Semana en el Oratorio

Desprecio de los bienes mundanos

11.11.21

La tortura de dejar de ver a Dios



Todos hemos sido creados para Dios, hemos sido creados para entrar en una relación purísima con Él, una relación de amor. Y el tiempo en la tierra se nos da precisamente para que trabajemos por las cosas del Reino y para crecer en esa unión de amor. Pero la mayor parte del tiempo nos ocupamos de muchas otras cosas, y nos olvidamos que tenemos un alma inmortal. Como dice en una visión Nuestra Señora, "Os ocupáis de muchas cosas, pero dejáis vuestra alma en el último lugar". Retrasamos así nuestra purificación cuando Dios, por su parte, nos brinda ya en la tierra todas las ocasiones necesarias para estar lo suficientemente puros para comparecer ante Él. San Juan de la Cruz nos dice que, si aceptamos todas las ocasiones que Dios nos da en la tierra para purificarnos, las pruebas, e incluso las penitencias que nos inspira, si las acogemos con gratitud, sin amargura, y se las ofrecemos al Señor, podemos estar seguros que iremos directamente al Cielo. Estas pruebas, ofrecidas y sufridas por amor al Señor, sustituyen al Purgatorio. Dios da a cada alma suficientes gracias para que pueda ir derecha al Cielo.

Pero por nuestra ceguera espiritual diariamente nos quejamos, protestamos, refunfuñamos, luchamos contra el Señor. No estamos contentos y protestamos contra las cruces. Incluso a veces blasfemamos ante las pruebas. En lugar de ocuparnos de la gloria de Dios, nos ocupamos de otras cosas. Y cuando llega la hora de la muerte, no estamos purificados. Hemos desaprovechado las ocasiones. Entonces el Señor, en su extrema misericordia, nos concede un tiempo extra, un plazo, por así decirlo, una nueva ocasión para poder purificarnos, una especie de etapa intermedia entre la tierra y el Cielo, que se llama Purgatorio.



ORATORIO CARMELITANO


En el Purgatorio, que no es castigo del Señor o el sufrimiento en sí lo que nos purifica, sino el amor, la lejanía, el anhelo. Todo hombre ve a Dios en el momento de la muerte. Y, por amor hacia Él, nos sobrecoge el dolor extremo de haberlo amado tan poco en la tierra. Éste es el sufrimiento que nos lava del pecado. Es un sufrimiento de amor, una nostalgia de pérdida. El Purgatorio es un lugar de paso y de expiación. Las almas que están en el Purgatorio tienen la dicha de estar salvadas, están seguras de su felicidad eterna. No sólo han visto a Dios, sino que saben que estarán con Él para siempre, y esta seguridad les da alegría en medio de sus sufrimientos.

El Purgatorio es también un lugar de noche oscura, porque después de haber visto a Dios, la ausencia de su visión es muy dolorosa, más dolorosa incluso, según los místicos, que el sufrimiento físico más grande en la tierra. Dejar de ver a Dios, aunque sólo sea un tiempo, es una tortura inmensa e indescriptible. Los enamorados de verdad pueden entenderlo: dejar de ver al ser amado cuando se ha probado su inefable amor, es una agonía para el corazón.

Las almas del Purgatorio esperan ardientemente nuestras oraciones. A través de la oración podemos acelerar la liberación de nuestros seres queridos, de aquellos que nos han precedido. Basta, por ejemplo, con que uno de nosotros ofrezca una comunión o una hora de adoración ante el Santísimo, o mande celebrar una Misa para que un alma sea liberada de los sufrimientos del Purgatorio. San Juan Pablo II decía en el Año Santo 2000: "Con nuestras oraciones tenemos el poder de anticipar la felicidad eterna a las almas que esperan ardientemente el Cielo", y una de las videntes de Medjugorje le decía a una religiosa: "si vieras una sola vez esas almas que sufren, no dejarías ni un solo día de rezar por ellas. Desearías vaciar el Purgatorio".

| Preparación: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com

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