Dios mío, tú eres mi vida; si te abandono, no puedo sino padecer inmensa sed. Quiero revestirme de aquella nueva naturaleza que te anhela tanto, impulsada por el amor, que llega a vencer en nosotros el temor de acercarnos a ti.
Voy hacia ti, Señor, no solo porque sin ti soy infeliz, no solo porque sé que te necesito, sino porque tu gracia me mueve a buscarte.
A medida que pasen los años, se cierre el corazón y todas las cosas se vuelvan una carga, concédeme que nunca pierda este amor juvenil, deseoso de ti.
Cuanto yo más rehúse abrirte mi corazón, que sean más firmes y más intensos tus toques sobrenaturales, y más apremiante y eficaz tu presencia dentro de mí. Amén.
San Juan Enrique Newman, religioso y cardenal.
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