Desprecio de los bienes mundanos

13.2.23

"Subida al Monte Carmelo" y "Noche Oscura", de San Juan de la Cruz, actualizada (150)



LA NOCHE OSCURA
(continuación de "Subida al monte carmelo")


Composición en forma de canciones o poemas, sobre el modo que tiene el alma en el camino espiritual para llegar a la perfecta unión de amor con Dios, en cuando sea posible en este plano material. Se muestran también las propiedades que tiene en sí la persona que ha llegado a la mencionada perfección.


PRÓLOGO
En este libro se ponen primero todos los versos que se han de explicar. A continuación se detiene en cada verso de por sí, poniendo cada uno de los versos antes de explicarlo, y luego se va declarando cada verso de cada estrofa de por sí, colocando dicho verso también al principio de cada explicación. En las dos primeras estrofas se declaran los efectos de las dos purgaciones espirituales: de la parte sensitiva de la persona, y de la espiritual. En las otras seis se muestras los diferentes y admirables efectos de la iluminación espiritual y unión de amor con Dios, como se puede ver en los distintos versos del poema.


CANCIONES DEL ALMA

1. En una noche oscura,
con ansias, en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada.

2. A oscuras y segura,
por la secreta escala, disfrazada,
¡oh dichosa ventura!,
a oscuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada.

3. En la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.

4. Ésta me guiaba
más cierto que la luz del mediodía,
hacia donde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.

5. ¡Oh noche que guiaste!
¡Oh noche amable más que la alborada!
¡Oh noche que juntaste
Amado con amada,
amada en el Amado transformada!

6. En mi pecho florido,
que entero para Él solo se guardaba,
allí quedó dormido,
y yo le regalaba,
y el ventalle de cedros aire daba.

7. El aire de la almena,
cuando yo sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería
y todos mis sentidos suspendía.

8. Me quedé y me olvidé,
el rostro recliné sobre el Amado,
cesó todo y me dejé,
perdiendo mi cuidado
entre las azucenas olvidado.

F I N


A continuación se da inicio a la explicación de las canciones que tratan del modo y manera que tiene el alma en el camino de la unión del amor con Dios, por el padre fray Juan de la Cruz.



Antes que entremos en los pormenores de estas estrofas, conviene saber aquí que el alma las dice estando ya en la perfección, que es la unión de amor con Dios, habiendo ya pasado por los estrechos trabajos y aprietos, mediante el ejercicio espiritual del camino estrecho de la vida eterna que dice nuestro Salvador en el Evangelio (Mt. 7, 14), por ese camino ordinariamente pasa para llegar a esta alta y dichosa unión con Dios. El cual por ser tan estrecho este sendero y por ser tan pocos los que entran por él, como también dice el mismo Señor (Mt. 7, 14), tiene el alma por gran dicha y ventura haber pasado por él a la mencionada perfección de amor, como ella lo canta en esta primera estrofa, llamando "noche oscura" con gran razón a este camino estrecho, como se mostrará más adelante en los versos del poema. Dice, pues, el alma, gozosa de haber pasado por este angosto camino de donde tanto bien acabó por cosechar, en esta manera:


LIBRO PRIMERO
En esta parte del libro se abordará la noche del sentido.


Esfrofa primera:

1. En una noche oscura,
con ansias, en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada.


11.2.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (y149)



CAPÍTULO 45.
Se explican el segundo género de bienes distintos en que se puede gozar vanamente la voluntad.


1. La segunda manera de bienes distintos sabrosos en que vanamente se puede gozar la voluntad, son los que provocan o persuaden a servir a Dios, que llamamos bienes provocativos. Estos son bienes que llegan mediante las predicaciones, de los cuales podríamos hablar de dos maneras, es a saber: cuanto a lo que toca a los mismos predicadores, y cuanto a los oyentes. Porque a los unos y a los otros no deben dejarse de advertir cómo han de dirigir hacia Dios el gozo de su voluntad, así los predicadores como los que los oyen, acerca de esta práctica de predicación.

2. Cuanto a lo primero, el predicador, para aprovechar al pueblo y no aprisionarse a sí mismo con vano gozo y presunción le conviene advertir que aquel ejercicio es más espiritual que vocal porque, aunque se ejercita con palabras hacia fuera, su fuerza y eficacia no la tiene sino del espíritu interior. Por lo tanto, por más alta que sea la doctrina que predica y por más esmerada la retórica y subido el estilo con que ella va vestida, no hace de suyo ordinariamente más provecho que el que tuviere de espíritu. Porque, aunque es verdad que la palabra de Dios de suyo es eficaz, según aquello de David (Sal. 67, 34) que dice "Cantad, que Él dará a su voz, voz de virtud", recordemos sin embargo que tambien el fuego tiene virtud de quemar, y no quemará cuando en el sujeto no hay disposición.

3. Y para que la doctrina llegue con toda su fuerza, dos disposiciones ha de haber: una del que predica y otra del que escucha. Porque ordinariamente es el provecho tanto como hay la disposición de parte del que enseña. Que por eso se dice que, cual es el maestro, tal suele ser el discípulo.
Recordemos cuando en los Hechos de los Apóstoles aquellos siete hijos de aquel príncipe de los sacerdotes de los judíos que acostumbraban a conjurar los demonios con la misma forma que san Pablo, se embraveció el demonio contra ellos, diciendo: "A Jesús confieso yo y a Pablo conozco, pero vosotros ¿quien sois?" (19, 15) y, embistiendo contra ellos, los desnudó y llagó. Lo cual no fue sino porque ellos no tenían la disposición que convenía, y no porque Cristo no quisiese que en su nombre no lo hiciesen (ya que una vez hallaron los Apóstoles a uno que no era discípulo echando un demonio en nombre de Cristo, y se molestaron, y el Señor se lo reprendió diciendo: "No se lo prohibáis; porque ninguno hay que haga milagro en mi nombre, que luego pueda decir mal de mí. Porque el que no es contra nosotros, por nosotros es" (Mc. 9, 38). Pero tiene ojeriza con los que, enseñando ellos la ley de Dios, no la guardan, y predicando ellos buen espíritu, no lo tienen. Por eso mismo por san Pablo se nos dice (Rm. 2, 21): "Tú enseñas a otros, y no te enseñas a ti. Tú que predicas que no hurten, hurtas". Y por David (Sal. 49, 16­17) dice el Espíritu Santo: "Al pecador dijo Dios: ¿Por qué platicas tú mis justicias y tomas mi ley con tu boca, y tú has aborrecido la disciplina y echado mis palabras a las espaldas?". En lo cual se da a entender que a este tipo de gente tampoco les dará espíritu para que hagan fruto.

4. También comúnmente vemos que, en cuanto podemos juzgar, cuando el predicador es de mejor vida mayor es el fruto que hace, aún por bajo que sea su estilo y poca su retórica, e incluso siendo su doctrina común. Porque del espíritu vivo se pega el calor, pero el otro muy poco provecho hará, aunque más subido sea su estilo y doctrina. No debemos olvidar que aunque es verdad que el buen estilo y acciones y subida doctrina y buen lenguaje mueven y hacen efecto cuando va acompañado de buen espíritu, sin esa parte de fervor espiritual aunque dé sabor y gusto el sermón al sentido y al entendimiento, muy poco o nada de fruto llega a la voluntad, debido a que comúnmente se queda tan floja y remisa como antes para obrar, aunque se le hayan predicado maravillosas cosas y todas ellas maravillosamente dichas, que al final sólo sirven para deleitar el oído como una música concertada o sonido de campanas armonioso; mas el espíritu, como digo, no sale de sus quicios más que antes, no teniendo la voz virtud para resucitar al muerto de su sepultura.

5. Poco importa oír una música mejor que otra sonar si no me mueve esta más que aquella a hacer obras, porque aunque hayan dicho maravillas, luego se olvidan, debido a que no incendiaron su fuego en la voluntad. Y es que, aparte que de suyo no hace mucho fruto aquella asimilación que hace el sentido en el gusto de la tal doctrina, impide asimismo que no pase al espíritu, quedándose sólo en estimación del modo y accidentes con que va dicha la palabra y alabando al predicador en esto o aquello y simplemente siguiendole por las formas y los modos, más que por la enmienda que de ahí saca.
Esta doctrina da muy bien a entender san Pablo a los de Corinto (1 Cor. 2, 1­4), diciendo: "Yo, hermanos, cuando vine a vosotros, no vine predicando a Cristo con alteza de doctrina y sabiduría, y mis palabras y mi predicación no eran retórica de humana sabiduría, sino en manifestación del espíritu y de la verdad". Aunque obviamente la intención del Apóstol y la mía aquí no es condenar el buen estilo y retórica y el buen término, ya que antes hace mucho al caso al predicador como también a todos los negocios. Y es que la buena redacción, vocabulario y estilo aun las cosas caídas y aburridas las levanta y reedifica, así como los malos modos y dialéctica a las buenas las estropea y pierde.



11 de febrero de 2023, Sábado de Nuestra Señora del Monte Carmelo y festividad de Nuestra Señora de Lourdes. FIN DE LA OBRA.


Nota del corrector:
Esta es considerada la primera parte de la Subida al Monte Carmelo, y como se puede ver, queda inconclusa. San Juan de la Cruz la continuará en la llamada "Noche oscura". Y es que hasta aquí el Tratado ha afrontado la denominada "noche activa", y en el siguiente afrontará la llamada "noche pasiva". Podríamos decir que este tratado es de purgación o limpieza, necesario para avanzar hacia la noche oscura en donde nos sustenta la fe en completo abandono de uno mismo.

10.2.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (148)



CAPÍTULO 44.
Se explica cómo se debe dirigir a Dios el gozo y la fuerza de la voluntad por este tipo de devociones.


1. Sepan pues estos, que cuanta más fiducia hacen de estas cosas y ceremonias, tanta menor confianza tienen en Dios, y no alcanzarán de Dios lo que desean. Hay algunos que más oran por su pretensión que por la honra de Dios. Incluso aunque ellos suponen que, si Dios se ha de servir y si el Señor lo desea se realice lo que piden, y si no, no, todavía por la propiedad y vano gozo que en ello llevan multiplican demasiados ruegos por tratar de conseguir su parecer, y esos esfuerzos les estaría mejor mudarlos en cosas de más importancia para ellos, como es el limpiar de veras sus conciencias y entender de hecho en los aspectos que conciernen a su salvación, posponiendo muy atrás todas esas otras peticiones suyas que no estén en torno a esto. Y de esta manera, alcanzando esto que más les importa, alcanzarían también todo lo que del resto que piden les viniera a bien, aunque no insistiesen, y de una forma mucho mejor y más pronto que si toda la fuerza pusiesen en sus propios ruegos de interés.

2. Porque así lo tiene prometido el Señor por el evangelista (Mt. 6, 33), diciendo: "Pretended primero y principalmente el reino de Dios y su justicia, y todas las demás cosas se os añadirán", porque esta es la pretensión y petición que es más a gusto del Señor. Y para alcanzar las peticiones que tenemos en nuestro corazón, no hay mejor medio que poner la fuerza de nuestra oración en aquella cosa que es más a gusto de Dios, ya que entonces no sólo dará lo que le pedimos, que es la salvación, sino aun lo que Él ve que nos conviene y nos es bueno, aunque no se lo pidamos, según lo da claramente a entender David en uno de sus salmos (144, 18), diciendo: "Tú abres tu mano y sacias ( ... ) Cerca está el Señor de los que te invocan ( ... ) Oirá tu clamor ( ... ) Guarda a todos los que le aman", que le piden las cosas que son de veras más sublimes, como son las de la salvación, porque de este tipo de personas dice luego (Sal. 144, 19): "La voluntad de los que le temen cumplirá, y sus ruegos oirá, y los ha de salvar". Porque es Dios el guarda de los que bien le quieren. Y así, este estar tan cerca que aquí dice David no es otra cosa que estar Dios pronto a satisfacerlos y concederles aun lo que no les pasa por el pensamiento pedir. Porque así leemos (2 Crónicas 1:7-12) que, porque Salomón acertó a pedir a Dios una cosa que le dio gusto, que era sabiduría para acertar a regir justamente a su pueblo, le respondió Dios diciendo: "Porque te agradó más que otra cosa alguna la sabiduría, y ni pediste la victoria con muerte de tus enemigos, ni riqueza, ni larga vida, yo te doy no sólo la sabiduría que pides para regir justamente a mi pueblo, mas aun lo que no me has pedido te daré, que es riquezas, y sustancia, y gloria, de manera que ni antes ni despues de ti haya rey semejante a ti". Y así lo hizo, pacificándole también sus enemigos de manera que, pagándole tributo todos en derredor, no le perturbasen. Lo mismo leemos en el Génesis (21, 13) donde, prometiendo Dios a Abraham el multiplicar la generación del hijo legítimo como las estrellas del cielo, según él se lo había pedido, le dijo: "También multiplicaré al hijo de la esclava, porque es tu hijo".

3. De esta manera, pues, se han de dirigir a Dios las fuerzas de la voluntad y el gozo de ella en las peticiones, no dejándose caer en las invenciones de ceremonias que no usa ni tiene aprobadas la Iglesia católica, dejando el modo y manera de decir la misa al sacerdote, que allí la Iglesia tiene en su lugar, puesto que él tiene orden de esa misma Iglesia sobre cómo lo ha de hacer. Y no quieran ellos usar nuevos modos, como si supiesen más que el Espíritu Santo y su Iglesia. Que si por esa sencillez no los oyere Dios, crean que no los oirá por más invenciones que hagan. Porque Dios es de manera que, si le llevan por bien y a su condición, harán de Él cuanto quisieren; mas si se dirigien al Señor por puro interés, no hay forma agradable de hablarle.

4. Y en las demás ceremonias acerca del rezar y otras devociones, no quieran llevar la voluntad a otro tipo de ceremoniales y modos de oraciones de las que nos enseñó Cristo (Mt. 6, 9­13; Lc. 11, 1­2). Porque claro está que, cuando sus discípulos le rogaron que los enseñase a orar, les comunicó todo lo que hace al caso para que nos oyese el Padre Eterno, puesto que Cristo tan bien conocía su condición y la forma de tratar con su Padre, y así es que sólo les enseñó aquellas siete peticiones del Padrenuestro en que se incluyen todas nuestras necesidades espirituales y temporales, y no les dijo otras muchas maneras de palabras y ceremonias. Más aún, antes, en otra parte, les dijo que cuando orasen no quisiesen hablar mucho, porque bien sabía nuestro Padre celestial lo que nos convenía (Mt. 6, 7­8). Sólo encargó, con muchos encarecimientos, que perseverásemos en oración, es a saber, en la del Padrenuestro, diciendo en otro lugar de los evangelios que conviene siempre orar y nunca faltar (Lc. 18, 1). Mas no enseñó variedades de peticiones ni fórmulas rebuscadas, sino que éstas simples oraciones se repitiesen muchas veces y con fervor y con cuidado porque, como digo, en estas se encierra todo lo que es voluntad de Dios y todo lo que nos conviene. Que, por eso, cuando Su Majestad acudió tres veces al Padre Eterno, todas las tres veces oró con la misma palabra del Padrenuestro (el "hágase tu voluntad"), como nos dicen los Evangelistas, orando: "Padre, si no puede ser sino que tenga que beber este cáliz, hágase tu voluntad" (Mt. 26, 39).
Y las ceremonias con que Él nos enseñó a orar sólo es una de dos: o que sea en el escondrijo y lo recóndito de nuestro aposento, donde sin bullicio y sin dar cuenta a nadie lo podemos hacer con más entero y puro corazón, según Él dijo: "Cuando tú ores, entra en tu aposento y, cerrada la puerta, ora" (Mt. 6, 6) o, si no, a los desiertos solitarios, como Él mismo lo hacía, y en el mejor y más quieto, solitario y silencioso tiempo de la noche (Lc. 6, 12). Y así, no hay para qué señalar determinado tiempo ni días limitados, ni señalar estos más que aquellos para nuestras devociones, ni hay para qué llevar a cabo otros modos ni retóricas o algarabías de palabras ni de oraciones, sino sólo las que usa la Iglesia y como ella las usa, porque todas se reducen a las que hemos dicho del Padrenuestro.

5. Y no condeno por eso, sino antes apruebo, algunos días que algunas personas a veces proponen para hacer devociones, como en ayunar y otras semejantes, sino el sentido que llevan en sus limitados modos y ceremonias con que las hacen. Como dijo Judit (8, 11­12) a los de Betulia, que los reprendió porque habían limitado a Dios el tiempo que esperaban del Señor misericordias, diciendo: "¿Vosotros ponéis a Dios tiempo de sus misericordias? No es" - dice -"esta forma de obrar para mover a Dios a clemencia, sino para despertar su ira".


9.2.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (147)



CAPÍTULO 43.
Se explica la necesidad de poner atención sobre los erróneos motivos de orar que usan muchas personas, utilizando en ellos una gran variedad de ceremonias.


1. Los gozos inútiles y la propiedad imperfecta que acerca de las cosas que hemos dicho muchas personas tienen, puede que en ocasiones sean algo tolerables por ir esos devotos en este tipo de prácticas de forma un tanto inocentemente. Asimismo, el gran apego que algunos tienen a muchas maneras de ceremonias introducidas por gente poco ilustrada y falta en la sencillez de la fe, es insufrible.
Dejemos ahora aquellas que en sí llevan envueltos algunos nombres extraordinarios o términos que no significan nada, y otras cosas no sacras, que gente necia y de alma ruda y sospechosa suele interponer en sus oraciones que, por ser claramente malas e incluso en que hay pecado y hasta en muchas de ellas pacto oculto con el demonio (con las cuales provocan a Dios a ira y no a misericordia), las dejo aquí de tratar.

2. Pero de aquellas otras maneras de ceremonias o costumbres sólo quiero decir que, por no tener en sí esas formas sospechosas entrepuestas con las cuales quedaría patente su ineficacia o/y su error, muchas personas el día de hoy con devoción indiscreta las usan, poniendo tanta eficacia y fe en aquellos modos y maneras con que quieren cumplir sus devociones y oraciones que entienden que si en un punto faltan y salen de aquellos límites no aprovecha ni la oirá Dios, poniendo más fiducia en aquellos modos y maneras que en lo vivo de la oración, no sin gran desagrado y agravio de Dios. Así por ejemplo, cosas como que sea la misa con tantas candelas y no más ni menos, y que la diga sacerdote de tal o tal suerte, y que sea a tal hora y no antes ni después, y que sea después de tal día según su parecer y no otro, y que las oraciones y estaciones sean tantas y tales y a tales tiempos, y con tales y tales ceremonias, y no antes ni después ni de otra manera, y que la persona que las hiciere tenga tales partes y tales propiedades. Y piensan que, si falta algo de lo que ellos llevan propuesto, no se hace nada. Y de este tipo y semejantes hay muchas costumbres de otras mil cosas y maneras que se ofrecen y usan.

3. Y lo que es peor (e intolerable) es que algunos quieren sentir algún efecto en sí, o cumplirse lo que piden, o saber que se cumple al tal fin por el que hacen aquellas sus oraciones ceremoniáticas. Con todo ello resulta que lo único que logran no es menos que tentar a Dios y enojarle gravemente. Tanto es así que algunas veces el Señor da licencia al demonio para que los engañe, haciendolos sentir y entender cosas harto ajenas del provecho de su alma, mereciendolo ellos por la propiedad e intenciones vanales y estéticas que llevan en sus oraciones, no deseando más que se haga antes lo que ellos pretenden, y no lo que Dios quiere. Y así, porque no ponen toda su confianza en Dios, nada les sucede bien.


8.2.23

"Subida al Monte Carmelo", de San Juan de la Cruz, actualizada (146)



CAPÍTULO 42.
Las tres diferencias de lugares devotos y cómo debe disponerse en ellos la voluntad.


1. Tres maneras de lugares hallo por medio de los cuales suele Dios mover la voluntad a devoción.
La primera es algunas disposiciones de tierras y sitios, que con la agradable apariencia de sus diferencias, ahora en disposición de tierra, ahora de árboles, ahora de solitaria quietud, despiertan la devoción de manera natural. Y de esto es cosa provechosa usar, para luego dirigir a Dios la voluntad en olvido de los dichos lugares, así como para ir al fin conviene no detenerse en el medio y en lo accidental más de lo que es suficiente y necesario. Porque, si procuran recrear el apetito y sacar fruto sensitivo de esos lugares, antes hallarán sequedad de espíritu y distracción espiritual, ya que la satisfacción y néctar espiritual no se halla sino en el recogimiento interior.

2. Por tanto, estando en ese tal lugar, olvidados del sitio en particular han de procurar estar en su interior con Dios, como si no estuviesen en el tal lugar. Porque si se andan al sabor y gusto del lugar, de aquí para allí, más es buscar recreación sensitiva e inestabilidad de ánimo que sosiego espiritual.
Así lo hacían los anacoretas y otros santos ermitaños, que en los anchísimos y graciosísimos desiertos escogían el mínimo lugar que les podía bastar, edificando estrechísimas celdas y cuevas y encerrándose allí. En sitios así estuvo san Benito tres años, y otro, que fue san Simón, se ató con una cuerda para no alcanzar más ni andar más que lo que la extensión de la cuerda le diese, y de esta manera muchos otros ermitaños y devotos, que nunca acabaríamos de contar. Porque entendían muy bien aquellos santos que si no apagaban el apetito y codicia de buscar hallar el gusto y el simple sabor espiritual, no podían llegar a ser espirituales.

3. La segunda manera es más personal, porque es de algunos lugares -da lo mismo esos desiertos que acabamos de mencionar, que otros cualesquiera-, donde Dios suele hacer algunas gracias espirituales muy sabrosas a algunas personas en especial, de manera que ordinariamente queda inclinado el corazón de aquella persona, que recibió allí aquel tocamiento o merced, a aquel lugar donde la recibió, y a veces le vienen también algunos grandes deseos y ansias de ir a aquel lugar. Aunque cuando van no hallan como antes, porque no está en su mano encontrar lo mismo (ya que estas gracias las hace Dios cuándo y cómo y dónde quiere, sin estar sujeto a lugar ni a tiempo, ni a albedrío de a quien las hace).
Pero todavía es bueno ir, siempre y cuando se vaya uno desnudo del apetito de propiedad, a orar allí algunas veces, por tres cosas: la primera porque, aunque como decimos, Dios no está atenido a lugar, parece quiso allí Dios ser alabado de aquella alma, haciendola allí aquella merced. La segunda, porque más se acuerda el alma de agradecer a Dios lo que allí recibió. La tercera, porque todavía se despierta mucho más la devoción allí con aquella memoria.

4. Por estas cosas debe ir, y no por pensar que está Dios atado a hacerle allí mercedes, de manera que no pueda acudir a donde quiera, porque más decente lugar es el alma y más propio para Dios que ningún lugar corporal. De esta manera leemos en la sagrada Escritura que hizo Abraham un altar en el mismo lugar donde se le apareció Dios, e invocó allí su santo nombre, y que después, viniendo de Egipto, volvió por el mismo camino donde se le había aparecido Dios, y volvió a invocar a Dios allí en el mismo altar que había edificado (Gn. 12, 8, y 13, 4). También Jacob señaló el lugar donde se le apareció Dios estribando en aquella escala, levantando allí una piedra ungida con óleo (Gn. 28, 13­18). Y Agar puso nombre al lugar donde se le apareció el ángel, estimando mucho aquel lugar, diciendo: "Por cierto que aquí he visto las espaldas del que me ve" (Gn. 16, 3).

5. La tercera manera es algunos lugares particulares que elige Dios para ser allí invocado, así como el monte Sinaí, donde dio Dios la ley a Moises (Ex. 24, 12), y el lugar que señaló a Abraham para que sacrificase a su hijo (Gn. 22, 2), y también el monte Horeb, donde se apareció a nuestro padre Elías (3 Re. 19, 8), y el lugar que dedicó san Miguel para su servicio, que es el monte Gargano, apareciendo al obispo sipontino (obispo de Siponto -hoy Manfredonia-, Lorenzo Maiorano), y diciendo que él era guarda de aquel lugar, para que allí se dedicase a Dios un oratorio en memoria de los ángeles; y la gloriosa Virgen escogió en Roma, con singular señal de nieve, lugar para el templo que quiso edificase Patricio, de su nombre.

6. La causa por la que Dios escoje estos lugares más que otros para ser alabado es algo que sólo Él lo sabe. Lo que a nosotros conviene saber es que todo es para nuestro provecho y para oír nuestras oraciones en ellos y donde quiera que con entera fe le rogásemos, aunque en los que están dedicados a su servicio hay mucha más ocasión de ser oídos en ellos, por tenerlos la Iglesia señalados y dedicados para esto.