemos aquí las virtudes y los hábitos de ellas en cuanto morales, y el ejercicio de cualquier virtud, el ejercicio de las obras de misericordia, la guarda de la ley de Dios, y la política y todo ejercicio de buena índole e inclinación.

2. Y estos bienes morales, cuando se poseen y ejercitan, por ventura merecen más gozo de la voluntad que cualquiera de los otros tres géneros que hemos explicado en capítulos precedentes. Porque por una de dos causas, o por las dos juntas, se puede el ser humano gozar de sus cosas, conviene a saber: o por lo que ellas son en sí, o por el bien que aportan y traen consigo como medio e instrumento.
Y así, hallaremos que la posesión de los tres géneros de bienes ya mencionados ningún gozo de la voluntad merecen pues, como queda dicho, de suyo al hombre ningún bien le hacen ni le aportan en sí, pues son tan caducos y deleznables. Más bien antes, como tambien dijimos, le engendran y acarrean pena y dolor y aflicción de ánimo. Que, aunque algún gozo merezcan por la segunda causa, que es cuando el hombre de ellos se aprovecha para ir a Dios, es tan incierto esto que, como vemos comúnmente, más se daña el hombre con ellos que se aprovecha.
Pero los bienes morales ya por la primera causa, que es por lo que en sí son y valen, merecen algún gozo de su poseedor ya que consigo traen paz y tranquilidad, y recto y ordenado uso de la razón, y demás operaciones acordes con éstas, por lo cual no puede el hombre humanamente hablando en esta vida poseer cosa mejor.

3. Y así, ya que las virtudes por sí mismas merecen ser amadas y estimadas, hablando humanamente, insistimos, bien se puede el ser humano gozar de tenerlas en sí y ejercitarlas por lo que en sí son y por lo que de bien humana y temporalmente aportan a la persona. Porque de esta manera, y por esto mismo, los filósofos y sabios y antiguos príncipes las estimaron y las alabaron y procuraron tener y ejercitar, y aunque incluso gentiles, y que sólo ponían los ojos en ellas temporalmente por los bienes que temporal y corporal y naturalmente de ellas conocían se obtenían, no sólo alcanzaban por ellas los bienes y el buen nombre temporalmente que pretendían sino, demás de esto, Dios, que ama todo lo bueno aun en el bárbaro y gentil, y ninguna cosa impide buena, como dice el Sabio (Sab. 7, 22), les aumentaba la vida, honra y señorío y paz, como hizo con los romanos porque usaban de justas leyes, hasta tal punto que casi les sujetó todo el mundo, pagando de forma temporal -a los que eran por su infidelidad incapaces de premio eterno- las buenas costumbres.
Porque ama Dios tanto estos bienes morales, que sólo porque Salomón le pidió sabiduría para dirigir a los de su pueblo y poderlos gobernar justamente instruyendole en buenas costumbres, se lo agradeció mucho el mismo Dios, y le dijo (3 Re. 3, 11­13; 2 Cor. 1, 11­2) que, ya que había pedido sabiduría para aquel fin, que Él se la daba y más aún lo que no había pedido, que eran riquezas y honra, de manera que ningún rey en los tiempos pasados ni en lo por venir fuese semejante a él.

4. Pero aunque en esta primera manera de gozo se pueda recrear el cristiano sobre los bienes morales y buenas obras que temporalmente hace, por cuanto ellas causan los bienes temporales que acabamos de mostrar, no debe detener su gozo en esta primera forma, como hemos dicho que hacían los gentiles, cuyos ojos del alma no trascendían más que lo de esta vida mortal, sino que -pues tiene la luz de la fe, en que espera vida eterna y que sin esta luz y esta esperanza todo lo de acá y lo de allá no le valdrá nada- sólo y principalmente debe gozarse en la posesión y ejercicio de estos bienes morales de la segunda manera, que es en cuanto, haciendo las obras por amor de Dios, le adquieren vida eterna.
Y así, sólo debe poner los ojos y el gozo en servir y honrar a Dios con sus buenas costumbres y virtudes, pues que sin este aspecto no valen delante de Dios nada las virtudes, como se ve en las diez vírgenes del Evangelio (Mt. 25, 1­13), que todas habían guardado virginidad y hecho buenas obras, y porque las cinco no habían puesto su gozo en la segunda manera -esto es, dirigiéndolo en ellas a Dios-, sino antes le pusieron en la primera manera, gozándose en la posesión de esas buenas virtudes (virginidad, buenas obras...), fueron echadas del cielo sin ningún agradecimiento ni galardón del Esposo. Y también muchos antiguos tuvieron muchas virtudes e hicieron buenas obras, y muchos cristianos el día de hoy las tienen y obran grandes cosas, y no les aprovecharán nada para la vida eterna, porque no pretendieron en ellas la gloria y honra que es de sólo Dios, y que es el punto más importante sin el cual el resto no sirve para el cielo.
Debe, pues, gozarse el cristiano, no en si hace buenas obras y sigue buenas costumbres, sino en si las hace por amor de Dios sólo, sin otro interés ni aspecto alguno. Porque, cuanto son virtudes destinadas para mayor premio de gloria y hechas sólo para servir a Dios, tanto para mayor confusión de quien las haya hecho le servirán delante de Dios en cuanto más le hubieren movido otros intereses fuera del Señor.

5. Para dirigir, pues, el gozo a Dios en los bienes morales, ha de advertir el cristiano que: el valor de sus buenas obras, ayunos, limosnas, penitencias, oraciones, etcetera, no se funda tanto en la cuantidad y cualidad de ellas, sino en el amor de Dios que esa persona lleva en ellas al ejercerlas. Y así entonces van tanto más calificadas cuanto con más puro y entero amor de Dios van hechas, y a su vez menos esa persona quiera buscar interés acá y allá de ellas en cuanto al gozo que obtenga, gusto, consuelo, alabanza, etc. (Nota del corrector: incluso en la oración debemos buscar a Dios, no nuestro gusto, nuestra comodidad, nuestro agrado, o los consuelos del Señor, nos vengan éstos o no mientras oramos). Y por eso, ni ha de asentar el corazón en el gusto, consuelo y sabor y los demás intereses que suelen traer consigo los buenos ejercicios, virtudes y obras, sino recoger el gozo a Dios, deseando servirle con ellas y purgándose y quedándose a oscuras de este gozo, queriendo que sólo Dios sea el que se goce de ellas y guste de ellas en lo escondido, sin ninguno otro premio y fruto que la honra y la gloria de Dios (nota del corrector: cuando buscamos sentir satisfacción propia con la oración, le restamos ese placer y dulzura al Señor; debemos buscar a Dios y que sea su gozo, y nosotros irnos y dirigirnos a Jesús sólo por ser quién es, por amor y no por lo que nos pueda dar o lo que no). Y así recogerá en Dios toda la fuerza de la voluntad acerca de estos bienes morales (nota del corrector: es decir, nuestras fuerzas y empeños hechos con nuestra fuerza de voluntad se irán entonces a Dios, no a los bienes morales).


23.1.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (130)



CAPÍTULO 26.
Se muestran los provechos que consigue el alma en la negación del gozo acerca de las cosas sensibles, los cuales son espirituales y temporales.


1. Admirables son los provechos que el alma saca de la negación de este gozo, algunos de ellos son espirituales, mientras que otros son temporales.

2. Del primer tipo, el espiritual, es que recogiendo el alma su gozo de las cosas sensibles, se restaura y repara respecto de la distracción en que por el demasiado ejercicio de los sentidos ha caído, recogiendose en Dios, conservando el espíritu y virtudes que ha adquirido, que se aumentan y se ganan más.

3. El segundo provecho espiritual que se consigue no queriendo gozar acerca de lo sensible es excelente, que conviene saber: que podemos decir con verdad que de sensual se hace espiritual, de animal se hace racional y aún que de persona carnal se encamina a porción angelical, y que de temporal y humano se hace divino y celestial porque, así como la persona que busca el gusto de las cosas sensuales y en ellas pone su gozo no merece ni se le debe otro nombre que estos que hemos dicho, a saber: ser una persona sensual, animal, temporal, etcetera, así, cuando levanta el gozo de estas cosas sensibles, merece todos estos atributos, como son persona espiritual, celestial, etc.

4. Y que esto sea verdad está claro porque, como quiera que el ejercicio de los sentidos y fuerza de la sensualidad contradiga, como dice el Apóstol (Gl. 5, 17), a la fuerza y ejercicio espiritual, de aquí es que, menguando y reduciendo un tipo de estas fuerzas, han de crecer y aumentarse las otras fuerzas contrarias, por cuyo impedimento no crecían, y así perfeccionándose el espíritu, que es la zona superior del alma que tiene relación y comunicación con Dios, merece todos los dichos atributos, puesto que se perfecciona en bienes y dones de Dios espirituales y celestiales.
Y lo uno y lo otro se prueba por san Pablo (1 Cor. 2, 14), el cual a la persona sensual, que es aquella que el ejercicio de su voluntad sólo empuja a lo sensible, le llama animal, puesto que no percibe las cosas de Dios. Y al otro tipo de persona que levanta a Dios la voluntad las llama espiritual, y que éstas lo penetran y juzgan todo hasta lo más profundo de Dios. Por tanto, tiene aquí el alma un admirable provecho de una gran disposición para recibir bienes de Dios y dones espirituales.

5. Pero el tercer provecho es que con grande exceso se le aumentan los gustos y el gozo de la voluntad temporalmente pues, como dice el Salvador (Mt. 19, 29), en esta vida por uno le dan ciento. De manera que, si un gozo niegas, ciento tanto te dará el Señor en esta vida temporal y espiritualmente, como también por un gozo que de esas cosas sensibles tengas, te nacerá ciento tanto de pesar y sinsabor. Porque, de parte del ojo ya purgado en los gozos de ver, se le sigue al alma gozo espiritual, enderezado a Dios en todo cuanto ve, ahora sea divino, ahora profano lo que ve. De parte del oído purgado en el gozo de oír, se le sigue al alma ciento tanto de gozo muy espiritual y enderezado a Dios en todo cuanto oye, ahora sea divino, ahora profano lo que oye; y así en los demás sentidos ya purgados porque, así como en el estado de la inocencia a nuestros primeros padres todo cuanto veían y hablaban y comían en el paraíso les servía para mayor agrado de contemplación, por tener ellos bien sujeta y ordenada la parte sensitiva a la razón, así el que tiene el sentido purgado y sujeto al espíritu de todas las cosas sensibles desde el primer movimiento saca deleite de sabrosa presencia y contemplación de Dios.

6. De donde al limpio todo lo alto y lo bajo le hace más bien y le sirve para más limpieza, así como al impuro de lo uno y de lo otro, mediante su impureza, suele sacar mal. Mas el que no vence el gozo del apetito, ni siquiera gozará de la serenidad de un gozo aunque sea ordinario en Dios, por medio de sus criaturas. El que no vive ya según el sentido, todas las operaciones de sus sentidos y potencias son encauzadas a divina contemplación porque, siendo verdad en buena filosofía que cada cosa, según el ser que tiene o vida que vive, es su operación, si el alma vive vida espiritual, mortificada la animal, claro está que sin contradicción, siendo ya todas sus acciones y movimientos espirituales de vida espiritual, ha de ir con todo a Dios. De donde se sigue que este tal, ya limpio de corazón, en todas las cosas halla noticia de Dios gozosa y gustosa, casta, pura, espiritual, alegre y amorosa.

7. De lo dicho infiero la siguiente doctrina, y es: que hasta que el hombre venga a tener tan habituado el sentido en la purgación del gozo sensible, mejor de un primer movimiento saque el provecho que he dicho, el cual es que le envíen las cosas sensibles hacia a Dios. Al principio debe tener necesidad de negar su gozo y gusto acerca de las cosas y elementos sensibles, con el fin de lograr sacar de la vida sensitiva al alma temiendo que, puesto que todavía no es espiritual, sacará entonces del uso de estas cosas más sustancia y fuerza para el sentido que para el espíritu, con lo cual predominará en su operación la fuerza sensual, que hace más sensualidad y sustenta y alimenta esa misma sensualidad. Y es que, como Nuestro Salvador dice (Jn. 3, 6), lo que nace de carne, carne es; y lo que nace del espíritu, espíritu es.
Y esto debe tenerse muy en cuenta, porque es así en verdad. Y no se atreva el que no tiene aún mortificado el gusto en las cosas sensibles aprovecharse mucho de la fuerza y operación del sentido acerca de ellas, creyendo que le ayudan al espíritu, porque más crecerán las fuerzas del alma sin estas sensitivas, esto es, apagando el gozo y apetito de ellas, que recurriendo a ellas.

8. Pues los bienes de gloria que en la otra vida se siguen por la negación de este gozo no hay necesidad de decirlos porque, además de los dotes corporales de gloria, como son agilidad y claridad, serán mucho más excelentes que los de aquellos que no se negaron a este tipo de gozos, así el aumento de la gloria esencial del alma, que responde al amor de Dios por quien negó las dichas cosas sensibles. Por ello, por cada gozo que negamos momentáneo y caduco, como dice San Pablo (2 Cor. 4, 17), inmenso peso de gloria obtendremos en un gozo celestial eternamente.
Y no quiero ahora referir aquí los demás provechos, así morales como temporales y también espirituales, que se consiguen con esta noche de gozo (nota del corrector: "noche" llama nuestro santo a la oscuridad, es decir, negación, del gozo), pues son todos los que en los demás gozos quedan mencionados, y con más eminente ser, por ser estos gozos que se niegan más arraigados al ser carnal, y por eso adquiere la persona que los niega más íntima pureza con la repulsión o huida de ellos.


¿Quién es Dios (para ti)?



Hay personas que tienen una idea de Dios totalmente tergiversada, promovida por las ideas del mundo. Se piensan que Dios, la religión, es una práctica, algo que cumplir cada domingo al ir a misa o cada día para hacer alguna bendición o alguna oración, o para rezar de corrido el rosario. Tienen una idea de Dios amoldada a los cánones de este siglo, y acuden a la iglesia como quien acude a un cine, a un restaurante o sale a bailar. Es simplemente "una actividad más".

Internet está lleno de predicadores que con más o menos atino tratan de hacer ver y mostrar "que Dios existe". Muchos ponen en letras llamativas de neón y con colores luminosos en sus vídeos un "¡Dios existe!", como si hubiera que hacerlo patente, que dar pruebas de su existencia para convencer. Y llenan sus exposiciones de máximas y de trozos de la Biblia, de historias y de reflexiones, para tratar de convencer de sus ideas, de "su forma" de entender a Dios. Cuando Dios no es "una forma de entender", sino alguien real y que fue predicado, ya hace muchos años, mostrado y presentado, por Jesucristo.