Esta pandemia nos ha hecho descubrir lo realmente frágiles que somos. El mundo entero se ha quedado desconcertado sin saber qué hacer. Solos no podemos, necesitamos el auxilio divino para afrontar esta y tantas otras situaciones difíciles de la vida. Hoy más que nunca nos conviene recordar las palabras del Salmo 26:
Recurramos al Corazón de Jesús y a su poder. És es rico en misericordia para todos los que lo invocan. Pidámosle su protección, consagrémonos a Él.
Muchas personas, desde hace casi cuatro siglos, han visto en el "Detente" un signo de esa protección del Corazón de Jesús. El "Detente" es un pequeño emblema con la imagen del Sagrado Corazón de Jesús rodeada de la frase:
como signo de nuestro amor y de nuestra confianza en su protección. Tiene su origen en las revelaciones de Jesús a Santa Margaria María de Alacoque (1647 - 1690). Ella misma llevaba uno sobre su pecho, debajo del hábito, e invitaba a su novicias a hacer lo mismo. Hizo muchas de estas imágenes, y aseguraba que su uso era muy agradable al Corazón de Jesús:
"... me prometió que todos los que se consagren a este Sagrado Corazón, no perecerán Jamás, y que como es manantial de todas las bendiciones, las derramaría en abundancia en todos los lugares donde estuviera expuesta la imagen de este amable Corazón, para ser allí amado y honrado...".
"...desea que usted mande hacer unas láminas con la imagen de su Sagrado Corazón para que todos aquellos que quisieran ofrecerle un homenaje las coloquen en sus casas, y unas pequeñas para llevarlas puestas".
Fue especialmente en el año 1720, durante una terrible plaga en Marsella, Francia, cuando se difundió entre los fieles este pequeño escapulario, o como se le llamó entonces, "Salvaguardia". En el monasterio de la Visitación se hicieron miles de estos emblemas, que se repartieron por toda la ciudad y sus alrededores; la ciudad se consagró al Corazón de Jesús y la historia nos cuenta que poco después la plaga cesó.
Detente, el Corazón de Jesús está conmigo, Él es todo amor y misericordia. Oración: Ábreme, oh Jesús, tu Sagrado Corazón. Muéstrame sus encantos. Úneme a Él para siempre. Que todas las respiraciones y palpitaciones de mi corazón, aún cuando esté durmiendo, te sirvan de testimonio de mi amor y te digan sin cesar: "Señor, te amo". Recibe el poco bien que hago, dame tu gracia para reparar el mal que he hecho y para que te ame en el tiempo y te alabe por toda la eternidad. Amén. (Beato Pío IX) |
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