Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

12.9.19

Tercer cuarto de hora de la Hora Santa


"¡Qué! ¿No habéis podido velar una hora conmigo?".

La Víctima santa, inundada en su sangre, se levanta buscando quien la consuele... Pero, ¡ay!, el gran Justo abandonado en Getsemaní hubo de exprimir solo el lagar... Sus tres más queridos e íntimos amigos, Pedro, Santiago y Juan, dormían a algunos pasos de allí. ¿Quién podrá decir el dolor que sintió Jesús por semejante abandono, a tal hora, en tal lugar? Pero su amantísimo Corazón debía conocer todos los dolores y cubrirnos con toda su indulgencia: "¡Qué! ¿No habéis podido verla ni una hora conmigo?". Qué dulce reprimenda, seguida de aquella caritativa advertencia: "Velad y Orad, para que no caigáis en tentación".

¡Oh Maestro agonizante, y siempre paciente y bondadoso, no permitáis que Vuestros escogidos, Vuestros adoradores, se adormezcan jamás cobardemente en el puesto de amor en que Vos los habéis tan misericordiosamente colocado!

En Vuestro tabernáculo, como en el Huerto de los Olivos, sufrís aún todos los horrores de una lenta agonía. Allí Os persiguen las traiciones, la ingratitud de los hombres Os hace gemir, lloráis nuestros crímenes, y los confesáis día y noche a Vuestro Padre Celestial. ¡Oh Jesús, dulcísimo Jesús que, careciendo de los divinos consuelos, nos habéis convidado a consolaros!, hacednos vigilantes y esforzados, generosos y enteramente dedicados a Vuestro sagrado Corazón. Enseñadnos a orar y velar, para no caer en la tentación y para que así nos libremos de todos los peligros de la hora presente.

Por el incomparable desamparo de Vuestro Corazón en Getsemaní, tened piedad, ¡oh, Jesús!, de los afligidos. Consoladlos, sostenedlos y santificadlos en la hora de la prueba.

Piedad también, Señor, para los agonizantes, y para nosotros mismos, cuando llegue la terrible hora de comparecer delante de Vos, y de recibir la sentencia que nos hará dichosos o desgraciados por toda una eternidad.

Amén.