Señor, tendedme la mano como a San Pedro, porque estoy a punto de sumergirme en el fango. A Vos clamo en la hora del peligro, y hacia Vos se levantan mis miradas, porque sois mi Dios y podéis socorrerme; sois mi Padre y queréis hacerlo.
Yo espero, pues, con entera confianza en vuestra asistencia, y cuanto mayor siento mi flaqueza más confío en que me daréis la fuerza para resistir y vencer.
Pongo en vuestras manos mi alma combatida, que es obra vuestra y conquista de vuestro amor; libradla por vuestra gloria.
Decid al mar "cálmate", y al aquilón "no soples más", y se hará gran calma (Marcos IV, 39).
Amén.
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