Oh Dios, de quien es propio apiadarse y perdonar, te suplico humildemente por el alma de tu siervo/a N., que ha partido hoy de este mundo, para que no permitas que caiga en manos del enemigo, ni la dejes en perpetuo olvido, sino manda a tus ángeles que la reciban y la lleven a la patria del cielo; puesto que ha esperado y creido en ti, no padezca las penas del infierno, sino que entre en la posesión de los gozos eternos.
Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.
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