Hoy recordamos con profundo respeto y admiración a las Beatas Teresa de San Agustín y sus 15 compañeras mártires de Compiègne, quienes ofrecieron sus vidas como holocausto de amor durante la Revolución Francesa. En un tiempo de odio hacia lo sagrado, estas carmelitas eligieron permanecer fieles a Cristo hasta el final, abrazando la cruz con valentía, cantando mientras subían al cadalso.
Su testimonio sigue hablándonos hoy:
- No hay revolución que pueda apagar la luz de una fe auténtica.
- No hay persecución que pueda callar a un alma consagrada.
Te invito a conocer su historia y dejarte conmover por su ejemplo de oración, entrega y fidelidad radical.
Beatas Teresa de San Agustín y 15 compañeras mártires de Compiègne. 17 de julio de 1794.
Al estallar la Revolución francesa casi todas las religiosas se vieron obligadas a abandonar sus hábitos religiosos. Pero las 16 que formaban esta comunidad de religiosas carmelitas del convento de Compiègne, de común acuerdo, decidieron seguir vestidas como signo de consagración a Dios y testimonio ante los hombres. La priora era María Magdalena Lidoine. Cuando en el 1792 los disturbios por la calles aumentaron todas las religiosas de la comunidad, por inspiración de la priora se ofrecieron en holocausto "para aplacar la cólera de Dios y para que la paz divina, traída al mundo por su amado Hijo, fuese devuelta a la Iglesia y al Estado". El acto de consagración fue emitido incluso por dos ancianas religiosas que al principio se habían asustado pensando en la guillotina.
Cada día repetían este acto de consagración al martirio. Redoblaban sus vidas de oración y mortificación. El día 14 de septiembre de 1792 fueron expulsadas de su monasterio y se dividieron en cuatro grupos por distintas casas de Compiègne, pero siempre unidas en la fraternidad y en el género de vida que llevaban en el convento.
El comité revolucionario dio con su paradero y a pesar de que sus vidas no tenían trascendencia externa, porque se dedicaban sólo a rezar y hacer el bien, nada de política ni otra misión que pudiera perturbar el orden, las encarceló el 24 de junio de 1794 en lo que fue el monasterio de la Visitación, convertido entonces en cárcel. Más tarde fueron conducidas a París y encerradas en la cárcel de Conciergerie, que estaba abarrotada de sacerdotes y religiosos de ambos sexos, que estaban condenados a muerte. La llegada de las carmelitas fue un bálsamo de paz, ya que elevaron los espíritus de aquellos hombres y mujeres; durante los meses que estuvieron en prisión: cantaban, rezaban, ayudaban, vivían alegres y animaban a los más pusilánimes a confiar en el Señor y a prepararse para el holocausto.
Por fin, el 17 de julio fueron condenadas a la guillotina, por su "fanatismo", por su amor a Dios y a María. Mientras eran conducidas al cadalso iban cantando el Miserere, la Salve, el Te Deum, y al llegar al pie del patíbulo, una por una renovaba su profesión ante la Priora y cantaban el Veni Creator, mientras subían a ser decapitadas. La última fue la Madre Priora. Sobre su martirio escribió el dramaturgo francés G. Bernanos: "Diálogo de Carmelitas".
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