Presentémonos a Jesús presenciando nuestro despertar como una madre el de su hijo. Arrojémonos en sus brazos con filial confianza, y digamos desde el fondo del alma: "Dios mío, Os adoro, Os amo, Os doy mi corazón; ocultadme en la Llaga de Vuestro dulcísimo Corazón, oh Jesús, y durante este día preservadme de la desgracia de incurrir en Vuestro desagrado".
Hágase luego la señal de la Cruz en la frente, en la boca, y en el corazón diciendo:
"Padre eterno, Os consagro todos los pensamientos† de mi alma; Verbo encarnado, Os ofrezco todas mis palabras†; Espíritu Santo de Amor, Os dedico todos los afectos† de mi corazón".
Armados así para el diario combate, levantémonos prontamente, desechando toda pereza. Este primer sacrificio fortifica el alma y atrae sobre ella una especial bendición del Señor para el día entero.