Carácter es el modo propio y particular de ser y obrar que habitualmente tiene cada persona.
En parte es natural: cada uno nace con un carácter y modo de ser suyo, propio.
En parte es obra nuestra: virtud o defecto, según lo hayamos hecho. Y así juzgamos y decimos: "¡Qué buen carácter tiene!", o: "¡qué mal carácter tiene!".
El carácter, tal como nos lo da Dios, suele ser bueno con defectos. Y si lo cultivamos y formamos, se libra de los defectos y aumenta lo bueno que tiene de su naturaleza, aumentando así nuestros méritos. Educa, pues, tu carácter.
Lo primero que debo hacer es conocer mi carácter. ¿Me conozco? ¿Qué carácter tengo? ¿Bueno o malo? ¿Enérgico o débil? ¿Valiente o tímido? ¿Vehemente o apático? ¿Impetuoso o parado? ¿Alegre o triste? ¿Sincero y noble, o doblado y tramposo? ¿Variable y caprichoso, o constante y formal? ¿Flexible o inflexible y terco? ¿Entero o blando? ¿Afable y risueño, o áspero y hosco? ¿Humilde y servicial, o soberbio y desdeñoso? ¿Leal o falso? ¿Perezoso y dejado, o diligente y trabajador? ¿Digno o degradado? ¿Fuerte o débil? ¿Animoso o apocado? ¿Razonable o alocado?
¿Qué pensarán otros de mi carácter?
Lo segundo que debo hacer es educar mi carácter; para lo cual me hace falta reflexionar siempre al obrar, tomarme cuentas después de obrar, castigarme cuando obro mal, sin perdonarme; corregirme y siempre ir adelante a lo bueno. El mejor medio es examinarse la conducta todos los días unos minutos, o al acostarse, o a la mañana siguiente.
Tal vez no tengo carácter, ninguna energía, ninguna cualidad en mi modo de ser, sino las generales y muy generales, indefinidas y vagas. ¡Qué gran desgracia!
El hombre es lo que es el carácter y vale lo que vale su carácter. Si el carácter es bueno, el hombre es bueno; si el carácter es malo, el hombre es malo; si el carácter es rico en cualidades buenas, el hombre vale mucho; si es nulo, el hombre no vale nada.
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