Todos tenemos peligros de pecar, de los que no podemos salir. Pero además hay otros peligros, de los que sí podemos salir. Para los primeros, cautela; para los segundos, huída.
¿Tengo yo algunos peligros especiales de pecar? ¿Son necesarios y de los que no puedo escapar? ¿Son voluntarios y de los que puedo librarme?
Peligros habituales:
¿Vivo en mala casa? ¿Vivo en mala familia? ¿Ando en malas compañías? ¿Ando en malas sociedades? ¿En malas oficinas? ¿Tengo malos amigos que me influencian negativamente? ¿Tengo malos condiscípulos? ¿Tengo malos profesores? ¿Tengo malos jefes? ¿Sufro malos compañeros?
¿Tengo que soportar malos empleos? ¿Tengo compromisos de estafas, de sobornos, de fraudes, de deshonestidad, de complicidad, de conversaciones, de peligros contra la fe y contra la libertad de mi conciencia y prácticas religiosas?
¿Tengo que soportar la política? ¿Tengo que soportar las armas, a los militares? ¿Tengo malas lecturas? ¿Sufro malas cátedras? ¿Asisto a espectáculos peligrosos? ¿A diversiones desaconsejables?
¿Puedo evitar estos peligros? Entonces, ¿qué hago para evitarlos? ¿No puedo evitarlos? Pues, ¿qué cautelas tomo y cómo me fortalezco contra esas tentaciones?
El que no tiene más remedio que vivir en peligro, tendrá gracia de Dios para librarse, si nosotros queremos; pero tendrá que vivir con mucho cuidado y una constante oración.
Es obligatorio evitar los peligros, cuando se pueda. Y quien no deja las ocasiones o se mete en ellas sin razón suficiente, a voluntad y sin necesidad, peca leve o gravemente, según sea el peligro de pecar, y de ordinario acabará realmente por pecar y depravarse.
Sobre todo son muy de evitar las ocasiones de pecados deshonestos e impuros, por el sumo peligro de caer, y las de perder la fe, por la suma importancia de esta virtud para la vida religiosa y para salvarse.
| Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
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