Antiguamente en el diseño de conventos y monasterios se le daba un papel destacado a la parte que correspondía al culto, la iglesia. Por ello, suele ser habitual ver, aún hoy día, monasterios muy pobremente adornados, con un exterior muy sobrio, pero sin embargo con su capilla de un hermosísimo estilo arquitectónico. Es comprensible: el lugar de preferencia y el más importante de la vida monacal era el lugar de la oración, y donde se celebraban ceremonias y misas y donde, obviamente, estaba el Santísimo. De manera que a él iban destinados los mayores recursos, dedicación y empeño, mientras que las otras zonas del recinto monacal, como las celdas de los monjes o los lugares comunes (como el refectorio) tenían un aspecto más práctico, servicial o, si se quiere ver así, espartano.
Todo ello demostraba la importancia capital que tenia Cristo en la vida diaria de los religiosos o religiosas.
Otro tanto ocurría también en pueblos y aldeas: la parroquia, la iglesia local, era un templo parroquial donde todo el mundo se esforzaba en apoyar dando lo mejor de sí, aunque ellos vivieran en chozas o casas de madera. Gracias a esa generosidad de las gentes de la época podemos disfrutar hoy día de obras tan imponentes como la catedral de Chartres.
Por eso me llama la atención lo que suele ocurrir hoy: todo lo contrario. A menudo realizo un recorrido de varios kilómetros para ir hasta una ermita destrozada por los comunistas durante la Guerra Civil pero que, con el esfuerzo de unos vecinos, hace pocos años restauraron. Para llegar hasta ella tengo que atravesar uno de los barrios más acaudalados de la ciudad, donde los ciudadanos más pudientes han ido estableciendo sus residencias en espectaculares chalets de lujo cuando no, sencillamente, casi mansiones. Una especie de North Beach en pequeñito.
Cualquiera podría pensar que ese barrio moderno y actual tuviese una iglesia a la altura, pero ni mucho menos. Y es que -bien sabemos todos- cuanto más dinero tiene una persona, más codiciosa y tacaña es, y en efecto así ocurre: mientras ellos viven y disfrutan de unas casas como palacios, con amplias zonas verdes y espectaculares piscinas, la iglesia parroquial de su comunidad tuvo que levantarse sobre una explanada de la forma más expeditiva posible, con paredes en bloque y armazón metálico como una nave industrial. Ni siquiera cuenta con vidrieras y su campanario es una triste pieza de forja, colocado allí como otro bloque prefabricado. En lugar de a una iglesia, cuando uno se acerca parece que entra a un taller de autos o a una carpintería.
Es muy llamativo, insisto, que en un barrio en el cual sus propietarios derrochan poder adquisitivo y compiten entre ellos con automóviles de gama alta o en vestimenta exclusiva, el espacio destinado al Señor sea el mas humilde de todos.
Más contraste ofrece aún el hecho de que, a un par de calles de dicha parroquia, se haya levantado un lujosísimo complejo deportivo con gimnasio, peluquería, centro de belleza y unas cuantas cafeterías. El culto al cuerpo antes que el culto a Dios. La preferencia por el aparentar, antes que por la salvación, antes que por el ser.
No quiero ser pretencioso, probablemente algunos de los habitantes de ese barrio les duela tener su templo cristiano así, pero no me explico como pueden otros darle la espalda al Señor, mientras acuden a un centro para acrecentar su vanidad y su narcisismo. Obviamente eso no es más que un reflejo de lo que hoy vivimos, de lo que muchos llevan en su interior: una absoluta negación de Cristo Señor, y una total esclavitud a la carne y sus apetencias. Probablemente muchos de ellos preferirían incluso que no hubiese iglesia alguna, menos molestias para su forma de vida, y menos inconvenientes morales para así poder acallar con más facilidad sus conciencias.
| Redacción: OratorioCarmelitano.com / OratorioCarmelitano.blogspot.com
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ResponderEliminarMientras vemos caer a cada poco tiempo, monumentos de culto, Siempre nos queda el consuelo de que al menos el Espíritu Santo mora en los templos carnales de los verdaderos Cristianos, en estos tiempos postreros el Espíritu Santo habita principalmente en el interior de los creyentes que profesan la FE en Cristo.
ResponderEliminarLa cuestión es que la gente no quiere conocer al SEÑOR, si supieran que su amor es tan grande que es capaz de perdonar a lo peor de la raza humana, a los que se convirtieron en Cristianos como el general Butt Naked con más de 20.000 víctimas en su haber o el asesino en serie Jeffrey Dahmer que se hizo Cristiano en la cárcel en su último año de vida…… El Señor es infinito en misericordia y quiere que todos se salven, pero la gente no lo quiere escuchar, no quieren saber nada de Cristo ni quieren ser salvados por él, la gente ama más el mundo material que al SEÑOR, una pena.