Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

6.12.22

Reflexión de Adviento. Lo que damos...



¿Pienso en los demás cuando disfruto de algo o cuando padezco algo? ¿Juzgo a los demás únicamente según el colectivo al que pertenecen, es decir, mujeres, pobres, ricos, negros, partido político, derechas o izquierdas, inmigrantes, católicos, agnósticos...?

¿Prefiero "quitarlos de encima" con un regalo, un detalle, un cumplido..., e ir "a lo mío"?

¿Cómo intento responder a la única pregunta del final de nuestra vida: "cada vez que lo hicisteis con un hermano, lo hicisteis conmigo"?

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (83)



CAPÍTULO 24.
Se explican los dos tipos de visiones espirituales por vía sobrenatural.


1. Hablando ahora propiamente de las que son visiones espirituales sin intervención de algún sentido corporal, digo que dos maneras de visiones pueden caer en el entendimiento: unas son de sustancias corpóreas, otras de sustancias separadas o incorpóreas.
Las corpóreas se refiere a todas las cosas materiales que hay en el cielo y en la tierra, las cuales puede ver el alma aun estando en el cuerpo, mediante cierta luz sobrenatural derivada de Dios, en la cual puede ver todas las cosas ausentes, del cielo y de la tierra, según leemos haber visto san Juan en el capítulo 21 del Apocalipsis, donde cuenta la descripción y excelencia de la celestial Jerusalen, que vio en el cielo; y cual también se lee de san Benito, que en una visión espiritual vio todo el mundo. La cual visión dice santo Tomás en el primero de sus Quodlibetos que fue mediante la iluminación celestial que hemos mencionado.

2. Las otras visiones, que son de sustancias incorpóreas, no se pueden ver mediante esta luz derivada que decíamos, sino con otra iluminación más alta que se llama "luz de gloria". Y así, estas visiones de sustancias incorpóreas, como son ángeles y almas, no son de esta vida ni se pueden ver en cuerpo mortal porque, si Dios las quisiese comunicar al alma esencialmente, como ellas son, luego saldría de las carnes y se desataría de la vida mortal. Que por eso dijo Dios a Moises (Ex. 33, 20) cuando le rogó le mostrase su esencia: "No me verá hombre que pueda quedar vivo". Por lo cual, cuando los hijos de Israel pensaban que habían de ver a Dios, o que le habían visto, o algún ángel, temían morir, según se lee en el Exodo (20, 19) donde, temiendo esas consecuencias dijeron: "No se nos comunique Dios manifiestamente, no sea que muramos". Y también en los Jueces (13, 22), pensando Manue, padre de Sansón, que había visto esencialmente el ángel que hablaba con él y con su mujer, el cual se les había aparecido en forma de varón muy hermoso, dijo a su mujer: "Morte moriemur, quia vidimus Dominum", que quiere decir: "Moriremos, porque hemos visto al Señor". Nota del corrector: se dice "Señor" porque el mismo ángel representa al Señor.

3. Y así estas visiones no son de esta vida, si no fuese alguna vez de pasada y aún y esto dispensando Dios o salvando la condición y vida natural, abstrayendo totalmente al espíritu de ella, y que con su favor se suplan las fuerzas naturales del alma acerca del cuerpo. Que por eso, cuando se piensa que las vio san Pablo (es a saber: las presencias separadas en el tercer cielo), dice el mismo santo: "Sive in corpore, sive extra corpus nescio; Dominus scit" (2 Cor. 12, 2); esto es: que fue arrebatado a ellas, y lo que vio dice que no sabe si era en el cuerpo o fuera del cuerpo, que eso Dios lo sabe. En lo cual se ve claro que se traspuso de la vía natural, haciéndolo Dios posible. De esto se desprende también que cuando se cree haberle mostrado Dios su esencia a Moises, se lee (Ex. 33, 22) que le dijo Dios que Él le pondría en el hueco de la piedra y le ampararía cubriéndole con la diestra, y protegiéndole de tal manera que no muriese cuando pasase su gloria, lo cual es mostrarse de pasada y fugazmente, amparando Él con su diestra la vida corporal de Moises.
Mas estas visiones tan sustanciales, como la de san Pablo y Moises y nuestro padre Elías cuando cubrió su rostro al susurro suave de Dios (3 Re. 19, 11­13), aunque son por vía de paso, rarísimas veces acontecen, es algo que casi nunca ocurre y a muy pocos, porque lo hace Dios en aquellos que son muy fuertes del espíritu de la Iglesia y ley de Dios, como fueron las tres personas arriba mencionadas

4. Pero, aunque estas visiones de sustancias espirituales no se pueden desnudar y claramente ver en esta vida con el entendimiento, se pueden sin embargo sentir en la sustancia del alma con suavísimos toques y contactos, lo cual pertenece a los sentimientos espirituales, de que con el divino favor trataremos después. Porque a estos se endereza y encamina nuestra pluma, que es al contacto y a la divina unión del alma con la Sustancia divina, lo cual ha de ser cuando tratemos de la inteligencia mística y confusa u oscura que queda por decir, donde hemos de tratar cómo, mediante esta experiencia amorosa y oscura, se junta Dios con el alma en alto y divino grado. Porque, en alguna manera, esta experiencia oscura amorosa, que es la fe, sirve en esta vida para la divina unión como la lumbre de gloria sirve en la otra de medio para la clara visión de Dios.

5. Por tanto, tratemos ahora de las visiones de corpóreas sustancias que espiritualmente se reciben en el alma, las cuales son a modo de las visiones corporales. Porque, así como ven los ojos las cosas corporales mediante la luz natural, así el alma con el entendimiento, mediante la iluminación derivada sobrenaturalmente, que hemos explicado, ve interiormente esas mismas cosas naturales y otras, cuales Dios quiere, habiendo diferencia en el modo y en la manera. Porque las espirituales e intelectuales mucho más clara y sutilmente acontecen que las corporales porque, cuando Dios quiere hacer esa gracia al alma, le comunica aquella luz sobrenatural que decimos, en que fácilmente y clarísimamente ve las cosas que Dios quiere, ahora del cielo, ahora de la tierra, no haciendo impedimento, ni al caso ausencia ni presencia de ellas. Y es, a veces, como si se le abriese una clarísima puerta y por ella surgiese una luz a manera de un relámpago, cuando en una noche oscura súbitamente esclarece el paisaje y lo hace ver clara y fulgurantemente, y luego lo deja a oscuras, aunque las formas y figuras que se han mostrado se quedan en la fantasía y en la mente. Lo cual en el alma ocurre mucho más y más perfectamente, porque de tal manera se quedan en ella impresas aquellas cosas que con el espíritu vio en aquella luz que, cada vez que las advierte y las rememora, las ve en sí como las vio antes, tal como en el espejo se ven las formas que están reflejadas en él cada vez que se mire. Y es de manera que ya aquellas formas de las cosas que vio nunca jamás se le quitan del todo del alma, aunque a medida que transcurra el tiempo sí se vayan haciendo algo remotas.


5.12.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (82)



CAPÍTULO 23.
Se comienza a tratar sobre de qué se trata las aprehensiones del entendimiento que son puramente por vía espiritual.


1. Aunque la doctrina que hemos dado acerca de las aprehensiones del entendimiento que son por vía del sentido, según lo que de ellas había de tratar, queda algo corta, no he querido alargarme más en esa doctrina; sin embargo para cumplir con el intento que yo aquí llevo, que es desanudar el entendimiento de ellas y encaminarle a la noche de la fe, antes entiendo me he alargado demasiado.
Por tanto, comenzaremos ahora a tratar de aquellas otras cuatro aprehensiones del entendimiento, que en el capítulo 10 dijimos ser puramente espirituales, que son visiones, revelaciones, locuciones y sentimientos espirituales. A las cuales llamamos puramente espirituales porque al contrario de las corporales imaginarias, no se comunican al entendimiento por vía de los sentidos corporales, sino, sin intervención de algún medio de sentido corporal exterior o interior, se ofrecen al entendimiento clara y distintamente por vía sobrenatural pasivamente, que es sin poner el alma algún acto u obra de su parte, a lo menos activo.

2. Es, pues, de saber que hablando por encima y en general, todas estas cuatro aprehensiones se pueden llamar visiones del alma, porque al entender del alma llamamos también "ver" del alma. Y por cuanto todas estas aprehensiones son inteligibles al entendimiento, son llamadas visibles espiritualmente hablando. Y así, las inteligencias que de ellas se forman en el entendimiento se pueden llamar visiones intelectuales. Y es que todos los objetos de los demás sentidos, como son todo lo que se puede ver, y todo lo que se puede oír, y todo lo que se puede oler y gustar y tocar, son objeto del entendimiento, es ese mismo entendimiento quien las puede considerar y juzgar que son verdaderas o falsas. De esto se sigue que así como a los ojos corporales todo lo que es visible corporalmente les causa visión corporal, así a los ojos del alma espirituales, que es el entendimiento, todo lo que es inteligible le causa visión espiritual pues, como hemos dicho, el entenderlo es verlo. Y así, estas cuatro aprehensiones, hablando generalmente, las podemos llamar "visiones", lo cual no tienen los otros sentidos, porque un sentido no es capaz notar el objeto de otro sentido diferente.

3. Ya que estas aprehensiones se representan al alma al modo que a los demás sentidos ocurre que, hablando propia y específicamente, a todo lo que recibe el entendimiento a modo de ver (porque puede ver las cosas espiritualmente así como los ojos ven corporalmente) llamamos "visión"; y a lo que recibe como adquiriendo y entendiendo cosas nuevas, así como el oído oyendo cosas no oídas, llamamos "revelación"; y a lo que recibe a manera de oír, llamamos "locución"; y a lo que recibe a modo de los demás sentidos, como es la inteligencia de suave olor espiritual, y de sabor espiritual, y deleite espiritual que el alma puede gustar sobrenaturalmente, llamamos "sentimientos espirituales". De todo lo cual el espíritu saca inteligencia o visión espiritual, sin tener que experimentar alguna forma, imagen o figura de imaginación o fantasía natural, sino que inmediatamente estas cosas se comunican al alma por obra sobrenatural y por medio sobrenatural.

4. De este tipo de comunicaciones, como de las demás aprehensiones corporales imaginarias hicimos, nos conviene desprender aquí el entendimiento, encaminándole y enderezándole por ellas en la noche espiritual de fe a la divina y sustancial unión de Dios porque, si con ellas se enreda el alma se le impide el camino de la soledad y desnudez, que para esto se requiere, de todas las cosas. Puesto que habida cuenta que estas son más nobles aprehensiones y más provechosas y mucho más seguras que las corporales imaginarias (por cuanto son ya interiores, puramente espirituales y a ellas menos puede llegar el demonio, porque se comunican ellas al alma más pura y sutilmente sin obra alguna de ella ni de la imaginación, a lo menos activa) todavía no sólo se podría el entendimiento aprisionar para el dicho camino, sino que más aún, podría ser muy engañado por su poco recato.

5. Y aunque, en alguna manera, podríamos juntamente concluir con estas cuatro maneras de aprehensiones, dando el común consejo en ellas que en todas las demás vamos dando de que ni se pretendan ni se quieran, insistiremos todavía ya que ahondando en este tema se dará más luz en el mismo y se llegarán a conocer mejor, por lo cual es bueno tratar de cada una de ellas en particular. Y así, tocaremos las primeras que son visiones espirituales o intelectuales.


4.12.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (81)



15. De todo esto se desprende que muchas faltas y pecados castigará Dios en muchos el día del juicio, con los cuales habrá tenido acá muy ordinario trato y dado mucha luz y virtud porque, en lo demás que ellos sabían que debían hacer, se descuidaron, confiando solo en aquel trato y virtud que tenían con Dios. Y así, como dice Cristo en el Evangelio (Mt. 7, 22), se maravillarán ellos entonces, diciendo: "Señor, Señor, ¿por ventura las profecías que tú nos hablabas no las profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos los demonios, y en tu nombre no hicimos muchos milagros y virtudes?". Y dice el Señor que les responderá diciendo (Mt. 7, 23): "Apartaos de mí los obreros de maldad, porque nunca os conocí". De esta clase de personas era el profeta Balam y otros semejantes, a los cuales aunque hablaba Dios con ellos y les daba gracias, eran pecadores (Núm. 22­24). Pero en su tiempo reprenderá también el Señor a los escogidos y amigos suyos, con quien acá se comunicó familiarmente, en las faltas y descuidos que ellos hayan tenido; de dichas faltas y descuidos no era menester les advirtiese Dios por sí mismo, pues ya por la ley y razón natural que les había dado se lo advertía.

16. Concluyendo, pues, en esta parte, se puede recapitular que cualquier cosa que el alma reciba, de cualquier manera que sea, por vía sobrenatural, clara y rasa, entera y sencillamente, ha de comunicarla luego con el maestro espiritual. Porque, aunque parece que no había para qué dar cuenta ni para qué gastar en eso tiempo, pues con desecharlo y no hacer caso de ello ni quererlo, como hemos dicho, queda el alma segura (mayormente cuando son cosas de visiones o revelaciones u otras comunicaciones sobrenaturales, que o son claras o hay poco entre en que sean o no sean) todavía es muy necesario, aunque al alma le parezca que no hay por qué, el decirlo todo. Y esto por tres causas:
La primera porque, como hemos dicho, muchas cosas comunica Dios, cuyo efecto y fuerza y luz y seguridad no la confirma del todo en el alma hasta que, como aclaramos antes, se haya tratado con quien Dios tiene puesto por juez espiritual de aquel alma, que es el que tiene poder de atarla o desatarla y aprobar y reprobar en ella, según lo hemo probado por las autoridades arriba alegadas y lo probamos cada día por experiencia, viendo en las almas humildes por quien pasan estas cosas que, despues que las han tratado con quien deben, quedan con nueva satisfacción, fuerza y luz y seguridad. Tanto, que a algunas les parece que, hasta que lo traten, ni se les asienta, ni es suyo aquello, y como si una vez consultado al respecto se lo hayan transmitido de nuevo.

17. La segunda causa es porque ordinariamente tienen esas personas necesidad de doctrina sobre las cosas que les acontecen, para encaminarse por aquella vía a la desnudez y pobreza espiritual que es la noche oscura. Porque si esta doctrina les va faltando, dado que el alma no quiera ejercitarse en las tales cosas, sin percatarse se iría endureciendo en la vía espiritual y haciendose a la del sentido, acerca del cual, en parte, pasan las tales cosas de manera distinta y con un juicio diferente.

18. La tercera causa es porque para la humildad y sujeción y mortificación del alma conviene dar parte de todo, aunque de todo ello no haga caso ni lo tenga en nada. Porque hay algunas almas que sienten mucho en decir las tales cosas, por parecerles que no son nada, y no saben cómo las tomará la persona con quien las han de tratar, lo cual es falta de humildad y, por el mismo caso, es menester sujetarse a decirlo. Y hay otras personas que sienten mucha vergüenza en decirlo, para que no se dé a entender que tienen ellas aquellas experiencias que parecen de santos, y otras cosas que en decirlo sienten y, por eso, como piensan que no tienen por qué decirlo, no hacen caso. Sin embargo es precisamente por eso que conviene que se mortifiquen y lo digan, hasta que estén humildes, llanas, mansas y prontas en decirlo, y después siempre lo dirán con facilidad.

19. Pero debemos de advertir acerca de lo dicho que no, porque hemos insistido tanto en que las tales experiencias se desechen y que no pongan los confesores a las almas en el lenguaje de ellas, tienen por qué los padres espirituales molestarse en que se lo comuniquen, ni de tal manera actuar que les hagan desvíos y desprecio en esas experiencias de forma que les den ocasión a que los devotos se encojan y no se atrevan a manifestarlas, que será ocasión entonces de acabar cayendo en muchos inconvenientes si les cerrasen la puerta para decirlas. Porque, pues como hemos explicado, es medio y modo por donde Dios lleva a las tales almas, no hay para qué estar a mal ni por qué espantarse ni escandalizarse de esa forma de actuar del Señor, sino antes con mucha benignidad y sosiego, ir animando al devoto y dándole facilidades para que lo diga y, si fuere menester, poniendole precepto porque, a veces, es grande la dificultad que algunas almas sienten en tratarlo, por lo que se ha de poner en juego todo lo que sea menester.
Encamínenlas en la fe, enseñándolas buenamente a desviar los ojos de todas aquellas cosas, y dándoles doctrina en cómo han de desnudar el apetito y espíritu de ellas para ir avanzando, y dándoles también a entender cómo es más preciosa delante de Dios una obra o acto de voluntad hecho en caridad, que cuantas visiones (y revelaciones) y comunicaciones puedan tener del cielo, pues estas ni son mérito ni demérito y cómo muchas almas, no teniendo experiencias de ese tipo, están sin embargo sin comparación mucho más adelante que otras que tienen muchas experiencias sobrenaturales.


3.12.22

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (80)



11. Oídas estas palabras, Moises se animó luego con la esperanza del consuelo del consejo que de su hermano había de tener. Porque esto tiene el alma humilde, que no se atreve a tratar a solas con Dios, ni se puede acabar de sentir completada sin gobierno y consejo humano. Y así lo quiere Dios, porque en aquellos que se juntan a tratar la verdad, se junta el allí para declararla y confirmarla en ellos, fundada sobre razón natural, como dijo que lo había de hacer con Moises y Aarón juntos, siendo en la boca del uno y en la boca del otro.
Que por eso tambien dijo en el Evangelio (Mt. 18, 20) que: "Donde estuvieren dos o tres juntos para mirar lo que es más honra y gloria de mi nombre, yo estoy allí en medio de ellos", es a saber: aclarando y confirmando en sus corazones las verdades de Dios. Y es de notar que no dijo: "Donde estuviere uno solo, yo estoy allí" sino, por lo menos, dos, para dar a entender que no quiere Dios que ninguno a solas se crea para sí las cosas que tiene por ser de Dios, ni se confirme ni afirme en ellas sin la Iglesia o sus ministros, porque con uno solo no se aclarará ni se confirmará la verdad en su corazón, quedando entonces en dicha verdad débil y frío.

12. Porque de aquí es lo que encarece el Eclesiastes (4, 10­12), diciendo: "¡Ay del solo que cuando cayere no tiene quien le levante! Si dos durmieren juntos, se calentarán el uno al otro", es a saber, con el calor de Dios, que está en medio; "uno solo, ¿cómo se calentará?", es a saber: ¿cómo dejará de estar frío en las cosas de Dios? Y, si alguno pudiere más y prevaleciere contra uno, esto es, el demonio, que puede y prevalece contra los que a solas se quieren desenvolver en las cosas de Dios, dos juntos le resistirán, que son el discípulo y el maestro, que se juntan a saber y a hacer la verdad. Y además de eso, de ordinario el que está solo se siente tibio y flaco en su convicción y en la verdad, aunque más la haya oído de Dios, de tal modo que aunque por mucho tiempo san Pablo predicaba el Evangelio que dice él había oído no de hombre, sino de Dios, no pudo por ello dejar de ir a conferirlo con san Pedro y los Apóstoles, diciendo (Gl. 2, 2): "Después, pasados catorce años, subí otra vez a Jerusalén con Bernabé, llevando también conmigo a Tito. Pero subí según una revelación, y para no correr o haber corrido en vano, expuse en privado a los que tenían cierta reputación el evangelio que predico entre los gentiles", no teniéndose por seguro hasta que le dio seguridad el hombre. Es cosa pues notable que san Pablo hiciese algo así, ya que quien le reveló ese Evangelio, ¿no pudiera también revelar la seguridad de las falta que pudieran surgir en la predicación de la verdad del mismo que lo ha revelado?

13. Aquí se da a entender claro cómo no hay que asegurarse en las cosas que Dios revela, sino es por el orden que vamos diciendo porque, dado el caso que la persona aún y todo tenga certeza, como san Pablo tenía de su Evangelio pues lo había comenzado ya a predicar, y que aunque la revelación sea de Dios, todavía el hombre puede errar acerca de ella o en lo tocante a ella. Porque Dios no siempre, aunque dice lo uno, dice por necesidad lo otro, y muchas veces dice una orden o cualquier cosa, y no dice el modo de hacerla ni de llevarla a cabo porque, ordinariamente, todo lo que se puede hacer por acción y consejo humano no lo hace Él ni lo dice, aunque trate muy afablemente mucho tiempo con el alma. Lo cual conocía muy bien san Pablo pues, aunque sabía le era revelado por Dios el Evangelio, lo fue a conferir.
Y vemos esto claro en el Exodo (18, 21­22) donde, tratando Dios tan familiarmente con Moises, nunca le había dado aquel consejo tan saludable que le dio su suegro Jetró, es a saber: que eligiese otros jueces para que le ayudasen y no estuviese esperando el pueblo desde la mañana hasta la noche. El cual consejo Dios aprobó, y no se lo había dicho, porque aquello era cosa que podía caber en razón y juicio humano. Acerca de las visiones y revelaciones y locuciones de Dios, no las suele revelar Dios porque siempre quiere que se aprovechen de los juicios de los justos en cuanto se pudiere, y todas ellas han de ser reguladas por estos, salvo las que son de fe, que exceden todo juicio y razón, aunque no son contra la misma fe.

14. De donde no piense alguno que, porque sea cierto que Dios y los Santos traten familiarmente muchas cosas, por el mismo caso Dios les ha de declarar las faltas que tienen acerca de cualquier cosa, cuando pueden ellos saberlo por otra vía. Y así, no hay que asegurarse porque, como leemos haber acontecido en los Hechos de los Apóstoles que, con ser san Pedro príncipe de la Iglesia y que inmediatamente era enseñado de Dios, acerca de cierta ceremonia que usaba entre las gentes erraba, y sin embargo callaba Dios, hasta tal punto que le reprendió san Pablo, según allí afirma diciendo: "Como yo viese" -dice san Pablo-, "que no andaban rectamente los discípulos según la verdad del Evangelio, dije a Pedro delante de todos: Si siendo tú judío, como lo eres, vives gentílicamente, ¿cómo haces tal ficción que fuerzas a los gentiles a judaizar?" (Gl. 2, 14). Y Dios no advertía esta falta a san Pedro por sí mismo, porque era cosa que caía en razón aquella simulación, y la podía saber por vía racional y con la intervención de la interpelación de sus compañeros.