La virtud que el Señor recompensa, la virtud que él alaba es casi siempre la fe. Algunas veces alaba el amor, como en el caso de Magdalena; otras veces alaba la humildad, pero estos ejemplos son raros. Es casi siempre la fe la que recibe su aprobación y su alabanza. ¿Por qué?
Sin duda porque la fe es la virtud, aunque no más alta (la caridad la supera), sí la más importante, porque es el fundamento de todas las demás, incluida la caridad, y también porque la fe es la más escasa.
Tener fe, la fe verdadera que inspira toda acción, esta fe en lo sobrenatural que despoja al mundo de su máscara y muestra a Dios en todas las cosas; la fe que hace desaparecer toda imposibilidad, que hace que las palabras de inquietud, de peligro, de temor no tengan ya sentido; la fe que hace caminar por la vida con serenidad, con paz, con alegría profunda, como un niño que anda cogido de la mano de su madre; una fe que coloca al alma en un desapego tan absoluto de todas las cosas sensibles que son para ella nada, como un juego de niños; la fe que da tal confianza en la oración, como la confianza del niño que pide una cosa justa a su padre; esta fe que nos enseña que "todo lo que se hace fuera del agrado de Dios es una mentira", esta fe que hace verlo todo bajo una luz distinta -a los hombres igual que a Dios-. ¡Dios mío, dame esa fe, dámela!
Dios mío, creo, pero aumenta mi fe.
Dios mío, haz que ame y que crea, te lo pido por nuestro Señor Jesucristo. Amén.
Beato Carlos de Foucauld.
Sacerdote. Murió asesinado por una banda de forajidos en el Sáhara argelino (1858-1916)
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