Te pongo aquí, amigo mío, unas breves consideraciones que desearía las leyeses y pensases un poco cada día.
Luces, las llamo, porque lo son del cielo.
Luces matutinas llamo a las primeras, porque deseo que tomes una cada día para alumbrarte con ella desde la mañana, a fin de no errar en tu jornada.
Luces vespertinas llamo a las segundas, porque deseo que tomes una cada tarde o cada noche antes de acostarte, para reconocer la jornada de aquel día, y para que te conozcas cómo has andado.
No dejes de tomar esta costumbre de encender una luz de las matutinas cada mañana, y una luz de las vespertinas cada noche.
Tienes una para cada día del mes.
Yo te doy la luz de Cristo, tú dale gracias y aprovéchala. Y, como se dice en Sábado SAnto, "Lumen Christi! Deo gratis! ("¡Luz de Cristo! ¡Demos gracias a Dios!").
"Conócete a ti mismo", decía uno de los Siete Sabios de Grecia. Voy, pues a pensar un poco en mí. ¿Qué soy yo? Soy un problema lleno de misterios.
No soy mío, no me pertenezco; a mí me han hecho. Todos cuantos conozco son, como yo, de Dios.
Yo soy de ayer. Hace pocos años no existía.
Yo soy impotente, necesitado, pobre de todo.
Yo soy muy pequeño; siento que hay otro superior a mí, otro que me manda, que me prohíbe, que me ve y vigila cuanto hago, que me reprende si obro mal, que me aprueba si obro bien, que me amenaza si no cumplo con mi deber, que me asegura si lo cumplo.
Yo soy ignorante y falible. ¡Qué poco sé! ¡Qué poco alcanzo!
Yo soy mudable, soy desgraciado, soy mortal, me acabo, me voy, no me puedo detener ni estarme quieto. Me empujan más allá, a la muerte, al fin. Marcho a paso incesante por la senda de la vida a la muerte...
Al mismo tiempo yo soy mío, yo soy libre; puedo hacer mucho, lo que me da la gana.
Yo soy inteligente, soy grande, valgo mucho, siento en medio de mi pequeñez un poder sobremundano, me conozco superior a todas las cosas, superior a toda la materia y a todo el mundo que me rodea, destinado a grandes cosas, creado para ser feliz, inmortal y eterno.
No soy una piedra, no soy una flor, no soy un perro... Soy mucho más. Y aun cuando muero sé que hay algo que me espera después de la muerte.
¡Qué poco valgo y cuánto valgo! ¡Sin Dios y sin respeto de Dios..., nada! ¡Con Dios y respeto del mundo, mucho! Debo ser humilde y puedo ser magnánimo. Sin Dios, nada; con Dios, mucho.
| Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
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