Jueves, 16 de agosto de 1900
Es jueves. Se apodera de mí la acostumbrada repugnancia; el temor de perder mi alma me asusta; el número de mis pecados y su enormidad, todo se me presentaba delante. ¡Qué agitación! En esos momentos el Ángel de la Guarda me sugirió al oído:
- Pero la misericordia de Dios es infinita-. Me tranquilicé.
Pronto comencé a padecer de la cabeza: serían como las diez. Cuando me hallé sola, me eché en la cama, sufrí un poco, pero Jesús no tardó en presentarse, demostrando que también él sufría mucho. Le recordé a los pecadores, por los que él me animó a ofrecer al Eterno Padre todos mis ligeros padecimientos.
Mientras estaba con Jesús se dió cuenta, y me preguntó:
- ¿Qué quieres que haga?
A lo que yo en seguida respondí:
- Jesús, por caridad, alivia sus penas a María Teresa.
Y Jesús:
- Ya lo he hecho. ¿Quieres algo más?, me decía.
Tomé entonces ánimo y le dije:
- Jesús, sálvala, sálvala.
A lo que Jesús me respondió:
- El tercer día después de la Asunción de mi Madre Santísima, se verá libre del purgatorio y me la llevaré al cielo.
+ Estas palabras me llenaron de una alegría tal, que no sabría explicar. Otras muchas cosas me dijo Jesús, le pregunté también por qué ya no me hacía sentir después de la Comunión aquellas dulzuras de paraíso. Me respondió prontamente:
- Porque no eres digna, oh, hija.
Pero me prometió que me las haría sentir la mañana siguiente.
Pero ¿cómo llegar a mañana? Es verdad que faltaban pocas horas, pero para mí eran años, no pude ni cerrar los ojos para dormir. Me consumía, hubiera querido que llegase inmediatamente la mañana; en una palabra, que esta noche me ha parecido un siglo, pero por fin ha llegado (la mañana).
Santa Gemma Galgani | Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
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