No hace demasiado unas hermanas de un convento religioso hicieron públicos los requisitos que debían cumplir las personas que quisieran -o aspirasen- a entrar en su convento. Tales requisitos no eran muy diferentes de los que pedían (y piden) en el resto de órdenes religiosas, monasterios y conventos. En líneas generales se exige estar bautizado, confirmado, un certificado médico de no padecer enfermedad grave, y una declaración firmada de estar sano y no tener convulsiones o alguna deficiencia orgánica que nos impida valernos por nosotros mismos.
Enseguida comenzaron a alzarse voces protestando sobre la necesidad de ser una persona sana para poder entrar en un convento, diciendo que Cristo no negaría su entrada a las personas enfermas o a las más débiles.
Resulta curioso cómo han ido cambiando los tiempos respecto a los conventos y monasterios. Pero antes de entrar en materia hay que tener en cuenta que los monasterios y conventos no es la única alternativa de vida religiosa existente, no debemos olvidar las terceras órdenes, o la misma vida eremética. No obstante es llamativo cómo, en siglos pasados, era mucho más fácil acceder a entrar en un convento que ahora. Antes incluso accedían a él mujeres con el único fin de "alejarse del mundo", o que no querían casarse y, por lo tanto, para tener quién las mantuviera y cuidara en su vejez, entraban en los conventos. Algunas no tomaban el hábito religioso, simplemente vivían entre sus muros en comunidad.
Por otra parte, las religiosas aquejadas de enfermedades eran muy apreciadas por Santa Teresa de Jesús, que decía preferirlas a las demás al tener un don de sacrificio para el Señor y ser por éste más preferidas.
Hoy en día eso ha cambiado radicalmente, no solo en conventos y monasterios, sino también en el acceso al presbiteriado y diaconado. Incluso en la propia orden carmelitana no admiten a jóvenes para el sacerdocio que no estén sanos o/y que no dispongan de medios económicos (he vivido casos muy de cerca, en este sentido). Otro tanto se puede decir de los claretianos, que conozco también bastante bien.
Resulta paradójico que, mientras hay una enorme necesidad de sacerdotes y personas consagradas, y hay más escasez de vocaciones, a la vez se rechace a tantas personas, pero en efecto así es.
Lo más lógico sería que a una persona se la rechazase por no tener la suficiente fe o vocación, y no por sus limitaciones físicas o por no tener medios, pero desgraciadamente hoy día, en la mayoría de casos, y al menos en el mundo católico occidental, podríamos decir que el tener o no vocación religiosa está casi en último lugar y, quien aspire al sacerdocio, o a la vida religiosa, debe tener ante todo salud y medios.
Con esto no quiero meter a todas las órdenes religiosas en el mismo saco, pero en la mayoría es, desgraciadamente, así.
Conozco muy de cerca un caso que nos hace ver claramente lo que deriva de todo ésto y que, por desgracia, a nadie parece importarle o ponerle solución. Se trata de dos chicas religiosas que optaban a incorporarse a un convento de monjas de clausura. Una de ellas tenía problemas de vista, pero una gran fe, y la otra estaba bastante sana y era un poco más joven. Las religiosas ni siquiera permitieron que la primera accediera al convento, directamente la rechazaron y, eso sí, admitieron a su amiga.
Pocos años después, a las puertas de adquirir esta chica sus votos perpetuos, dijo que se lo había pensado y decidió irse. A día de hoy está casada y tiene hijos. Su amiga permanece yendo a la iglesia y con una gran vocación. Por desgracia ya tiene una avanzada edad y ya nadie le permitió entrar en un convento, aunque hubiera sido de indudable provecho (y de gran ayuda para las otras hermanas, a pesar de sus problemas de salud, pues se pasó toda su vida superándose a sí misma y cuidando a gente mayor) si alguien la hubiera admitido.
¿Cuantas vocaciones que enriquecerían mucho a las órdenes y a la Iglesia, en general, se habrán perdido por todos esos motivos, en su mayoría humanos (y no divinos)?
Siempre que oigo o leo en alguna parroquia respecto a las vocaciones religiosas y su escasez, no puedo menos que sentirme bastante escandalizado y pensar que, si realmente las órdenes religiosas abrieran sus puertas a los que llama el Señor, no solo los conventos y monasterios estarían llenos, sino también los seminarios. Lamentablemente a la mayoría de esas instituciones les mueven intereses simplemente mundanos y muy poco, o nada, religiosos.
Es cierto que hay que sostener seminarios y conventos, y que eso no es barato, pero tras esas actitudes se queda en evidencia una falta de confianza en Dios y en su Providencia absoluta. Al contrario de lo que hacían antes, muchas de esas instituciones funcionan casi como empresas, como si Dios no existiera y obran y operan -en su contabilidad al menos- dejando a Dios al margen. No debe sorprender que, quitando a Dios "de en medio", muchos monasterios y conventos amenacen ruina. Parece que en su gran mayoría olvidaron cómo fueron fundados, a veces con milagros, con pocas donaciones, casi de la nada, como franciscanos, carmelitas, o los mismos agustinos, y tantas y tantas órdenes mendicantes convertidas ahora en casi puro negocio mundano.
Así y todo, también es verdad que debemos entender a las instituciones religiosas, y ponernos en su lugar. Muchas de ellas, sobre todo en occidente, sufren un envejecimiento crónico, y temen que sus conventos o monasterios acaben convertidos en asilos o centros asistenciales para personas enfermas. Por eso es muy habitual que traigan del exterior, sobre todo de países de África, religiosos jóvenes, con la complicación de adaptación que eso conlleva. Tampoco quieren ver -o no les interesa ver- la compleja y laboriosa forma de acceder a la vida religiosa que tienen esas órdenes como una de las consecuencias de que estén tan envejecidas. Es decir, ellos mismos tienen la enfermedad, y también la cura, pero no quieren aplicársela.
Es curioso cómo, mientras estas instituciones de clausura languidecen, la búsqueda de vida ermitaña, las vocaciones seglares y de terceras órdenes, o los oratorios como éste mismo, viven y experimentan un gran rejuvenecimiento y una enorme popularidad. No es qúe la vida retirada y monástica ya no interese, por tanto, más bien las causas habría que buscarlas en un amodorramiento, una cierta apatía y acedia espiritual (que también es pecado, por cierto) que desde hace años van arrastrando (y aumentando) en ese tipo de comunidades religiosas.
A día de hoy y según están las cosas en materia religiosa, que se le diga a una persona que por carecer de medios económicos o de problemas de salud, Dios no la quiere para lo que siente su llamada, no es solo oponerse a la voluntad divina, sino que es tomar -con todos sus riesgos y consecuencias- el papel de Juez Divino y, a la vez, hacer prescindir a la Iglesia de Cristo de una vocación viva y fecunda. ¡Cuantas superioras de órdenes tendrán un durísimo juicio por haber rechazado a religiosos y religiosas con vocación, y haber en su lugar admitido a jovencitas y jovencitos que, en muchas ocasiones, no hacen más que llevar al convento o monasterio división, coqueterías y modas y pecados mundanos! Al final el convento se acaba convirtiendo en una suerte de mezcla insípida y sin fervor, que va minando incluso a las hermanas y hermanos más devotos.
Finalmente, enviarles un mensaje para todas esas personas rechazadas por las órdenes religiosas, que no pierdan su devoción, ni mucho menos su fe. Existen grupos de vida contemplativa, y oratorios como éste (donde se unen personas de todo tipo que tienen la misma inquietud religiosa y bajo el carisma e ideales del carmelo) en donde pueden reunirse, incluso aunque se encuentren muy lejos, compartir sus experiencias, y orar. Para todas ellas estará (Dios mediante) a su disposición un devocionario, con el fin de que puedan fructificar y avanzar en su amor hacia el Señor, acudiendo en oración a su parroquia más cercana, o al lugar donde se sientan más tranquilos o recogidos.
Oremos sin descanso, también, no solo por las vocaciones religiosas, para que Dios envíe obreros a su mies (Mateo 9:35-38), sino por las abadesas, abades, superiores y superioras y por las órdenes religiosas en general, para que no impidan la acción del Espíritu Santo a toda persona que acuda a ellos con inquietudes de vida comprometida.
| Redacción: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
Ya apenas caen del cielo lágrimas de parafina, las iglesias se han enfriado y digitalizado y a este paso tendremos a todos los representantes de la iglesia vía internet, es decir, en nuestros bolsillos en vez de estar en el corazón.
ResponderEliminarSiempre nos quedarán las almas encendidas, libres como el espíritu, sin estar limitadas entre cuatro paredes.
Juan 3: 8
El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu.
Amén